Guántanamo cuenta con un pequeño Starbucks, un local de Subway y un pub donde los soldados y los interrogadores de la CIA beben cerveza y whisky, pero no tienen permitido hablar con sus pares sobre sus
actividades en ese lugar.
Pero la base militar no es tristemente célebre por su oferta gastronómica, sino por ser la cárcel donde se detiene el tiempo y se paralizan las vidas de cientos de acusados de integrar Al Qaeda o tener vínculos con el terrorismo internacional.
Allí, pasa sus días desde hace una década Omar Khadr, el niño soldado canadiense que fue capturado a los 15 años en Afganistán por el Ejército de los Estados Unidos, acusado de matar con una granada a un sargento durante un enfrentamiento.
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