¿Pueden ser tan ciegos los estadounidenses que no se dan cuenta que acaban de votar a Donald Trump para que sea su presidente por los próximos cuatro años? ¿Es Trump un populista xenófobo que promete aislar a los Estados Unidos de la economía global? ¿Trump es un empresario mediocre que entró en bancarrota reiteradas veces y sòlo presta su nombre a negocios de otros, demostrando que no es más que un gran showman y vendedor?
Y el resto de nosotros, que nos sentimos tan inteligentes analizando los resultados electorales del país más poderoso del mundo, ¿también lo fuimos cuando les dimos las llaves de la Casa Rosada a Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Néstor y Cristina Kirchner?
La sorpresiva victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton es un síntoma de nuestros tiempos que va más allá de la persona que a partir de enero será el presidente número 45 de Estados Unidos. Responde a las consecuencias que dejó en los países ricos la devastadora crisis financiera global del 2008, como también a la revolución comunicacional de los medios digitales que posibilitaron fenómenos como el ascenso de Barack Obama en el 2008 (y el triunfo de Macri) o la llamada Primavera Árabe, que derrumbó las estructuras de poder en el Medio Oriente y, en parte, generó la crisis de refugiados que hoy azota a Europa.
Paradójicamente, Trump se convirtió en la voz de las decenas de millones de norteamericanos blancos con poca educación, de los que viven en ciudades pequeñas o zonas rurales en el medio del país, y de los más viejos. Son los ancianos y los pobres los más afectados por la crisis financiera que se gestó en Wall Street, dejándolos sin puestos de empleos industriales (que migraron a países emergentes, incluyendo a México) y dinamitando sus ahorros. Y así, un multimillonario de Nueva York -que estudió en la prestigiosa Universidad de Pennsylvania y se hizo rico con la ayuda de Wall Street- logró alzarse como la figura que mejor podría hacerle frente al corrupto establishment de Washington y a los intereses de las corporaciones internacionales. Las apariencias engañan.
No hay que olvidar, además, que el ahora presidente electo aprovechó ese miedo xenófobo que caracteriza a los más extremos entre los republicanos conservadores. Como el Tea Party, Trump culpó a los inmigrantes latinos de robarse los trabajos norteamericanos, dándole lugar a un discurso proteccionista que le permitía enemistarse con Obama y Bill Clinton, quienes firmaron grandes acuerdos de libre comercio internacional como NAFTA y el denostado Acuerdo Transpacífico (del que Macri buscó formar parte). También aprovechó la marketinera amenaza del Estado Islámico (EI) para acercarse al electorado, llegando a tal punto de tildar a Obama y Hillary de “cofundadores” del grupo terrorista.
Trump logró dar en un nervio crítico de la sociedad norteamericana con un mensaje falaz, pero para ellos muy real. Sin trabajo o viendo cómo sus salarios continúan amesetados mientras Washington le perdona las deudas a Wall Street, y muertos de miedo por la constante amenaza de un ataque terrorista (un shock traumático que les quedó después del 11 de septiembre), asimilaron de buena manera el mensaje populista de Trump, el cual circuló con más fuerza en redes sociales que por medios tradicionales.
Siempre agudo, Jaime Durán Barba explicó que Trump contó con el apoyo de 13 medios contando diarios y revistas, contra 659 que se encolumnaron detrás de Hillary, mientras que en redes sociales el candidato republicano generó tres veces más presencia que Clinton a través de la conversación espontánea de la gente. No sorprende, Trump es verborrágico y dice lo que piensa sin importarle la veracidad de sus argumentos. Es un eterno provocador que además dirige realities televisivos hace décadas. Los medios tradicionales le prestaron atención desmedida, pero primero para reírse de él, y luego para intentar bajarlo sin éxito.
Otro modelo. El fenómeno de las redes sociales y la interconectividad absoluta del mundo a través de celulares es el hecho fundamental de nuestra era. Los estudios demuestran que los niveles de atención han caído drásticamente en la última década debido al uso de nuevas tecnologías. Hoy es más importante que nunca lo superficial porque la audiencia no tiene tiempo, ya que cada mensaje debe competir con Facebook, Twitter, Instagram y Snapchat. Además, la comunicación ya no es unilateral, es decir, los medios tradicionales no tienen el control del mensaje, sino que la audiencia forma parte de la conversación y es quien finalmente viraliza un video, una foto, o una opinión.
De esa manera, Trump logró montar una campaña presidencial por un monto significativamente menor que su contrincante demócrata. Trump consiguió cobertura “gratis” por un valor de US$ 5 mil millones, dice Reuters, y reunió US$ 270 millones para su campaña, casi la mitad de los US$ 521 millones de Hillary. Incluyendo todos los candidatos (tanto a presidente como para el Congreso y el Senado), la campaña costó $ 6,8 mil millones, de acuerdo al Center for Responsive Politics. Es cara la política.
Resta ver que será de la presidencia de Trump. ¿Desmantelará las alianzas militares y comerciales que dejó Obama? ¿Llevará adelante una política anti-globalización, dándole la espalda a la OTAN y acercándose a Rusia? Las posibilidades son infinitas, pero lo que es claro es que Trump forma parte de un nuevo paradigma global.