Desde Beijing
Por estas horas, no hay mayor preocupación para el gobierno chino en materia de política exterior que el anunciado diálogo entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un. Aunque no participa de forma directa en el proceso, Beijing se juega tanto como Washington ante la perspectiva de una distensión entre la Casa Blanca y el régimen de Pyongyang. Según el rumbo que adquieran, las negociaciones para la “desnuclearización” norcoreana pueden resultar en un éxito estratégico para China o en una alteración problemática del statu quo en su histórica zona de influencia.
Se prevé que Trump y Kim se reúnan el próximo 12 de junio en Singapur para empezar a discutir los términos de un acercamiento, de cuya consistencia aún no hay certeza alguna. Tras varias semanas de approach diplomático entre los dos países, el gobierno de Kim volvió en estos días a tensar la cuerda al advertir que Washington “debería pensar dos veces” sobre el destino de la cumbre entre ambos mandatarios antes de proseguir con sus ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur.
Trump llegó a sugerir que el gobierno chino de Xi Jinping podría estar detrás de la renovada dureza del discurso de Kim, algo que China niega. Lo cierto es que, en plenas negociaciones con Estados Unidos, el líder norcoreano se reunió dos veces con Xi en China en los últimos dos meses. La “cuestión norcoreana” es hoy un asunto de primer orden para la diplomacia china. En los últimos días, las conferencias de prensa diarias del vocero de la cancillería china giraron casi exclusivamente en torno a ese tema.
Enfoques. Lo que Kim espera de China es un apoyo a su idea de un proceso paulatino, “acción por acción”, en el que su país sea recompensado por cada paso conducente al desarme nuclear. La administración Trump, en cambio, pretende un enfoque más acelerado, que incluya fijar un calendario de seis meses a un año para la desnuclearización total. Y que los beneficios para Corea del Norte, especialmente el levantamiento de las sanciones comerciales que pesan sobre su economía, se materialicen una vez cerrado el proceso.
En su segunda reunión con Kim, Xi dijo que China respalda “medidas graduales y sincrónicas” para lograr una “paz duradera” en la península. “Cuando Kim entre a la sala con Trump, se sentirá más seguro, simplemente porque sus posiciones sobre varias cuestiones fueron consultadas con el gobierno chino”, señaló el profesor Xiaohe Cheng, académico de la Escuela de Estudios Internacionales de la Renmin University en Beijing.
Para China, la mayor ganancia de una distensión sería que esta deslegitimaría la continuidad en el terreno de los 28 mil soldados que Estados Unidos tiene apostados hoy en Corea del Sur. La retirada de esas tropas sería una victoria estratégica para China en la disputa por la hegemonía en la región de Asia Pacífico.
Sin embargo, al igual que su padre y su abuelo –quienes lo antecedieron en el liderazgo de su país–, Kim ha dado muestras de querer reducir la influencia china en la política exterior norcoreana. Una desnuclearización y un tratado de paz genuinos en la península provocarían realineamientos que podrían limitar la ascendencia de Beijing sobre Pyongyang. Para China, el escenario más conveniente sería una negociación que derive en un statu quo menos peligroso desde el punto de vista de la seguridad, pero casi idéntico en términos políticos.