Antes de la elección papal de Jorge Mario Bergoglio, el cardenal Leonardo Sandri había sido el argentino que más alto había llegado en la jerarquía del Vaticano. Fue el número tres de la Iglesia católica durante el papado de Juan Pablo II, y de hecho fue el encargado de anunciar al mundo la muerte del pontífice polaco. Tras la renuncia de Benedicto XVI, Sandri incluso apareció en las listas de “papables” de algunos vaticanistas.
Quizás le jugó en contra el hecho de no haber tenido experiencia como obispo, un requisito considerado básico para llegar a ser papa. A diferencia de Bergoglio, que siempre fue un dirigente eclesiástico “con territorio”, Sandri pertenece al intrincado mundo de la diplomacia y la curia vaticana. Se lo asocia a la vieja guardia del italiano Angelo Sodano, ex secretario de Estado del Vaticano. Hoy, Sandri es el prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, un cargo desde el que se ocupa de temas como la persecución a cristianos en Oriente.
Sandri y Bergoglio se conocen desde hace décadas. Aunque no difieren en su conservadurismo doctrinal, siempre pertenecieron a sectores antagónicos en la interna episcopal argentina. Sandri fue un hombre cercano al ex embajador de Carlos Menem en el Vaticano, Esteban Caselli, y al arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, histórico enemigo de Bergoglio. Dicen que Justo Laguna, el obispo de Morón fallecido en 2011, contaba que tras la muerte de Juan Pablo II, mientras se elegía a su sucesor, Sandri le dijo: “Mejor rezale a San José para que éste no sea papa”. Se refería a Jorge Bergoglio. Si la anécdota es verídica o no, da lo mismo: ahora, el viejo rival de Sandri se llama papa Francisco. Y donde manda capitán...