En Turquía hay una sola certeza después del golpe fallido de Estado: el presidente Recep Tayyip Erdogan tiene maás poder que nunca.
Aún no está claro por qué un sector del Ejército turco, formado por mandos intermedios, intentó perpetrar el viernes por la noche una intentona golpista, que dejó 265 muertos y 1.400 heridos. En un principio, los uniformados rebeldes emitieron un comunicado en el que justificaron la rebelión con el pretexto de “garantizar la democracia y el respeto por los derechos humanos”. Como telón de fondo del golpe, hay una silenciosa pero intensa lucha por el poder, que continuaba ayer y prometía extenderse por varias semanas.
El jefe de Estado acusó a su ex aliado, el clérigo Fethullah Gülen, de estar detrás del levantamiento. Exiliado desde 2013 –cuando rompió con el mandatario– en los Estados Unidos, el religioso rechazó las acusaciones y le devolvió el órdago al líder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). “Hay una ligera posibilidad de que fuera un golpe escenificado”, afirmó, insinuando que se trató de un autogolpe prepetrado por Erdogan. Ese mismo pensamiento se propagó por la red social Twitter, bajo la etiqueta #Darbedegiltiyatro (No es un golpe, es teatro).
El Movimiento Gülen cuenta con mucho poder en la policía y la Justicia turca y en madrasas (escuelas musulmanas) y centros culturales diseminados por todo el globo. Ahora, el mandatario tiene ante sí la ocasión perfecta para embestir contra su ex aliado. “La respuesta de Erdogan es eliminar toda influencia de Gülen en la Justicia, en el Ejército y la gendarmería. Eso llevará a que él y los militares sean los únicos jugadores con poder en la política”, afirmó a PERFIL Ariel González Levaggi, doctorando en Relaciones Internacionales en la Universidad de Koç, en Estambul.
De los 358 generales de las Fuerzas Armadas turcas, tan sólo tres fueron detenidos ayer, lo que indica que la gran mayoría de la cúpula es leal al AKP. Esa posición no sería compartida por mandos medios, adherentes a una república laica.
Los uniformados también están enemistados con Gülen. Tras el último golpe de 1997, el clérigo se autoexilió en Estados Unidos. Aliado a Erdogan durante sus primeros diez años al frente del poder, los gülenistas ayudaron al gobierno islamista a reducir el poder de los militares, pero posteriormente el mandatario se volvió contra su líder, al que acusó de dirigir una organización terrorista que buscaría derrocarlo del poder.
En ese reequilibrio de fuerzas, Erdogan hizo causa común con el establishment militar y combinó su tradicional islamismo con una retórica nacionalista hostil con los kurdos, lo que sedujo a miembros del Ejército.
Sin embargo, el pasado reciente también enfrentó al presidente turco con las Fuerzas Armadas, a las que descabezó en múltiples ocasiones entre 2007 y 2014, acusando a sus mandos de supuestas tramas golpistas –que nunca se habían concretado hasta el último viernes–.
Ante el intento de golpe, los partidos opositores respaldaron el orden constitucional y, así, a Erdogan. “Ahora puede construir y edificar una nueva era de consenso o puede aprovechar la oportunidad para consolidarse como dirigente en solitario”, señaló Aykan Erdemir, de la Fundación para la Defensa de las Democracias.
La confusión no impidió a Erdogan consolidar su control institucional y aumentar su poder