

Editor de Internacionales, El Observador e Ideas de Diario Perfil.
machado2434
Joe Biden asumirá el miércoles al frente de un país hundido en una de las peores crisis de su historia moderna. Con casi 400 mil muertos provocados por una pandemia que no dará tregua en los próximos meses, una economía devastada, millones de personas sin empleo, y una sociedad dividida ferozmente.
Y después de Donald Trump, un presidente excepcional, en el sentido estricto de la palabra.
Ante semejante panorama, el veterano demócrata tiene una ventaja inmensa, especialmente si se la compara con la situación en la que asumió Barack Obama, de quien fue su vice: nadie le pide el cielo. Las inmensas expectativas que generó la elección del primer presidente negro en un país estructuralmente racista -como se comprbó inclusive durante su propio mandato, no sólo en 2020- eran imposibles de satisfacer, y así sucedió. Una importante porción del electorado se desilusionó de un gobierno que, pese a rescatar a la economía de la crisis del 2008, no redujo las desigualdades, no retiró tropas de ninguna de las guerras en las que Washington está inmerso, mantuvo una política cruel y restrictiva hacia la inmigración y apenas pudo avanzar con una de sus promesas más importantes, un seguro de salud universal y accesible para todos. Ahora, nadie espera milagros de Biden, que tampoco los promete. Probablemente la palabra que más ha utilizado desde que se convirtió en presidente electo haya sido “sanar”. Sanar las heridas de la división salvaje, sanar la economía, sanar al país de la pandemia con una vacunación masiva y cuidados de sus ciudadanos. Nadie espera que en los próximos cuatro años el “american dream” se vuelva realidad. Apenas sí se espera que se vuelva a cierta normalidad, que el presidente no insulte diariamente a quienes lo critiquen ni repita las mentiras más escandalosas, que no elogie a los grupos supremacistas o conspiranoicos, que la ciencia guie su respuesta a la pandemia y que las medidas de recuperación de la economía vayan más allá de la reducción de impuestos a los más ricos.
En principio, contará con los intrumentos para hacerlo. La inédita victoria demócrata en Georgia le aseguró la posibilidad de dominar la agenda del Congreso, a diferencia de lo que le pasó a Obama, y en las primarias derrotó a sus rivales internos de izquierda, Bernie Sanders y Elizabeth Warren, que sí “prometían el cielo” a traves de una revolución.
Pasar a la historia como el presidente que logró consolidar una “nueva normalidad” no parece épico. Pero si Biden lo logra -y con Trump fuera de la Casa Blanca agitando a sus incondicionales de la extrema derecha, como los que asaltaron el Capitolio- lo será.
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