Con el recuerdo aún fresco de las famosas bolsas negras en las que volvían a los Estados Unidos los cadáveres de los soldados muertos en Irak y Afganistán, la mayoría de los estadounidenses vuelve a apoyar una intervención militar en Medio Oriente. Cuatro encuestas nacionales publicadas esta semana reflejan un giro en la opinión pública acerca del rol que Washington debe asumir frente a conflictos violentos en países como Irak y Siria. Según los sondeos, ese cambio tiene una sola explicación: la aversión que generan las acciones del grupo terrorista de Estado Islámico de Siria y el Levante (EI).
El renovado respaldo de los estadounidenses a una acción militar en el extranjero ofrece una explicación más plausible a la decisión de Obama de enfrentar directamente a EI que las consideraciones de tipo moral u otras referidas la “sensibilidad” de la Casa Blanca frente a las decapitaciones públicas de rehenes por la milicia yihadista. En su segundo mandato, Obama abandonó los consejos de sus asesores de la escuela “idealista” –en especial, de su consejera estrella, Samantha Power– y prestó el oído a sus funcionarios “realistas”, que promueven una visión más pragmática de la política exterior y recomiendan no intervenir a menos que la opinión pública lo acepte.
“El recuerdo de Irak y Afganistán sigue muy presente, pero los ciudadanos ven en EI un peligro tan grande que apoyan la acción militar para frenar su avance –explicó Carroll Doherty, director de estudios políticos del Pew Research Center–. No caben dudas: el presidente se movió hacia donde la gente quería”.
De acuerdo con la última encuesta del Pew, seis de cada diez estadounidenses están “muy preocupados” por el auge yihadista. Y nueve de cada diez creen que el grupo representa una amenaza para su país, según otro sondeo de The Washington Post. El mismo periódico indicó además que el 71% de los consultados está a favor de los bombardeos contra la organización terrorista en el norte de Irak, frente al 54% que los apoyaba en agosto y el 45% de junio.
Pero hay más: el 65 % de los encuestados acepta lanzar ataques sobre Siria. Ese porcentaje constituye más del doble del apoyo que cosechaba en 2013 la posibilidad de iniciar bombardeos selectivos contra el régimen sirio de Bashar al- Assad por su presunto uso de armas químicas.
La estrategia de combate frontal a EI que anunció el miércoles Obama no sólo incluye los bombardeos aéreos (que ayer continuaron cerca de la estratégica represa iraquí de Mosul), sino también el apoyo sobre el terreno a las tropas regulares kurdas e iraquíes; el envío de un número muy limitado de personal militar para proteger sedes diplomáticas de Washington en la región; la provisión de asistencia humanitaria a minorías perseguidas por el yihadismo; un engranaje financiero y consular para bloquear los flujos de dinero y combatientes que llegan desde Europa y nutren a las filas de EI; y el intento –aún sin grandes resultados a la vista– de comprometer a una amplia coalición de países aliados en el combate.
La estrategia de Obama se completa con una faceta interior, cuyo objetivo primordial es convencer a los estadounidenses de que lo suyo no es una aventura bélica comparable con las de George W. Bush. “Debemos usar nuestro poder sabiamente –aseveró ayer–. Hay que evitar los errores del pasado: este esfuerzo será muy diferente a las guerras de Afganistán e Irak”.
A juzgar por las encuestas, la Casa Blanca va en el camino de alcanzar su meta discursiva. De todos modos, Obama aprobó la intervención por decreto: de ese modo les ahorró a los legisladores el disgusto de tener que explicar en sus distritos electorales sus votos a favor o en contra.