Luiz Inácio Lula da Silva ya es el nuevo presidente de Brasil. Atrás quedaron los análisis de campaña y los intentos golpistas de los fanáticos de Jair Bolsonaro, huérfanos de su líder que se refugió primero en Alvorada tras perder las elecciones de octubre y después en Miami para evitar la foto del traspaso de la banda presidencial.
El líder del Partido de los Trabajadores (PT) ya encendió motores para encarar su tercer mandato ante el Palacio de Planalto, oficializado el pasado domingo 1 de enero. Así lo demostró al investir inmediatamente a su gabinete de dimensiones gigantescas y al dictar sus primeras medidas, como el aumento del subsidio Bolsa Brasil, uno de los ejes de su campaña.
Hacer feliz a Brasil de nuevo. El slogan de la campaña Lula-Alckmin tuvo como eje los logros de su gestión, conocida como el milagro económico brasileño (2003 - 2010). Sin embargo, cumplir con esa promesa será todo un desafío para el período 2023-2027, donde enfrenta una situación muy diferente a la bonanza de los commodities de principio de siglo.
A la coyuntura internacional adversa, marcada por lúgubres pronósticos de crecimiento e inflación para este 2023, se suma el frente interno, marcado por una polarización inédita desde el regreso de la democracia en 1985, enmarcada en un gobierno minoritario que se verá obligado a tejer alianzas para garantizar la gobernabilidad y escaparle a la posibilidad de juicio político en el corto plazo.
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El mapa político de Brasil
Lula tendrá que gobernar un Brasil partido en dos en el que 58 millones de brasileños no votaron por él. Si bien ganó el Ejecutivo nacional, lejos está de haber resultado vencedor en las elecciones. "El gran desafío de Lula hoy es poder lograr la gobernabilidad para los primeros dos años. Porque salió de una elección muy cerrada, con una diferencia muy pequeña, algo que nunca había pasado desde la vuelta de la democracia", explicó a PERFIL Gustavo Perego, analista de política brasileña y director de ABECEB.
Según el mapa político que arrojaron las elecciones generales, los partidos conservadores, considerados "de derecha" y aliados del Partido Liberal (PL) de Jair Bolsonaro, multiplicaron su presencia en el Congreso nacional, donde tienen mayoría. También lo hicieron en las legislaturas estaduales y municipales. Además, ganaron la gobernación de estados importantes, entre ellos el cordón industrial compuesto por San Pablo, Río de Janeiro y Minas Gerais.
El PT, por su parte, ganó 68 bancas en Diputados y 9 senadores, frente a 99 y 14 respectivamente que ganó el PL, que lejos tuvo un mejor rendimiento en comparación a los comicios de 2018.
El blindaje de Lula: entre la gobernabilidad y el juicio político
Por este motivo, Lula da Silva se verá obligado a hacer alianzas y concesiones a sus aliados para garantizarse un piso de al menos 180-200 de diputados de su lado. El motivo tiene una doble vía: primero, para que le aprueben el presupuesto o gastos extraordinarios y así garantizar la gobernabilidad; segundo, para evitar la posibilidad de juicio político en el corto plazo, una práctica habitual en la política brasileña que le costó el puesto a los expresidentes Fernando Collor de Melo (1992) y la delfín político de Lula, Dilma Rousseff (2016).
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"En el corto plazo la posibilidad de juicio político es nula. Pero la realidad es que el gobierno enfrenta una polarización jamás vista, con muchas dificultades para mostrar resultados a corto plazo. No sorprendería que de acá a dos años movimientos de estas características ocurran. Es por eso Lula busca blindar su gobierno", analizó Perego.
En pos de ese cometido, Lula anunció la creación de nuevos ministerios, alcanzando el número de 37, mucho mayor que el de su antecesor, que fueron repartidos entre otros partidos minoritarios que forman parte de su base política. A esto se suman otras concesiones, como la presidencia de Diputados (clave en el caso de un proceso de impeachment), o del Senado. "Lula está cediendo en muchas de sus banderas para lograr la gobernabilidad. Tiene la característica de no ser una persona ideológica sino práctica, capaz de ceder en todo lo que sea necesario para sostener su gobierno", agregó el consultor.
Otro de los ejes de la gobernabilidad se espera que lo aporte Geraldo Alckmin, socio político del PT y actual vicepresidente electo del histórico Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).
El crecimiento económico y otros desafíos de Lula
Luego de ganar las elecciones, Brasil encaró la transición de gobierno de la mano del vicepresidente electo, Gerardo Alckmin, que denunció que durante los cuatro años del gobierno de Bolsonaro Brasil "sufrió retrocesos en todas las áreas". Especialmente en materia social, con 125 millones de brasileños en situación de inseguridad alimentaria y 33 millones que pasan hambre; y medioambiental, luego de que las políticas de desregulación del expresidente arrasaran con la Amazonía y aislaran a Brasil de la comunidad internacional.
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En ese sentido, el exgobernador de San Pablo reconoció que será una "tarea hercúlea" reflotar la situación, algo que el propio Lula definió como "la tempestad del fascismo". A esto se suman los desalentadores pronósticos de la economía global y su incidencia en la reinserción de Brasil en el mundo, una de las promesas de Lula en su discurso inaugural.
"Con su discurso de 'la vuelta de la alegría', Lula se encuentre frente al dilema de una economía que el año que viene no va a poder mostrar grandes logros. Por otro lado, encuentra un estado con un equilibrio fiscal tenue. Está queriendo romper el techo del gasto y se enfrenta con una economía global que el año que viene va a estar con crecimiento cero. Va a tener que 'hacer felicidad' sin plata y eso es un gran interrogante", cerró Perego.
CP