INTERNACIONAL
Entrevista exclusiva a John Travolta

Un cincuentón muy tuerca

Cientologista, motoquero y piloto, el actor estrella de los films musicales de los setenta todavía se siente de veinticinco, aunque el espejo empiece a devolverle arrugas y mañas. En la curva de la vida, encara el rol de un hombre exitoso que un buen día pierde todo lo que tiene. En Rebeldes con causa demuestra ser un gran profesional, enérgico y sin dobles de riesgo.

0410travolta468
Hizo las escenas de riesgo; un toro lo persigui y visti pantalones de cuero durante todo el rodaje en pleno verano. | Gentileza Buena Vista Internacional

Cuando cumplí los cincuenta -hace tres años- me pregunté: ‘¿ya cuántas Navidades pasaron? ¿Veré crecer a mis hijos? Quiero estar con ellos? Y hasta ese momento nunca había pensado en la vejez. Realmente, no me siento muy diferente que a los 25, me siento mejor. Y me acuerdo que mi padre, a los 80, decía que se sentía como de 25. Sólo cuando se miraba al espejo se veía anciano”, confiesa John Travolta, que se muestra más simpático sólo cuando sus guardaespaldas merodean y tiene, efectivamente, un hoyuelo en el mentón.

—Podría pensarse que “Rebeldes con causa” es la película que atraviesa su crisis de la mediana edad?
—No sé si estoy en una crisis, en todo caso en una reflexión.

Dirigida por Walt Becker, la semana próxima se estrenará en Argentina Rebeldes con causa (Wild Hogs), la película que cuenta la historia de cuatro amigos de Cincinnati que un día se hartan de la vida acartonada, se calzan la ropa de cuero y los zapatos de gamuza, y salen inexpertos a devorarse el asfalto sobre sus Harley Davidson rugientes, en un crosscountry de 3.200 kilómetros que los llevará hasta el corazón de Nuevo México, en donde tendrán que lidiárselas con una pandilla liderada por un duro de verdad (Ray Liotta). Una suerte de Thelma & Louise de testosterona, menos trágica, con más acción física, sin Brad Pitt, pero con Marisa Tomei. En este contexto, Travolta es Woody, un exitoso financista, que de un día para el otro pierde fortuna y esposa, y convence a sus amigos para salir a la gran aventura, sin contarles que su vida, en realidad, se desbarranca.

-¿La película también habla de la masculinidad. Cree que los hombres cuidan más la imagen que las mujeres?
Woody quiere dar la imagen de una vida ideal, no quiere admitir que tiene problemas. Creo que cuando las mujeres se reúnen son mucho más honestas que los hombres. En cinco minutos, una mujer te contaría todo lo que le pasa. A mi personaje le lleva dos semanas contarle a sus amigos que el techo se le cayó encima.

—Dicen que usted y sus compañeros de ruta (Tim Allen, Martin Lawrence y William Macy) la pasaron muy bien durante el rodaje...
—El set era una constante batalla diaria para ver quién era el más divertido. Las bromas eran imparables y todos tratábamos de demostrar que éramos los más rápidos entre tomas. Una vez Tim Allen me dijo: “si lo piensas, Walt está atrapado en un conglomerado de egos”. Había mucha testosterona en ese foro. Si querías que te escucharan, debías hablar rápido y en voz bien alta. Existía entre nosotros la rivalidad de los hermanos y yo pensaba: “¡ok! Yo provengo de una familia numerosa y sé cómo pelear con un hermano”.

El último de una lista de seis hermanos, Travolta es hijo del dueño de una gomería de Englewood, en New Jersey. A Travolta lo apodaban “Bone” –por su extrema delgadez- cuando abandonó la escuela a los 16 años. Nunca negó que le debe su carrera a su propia madre, por ese día en que, previsora, lo inscribió en una escuela de drama de Nueva York, para que fuera alguien en la vida. Hábil y tenaz en iguales proporciones, supo alternar una sucesión de golpes entre Hollywood y Nueva York, allí donde la oportunidad llamara a su puerta, hasta que, con sólo 18 años, lo eligieron para trabajar en pleno Broadway, en una versión teatral de Grease, un clásico musical de los años 50, que tiempo después protagonizaría en el cine. Luego de sus dos grandes hits cinematográficos (Fiebre de sábado por la noche y Grease), sólo lo llamaban para papeles intrascendentes hasta que Mira quién habla le devolvió la fama y le dejó unos cuantos millones: desde 1997, su cachet no baja de 20 millones de dólares y –sin contar el chalet de tres pisos sobre la playa de Oahu, en Hawaii, que ya vendió- tiene mansiones en Santa Barbara, California y Maine, aunque su domicilio fijo este en Ocala, estado de Florida. Pilotea además, su propio Boeing 707, y tiene carnet de piloto de la línea aérea Quantas.

Aunque haya sido dos veces nominado al Oscar (Fiebre... y Pulp Fiction) sin haberse quedado nunca con él, aún con una carrera dispar, podría decirse que nada lo amedrentó y que incluso supo repartir de lo que le sobraba –los corrillos de Hollywood aseguran que Richard Gere y Tom Hanks le deben la plataforma de lanzamiento de su CV, al aceptar los papeles que él rechazaba (Gigolo americano, Splash, Apollo 13 e incluso Forrest Gump, entre otros).

—¿Fue duro el rodaje?
Como es una película de ruta, estuvimos a la intemperie durante tres meses. Soportamos tormentas de polvo, miniciclones y lluvias casi bíblicas. A veces nos sentíamos como si estuviéramos filmando Lawrence de Arabia.

—En la película monta una moto para liberarse, ¿cuál es su escapismo habitual?
—De chico tocaba el violín para combatir el insomnio. Y de grande, siempre amé las motos, y tuve varias. Pero me gustan todas las máquinas: barcos, aviones, motos y autos. Cuando me mudé a Hollywood necesitaba un medio de transporte barato y usé motos durante años. Todavía me encantan los caminos abiertos y el aire en la cara. Pero yo soy realmente de los jets. Adoro volar, me libera del estrés. Pero soy un piloto que va a lo seguro, sin acrobacias. La actuación es mi fuerza vital y volar es mi respiro.

—¿Usted adhiere a la cientología, como Tom Cruise?
Sí, Kelly (Preston) y yo nos casamos por el rito de la cientología. Yo soy una persona espiritual, de lo contrario no sé qué hubiera sido de mí. Mi familia fue también muy importante. Tuve una madre artista, directora y maestra de escuela. Su nivel de energía positiva era sorprendente y ella veía lo bueno en mí y en mis hermanos. Nos ayudó a convertirnos en lo mejor que pudimos ser. Y mi padre era igual. Yo podía sólo pasar por el escenario en un acto escolar y él me decía: “Cuando caminaste, todos te miraron y estuviste maravilloso”.

—¿Y usted es así con sus hijos (Jett, de 15 y Ella Bleu, de 7)?
Sé que eso funciona y entonces debo hacerlo. Cuando cantan o bailan yo lo festejo. El otro día, Ella nos hizo una pintura y yo le dije: “¡”Dios mío, miren esto! ¡Es fantástico!”. Adoro ser padre. Esperé mucho tiempo para serlo. Jett nació cuando yo tenía 38 y por eso aprovecho cada minuto que tengo junto a ellos.