Londres, The Guardian. Hasta la fecha, los documentales periodísticos se habían confinado a sí mismos a imaginar el pasado. Ahora, “Death of the President” (Muerte del presidente) modifica el género y los transporta hacia el futuro, creando una suerte de ciencia ficción de la vida real.
Fotos periodísticas del cajón de Ronald Reagan sirven de escenario para plantear el funeral del presidente norteamericano George W.Bush, mientras que unas imágenes de Dick Cheney –actual vicepresidente de los Estados Unidos- en un entierro son utilizadas para imaginar su llegada al poder, como el presidente número 44.
En el final, la película llega a retratar la administración de Cheney y representa a un nuevo jefe de Estado que utiliza la muerte de su predecesor para empujar una agenda neoconservadora al extremo en los conflictos de Medio Oriente.
Gabriel Range, el director de la película, es de origen británico. Ya había utilizado esta técnica de disfrazar crónicas viejas para que parezcan noticias del futuro en dos espectaculares documentales de la BBC: en “El día que el Reino Unido paró” (2003) imaginaba un gigantesco estancamiento en la rutas de Inglaterra, mientras que en “El Hombre que quebró a Gran Bretaña” (2004) mostraba a un terrorista islámico que provocaba una crisis energética que hacía que los británicos se mueran de frío.
Pero proyectar tendencias futuras es muy distinto a los que Range hace en “Muerte del Presidente”: la película se arriesga a quedar como un ejercicio de mal gusto para cumplir con el deseo de millones de liberales alrededor del mundo.
Sin embargo, el film de Range es, de alguna manera, menos moralmente cuestionable que los documentales periodísticos clásicos.
El riesgo de las películas basadas en la historia, inclusive representaciones brillantes como “United 93” de Paul Greengrass y “La Reina” de Stephen Frear, es que los historiadores del futuro lleguen a creer que los realizadotes realmente sabían lo que ocurría en el interior de los aviones el 11 de septiembre o lo que pasaba en Balmoral después de la muerte de Diana.
“Muerte del Presidente” evita este problema porque sabemos en todo momento que lo que estamos mirando tiene que ser ficción: si los hechos realmente ocurrieran, el film de Range se convertiría en una curiosidad inútil.
Pero en todos los otros sentidos, este asesinato ficticio es mucho más cuestionable que otros dramas especulativos.
La mayoría de las sociedades tienen supersticiones con respecto a desear la muerte de otros, y hay excelentes razones para ello, con lo cual, mirar un noticiero de mentira que anuncia la muerte de Bush y escuchar al conductor describir cómo la viuda lloraba a su esposo en la Capilla del Hospital, suena brutal y vengativo.
El contra-argumento indicaría que Bush, después de causar tantas muertes en Iraq, renunció al derecho a cualquier sentimentalismo con respecto a su propia muerte, pero inclusive los políticos norteamericanos conservan algún derecho a tener sentimientos.
La crueldad puede ser justificada –especialmente, por ejemplo, en la sátira- por el peso de sus argumentos. Pero el objetivo político de “Muerte del presidente” resulta vago, como si estuviese clavando agujas en un muñeco de vudú.
Los anteriores documentales ficticios de Range editorializaban un curso de acción que podría prevenir que ocurran los hechos que la película representaba.
Pero si “Muerte del presidente” tiene una moraleja, ésta no resulta clara.
La única forma de evitar las pesadillas internacionales que el film imagina –como, por ejemplo, a Cheney utilizando el asesinato de Bush para justificar una política aún más extrema en Medio Oriente- sería matar al vicepresidente ahora; por si acaso.
Obviamente, esto no es lo que Range intenta lograr, pero parece la conclusión más lógica a extraer del proyecto.
También podría ser leído como una critica a la administración de Bush: las políticas que resultan de la muerte del presidente –invasiones de países y el encarcelamiento de prisioneros sin derechos- son meramente versiones de lo que él hizo en vida.
Pero un ataque de esta naturaleza entraría con más coherencia en una película sobre Iraq y Guantánamo y simplemente se ven debilitados al hacerse en el marco de un proyecto que podría atraer cierta simpatía hacia Bush.
Es posible que los realizadotes imaginen una audiencia que acepta uniformemente que el funeral de Bush es una buena noticia. Pero la hostilidad tangible de la película con respecto a su figura central se convierte en su punto más débil.
Las muertes de John F. Kennedy y la Princesa Diana sirven de ejemplos del impacto en una sociedad cuando alguien en la cima del poder muere.En Estados Unidos, la muerte de un presidente, sin importar lo controversial que sea (como en el caso de JFK), probablemente lo convierta en un mártir.
Las imágenes post-asesinato en “Muerte del Presidente” ni siquiera sugieren el nivel de revisionismo que la reputación de Bush recibiría.
La debilidad de la película es que muestra una muerte de Bush que no es demasiado importante. Quizás porque es así como los realizadotes la ven.
Pero una película de dos horas es demasiado larga para, simplemente, desear la muerte de alguien.
Traducción: Carolina Thibaud
Traducción: Carolina Thibaud