Dentro del aeropuerto, el caos; afuera, el infierno. Una fila de marines que parecen salidos de la guerra en Irak protege la estación aérea de Puerto Príncipe, la nueva sede del gobierno de René Préval, a quien el terremoto del martes ha dejado sin sede del gobierno ni residencia presidencial; ni la cama le quedó al pobre Préval, que ahora duerme, come y despacha en el aeropuerto, aunque la verdadera autoridad parecen ser los norteamericanos.
Es que el control del aeropuerto quedó en manos de Estados Unidos, cuyos marines están por todas partes. Son ellos los que le sugieren al grupo de periodistas argentinos que acompañaron el envío de ayuda argentina a Haití que mejor no salgan del aeropuerto.
“Salir, pueden, pero nadie les asegura que puedan volver”, aconseja un pelirrojo con un arma casi tan larga como él. Debe tener razón: afuera se ven hileras de hatianos negros y mulatos haciendo fuerza para entrar al aeropuerto para, se supone, subirse a alguno de los tantos aviones enviados por diferentes países para auxiliar a los haitianos luego del devastador terremoto.
Los norteamericanos no querían involucrarse mucho en la fuerza especial de las Naciones Unidas que se hizo virtualmente cargo de este país en los últimos años y que logró parar las luchas entre fracciones y una modesta estabilidad económica. Todo eso ha desaparecido junto con la sede central de esa fuerza especial, que se derrumbó y mató a decenas de sus ocupantes.
El embajador argentino en Haití, José María Vázquez, es muy amable en sus explicaciones pero tampoco él puede hacer mucho para garantizar una mínima seguridad. “La embajada también fue afectada y yo mismo estoy durmiendo en el jardín de la residencia. Tengo tres gendarmes de custodia”, sostiene. A su lado, el titular de Cascos Blancos, Gabriel Fucks, explica que “afuera del aeropuerto nadie garantiza nada. Es un desastre”.
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(*) Editor jefe del diario PERFIL.