Vladimir Putin y Joe Biden restablecieron « un diálogo estratégico », sin hostilidad manifiesta, comprometiéndose a cooperar mutuamente, una cumbre positiva para neutralizar los riesgos de la armamentización nuclear, los ciberataques, los conflictos regionales y las violaciones de los derechos humanos.
Los presidentes de Estados Unidos y Rusia se dan un máximo seis meses para normalizar relaciones. Tras cuatro horas de discusión, que culminaron en conferencias de prensa separadas hasta caer la noche de ayer, vuelven los embajadores a Washington y Moscú. Resultó evidente que los intereses nacionales de cada uno primaron en el debate. Hubo acuerdos y desacuerdos pero se impuso la vía del dialogo permanente para buscar un equilibrio, “estable y previsible” que se anuncia arduo, un terreno donde el mutuo desarme nuclear, surge como inevitable, un espacio bilateral que no obstante se inscribe en el multilateralismo reclamado por varios otros países que disponen de armamento atómico.
Joe Biden agradeció a Vladimir Putin la iniciativa de la reunión. Se saludaron con fría cordialidad en la puerta de la villa “La Grange” de Ginebra, ofrecida por Suiza para la cumbre. Luego ofrecieron una foto de circunstancia acompañados por sus ministros de relaciones exteriores Sergueï Lavrov y Antony Blinken, en torno a una biblioteca de libros antiguos que nadie debe leer desde hace siglos, tal vez el anuncio que el desafío era escribir una nueva página de la historia de la paz y seguridad internacionales.
Para los Estados Unidos la prioridad fue reclamar terminar de manera conjunta con los ciberatques, esa piratería informática que parece incontrolable, erigida en amenaza cotidiana que cuestiona el satisfactorio funcionamiento mundial de las comunicaciones, poniendo como ejemplo las que han afectado recientemente la red de oleoductos del Mar Caribe con las estaciones de servicios de Nueva York. Biden entregó a Putin “una lista de 16 infraestructuras, las cuales “en ningún caso deben ser atacadas” (agua, energía, etc.). Putin replicó que su país es ajeno a esos ataques, y que también era víctima de los mismos en sus servicios de salud, procedentes de Estados Unidos. Convinieron generar un mecanismo de expertos entre las dos capitales susceptible de establecer responsabilidades y proponer soluciones.
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Para Rusia, “Ucrania no debe entrar en la OTAN”. Acusó a Kiev de haber violado el consenso de Minsk, aparejado bajo la égida de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), entre Rusia, Ucrania, y las repúblicas secesionistas de Donest y Lugansk, un pacto avalado por Francia y Alemania. Pero sobre otros tres conflictos regionales que interesan a los Estados Unidos, no se escucharon divergencias: impedir que los talibanes tomen el poder en Afganistan, garantizar el acceso de la ayuda humanitaria a Siria, el cambio climático, conseguir reflotar el memorandun nuclear con Irán y mantener la observación sobre la crisis en Bielorusia.
Putin desvió la criticas sobre violaciones de los derechos humanos en perjuicio de la oposición, aludiendo sin nombrarlo a Alexei Navalny, mencionado por Biden, al preguntarle que podría pasar si muere en cautiverio. La elíptica respuesta se inscribió en una comparación con Guantanamo y con los tumultos del Capitolio, obra de “extremistas .... No queremos eso para Rusia”. Y sobre el opositor afirmó que “él sabia que si volvía, iba a ir preso porque violó la ley”, sin dejar de lamentar la supuesta ayuda financiera que recibe de Estados Unidos. Prometió ser “intratable” sobre ese tema y paralelamente rechazó cualquier presunta ingerencia rusa en las últimas elecciones estadounidenses.
En Ginebra, Juan Gasparini.