JUICIO A LAS JUNTAS MILITARES
Registro de 1985

El biógrafo de Strassera cuenta cómo impactó el Diario del Juicio: "El público entendió el carácter histórico”

La publicación de PERFIL logró realizar un "registro minucioso" de lo que sucedía en cada audiencia y se convirtió así en el más fidedigno del Juicio a las Juntas Miliares.

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Julio César Strassera y El Diario del Juicio. | CEDOC

El biógrafo del fiscal Julio Strassera, Matías Bauso, le dedicó un capítulo completo de su libro "El Fiscal" al trabajo que llevó adelante Editorial Perfil durante el Juicio a las Juntas Militares

En 1985, a través de 36 ediciones de el Diario del Juicio, PERFIL logró crear el registro más fidedigno de lo que significó la primera condena al terrorismo de Estado en la historia argentina, con entrevistas exclusivas de los protagonistas y los testimonios más importantes. 

Pese a que este material se lanzó en formato papel, ahora está disponible de manera digital en https://www.eldiariodeljuicio.com/, donde no solo se pueden encontrar cada uno de los fascículos, sino también un microdocumental sobre el camino que llevó al enjuiciamiento y diferentes artículos sobre el Juicio a las Juntas Militares

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En palabras de Basuo, el Diario del Juicio “fue un éxito”, ya que PERFIL fue “el único medio que registró minuciosamente esas audiencias” y gracias a que “el público entendió el carácter histórico de la publicación”

El fiscal 20230106
El Fiscal, la biografía de Julio César Strassera. 

El fragmento completo aquí: 

“Casi todos los días, a eso de las siete y media de la tarde, bajaba hasta el kiosco de la esquina. Alrededor de esa hora pasaba el camión que dejaba las revistas nuevas. Me paraba en Larrea mirando por avenida Santa Fe hacia Pueyrredón. Entre los colectivos adivinaba al camión dos cuadras antes. El kiosquero tiraba el pilón escaso con las devoluciones en la caja del vehículo y desde allí le lanzaban las novedades del día. Eran dos o tres paquetes altos, atados con hilos. Sobre ellos una planilla que indicaba cuáles eran las publicaciones y qué cantidad mandaban de cada una. Podría repetir de memoria las que salían cada día. Una vez que el kiosquero cortaba las ataduras, yo contaba cuántas revistas Humor, Goles o Isidoro habían mandado, él se fijaba que coincidieran e iba tachando en la hoja de papel. Los dos primeros días de la semana esperaba con más ansiedad. El lunes llegaba El Gráfico y el martes, la revista Racing.

Éramos una familia de clase media, con un buen pasar, pero mis viejos, sin privarse de nada, siempre fueron austeros y muy responsables con la plata. Y eso trataban de inculcarnos. Sin embargo, en el kiosco tenía vía libre. Era para lo único que no había límite. Llevaba lo que quería y lo anotaba y a fin de mes ellos pagaban –las revistas, hay que aclarar, eran muy baratas–. Además de las deportivas, compraba la Muy interesante, Humor, alguna de cine, Fierro, la Pelo y la Rock and Pop –para mi hermano–, alguna de actualidad según los temas que trajeran en tapa, El Periodista y varias más. A mediados de los ochenta comenzaron a salir (o al menos a interesarme a mí) fascículos y libros en colecciones semanales. Compré una colección de Hispamérica de colores sepia dirigida por Félix Luna que recorría la historia argentina del siglo XX. Se trataba de unos libros de tapas duras (me acuerdo de Los isleros, pero no leí ninguno) a los que añadían un extra que me fascinaba: reproducciones facsimilares de los diarios del evento que era tratado en la entrega. También me armé una colección de clásicos modernos de la literatura, uno de mis primeros contactos con esos autores. Eran tomos marrones de tapa dura de Seix Barral que traían las obras completas de García Márquez, Vargas Llosa, Camus, Pavese, Hemingway, D. H. Lawrence y varios más; cada volumen contenía tres, cuatro o cinco libros, según su extensión. El lanzamiento de cada colección de libros y fascículos estaba a mitad de precio, incluía dos títulos o temas potentes y venía con un folleto presentación. Todo para seducir, para tentar al lector. Conmigo lo conseguían siempre. Uno de esos atardeceres, en mayo del 85, mientras desarmaba el paquete vestido todavía con el uniforme del colegio –no me cambiaba nunca a menos que tuviera que jugar al fútbol– encontré la primera entrega de El diario del Juicio. No me sorprendí demasiado: estos lanzamientos eran anunciados con una profusa campaña publicitaria en televisión y en los medios gráficos. Me lo llevé.

El diario del Juicio era exactamente lo que su título anunciaba. Un tabloide en blanco y negro impreso en papel de muy baja calidad. Seguía las incidencias del proceso. En sus ocho páginas había entrevistas a los protagonistas (Strassera apareció varias veces), recuadros con alguna anécdota del juicio, comentarios sobre lo más importante sucedido en la semana durante las audiencias, la historia detrás de algún caso tratado o de un centro clandestino de detención, la explicación en lenguaje cotidiano de alguna incidencia procesal y columnas escritas por especialistas en derecho penal. Algunas de ellas están firmadas por Alberto Fernández, el que décadas después sería el presidente de la Nación: no son especialmente memorables y rebalsan de lugares comunes y frases graves, solemnes, que uno sospecha el autor escribió con orgullo.

En el centro, con tipografía pequeña, un pliego de 24 páginas con las transcripciones de las declaraciones de los testigos varias columnas, solo interrumpidas por títulos con el nombre del testigo y cada tanto con resaltados de sus dichos como para darle un poco de aire al texto apretado.

El primer número salió más de un mes después del inicio de las audiencias. No parecía una buena época para hacerlo. El furor inicial por el Juicio parecía haber pasado. Las audiencias habían salido de las portadas de los diarios y descansaban en las páginas interiores.

El origen de la publicación fue algo casual. Carlos Cabeza Miñarro descubrió que las transcripciones de las declaraciones eran públicas y un par de semanas después de producidas quedaban a disposición de quien las solicitara. El periodista le propuso a Jorge Fontevecchia, el director de Editorial Perfil, incorporarlas como pliego central en La Semana, la revista de actualidad de la editorial.

Fontevecchia decidió extremar la apuesta y sacar El diario del Juicio. Debe haber pensado que a La Semana ya le iba bien por sí misma y que una publicación autónoma podría funcionar y multiplicar las ganancias. Tuvo razón: fue un gran éxito. Siguió semana a semana las instancias de las audiencias. Los primeros números debieron reimprimirse. El público entendió el carácter histórico de la publicación. Eran tiempos en que muchos guardaban diarios y revistas relacionados con hechos relevantes, casi como una herencia para sus hijos: los Gráficos y las Goles del Mundial 78, los diarios de Malvinas, El diario del Juicio. Fontevecchia entendió que varios de los compradores no eran lectores del presente sino acopiadores para el futuro, y acompañó la colección con cuatro carpetas de cartón para archivarlas.

El Diario del Juicio, un documento histórico que vuelve a tener protagonismo

Yo estaba en primer año del secundario. Después del colegio, a la tarde y antes de los entrenamientos de fútbol, tenía academia de inglés. Allí, mientras trataba de sacar el libro y la carpeta de mi mochila caótica, se cayó el primer número de El diario del Juicio. La profesora, una chica de unos veinticuatro años, encantadora, me miró con sorpresa. No entendía cómo alguien, y menos un chico de trece, podía interesarse en eso. Después entendí que el juicio no le parecía algo encomiable: su padre era un general del Ejército. Algunos de mis compañeros me cargaron –todavía no se llamaba bullying–. Yo relojeé rápido la cara de la chica que me gustaba. No mostró ninguna emoción. Mis dos temas fuertes, con los que pretendía deslumbrarla, el fútbol y los libros, nunca parecieron importarle. De todas maneras, para que esa relación no prosperaba, para que ni siquiera llegara a relación, influyó otra cuestión algo más relevante: ella no gustaba de mí. Pero en el recreo tuve un momento de ilusión. Se acercó y me dijo que el padre había tratado de comprar el diario antes de llevarla a inglés pero no lo había encontrado. Estaba agotado.

Las intervenciones de los testigos aparecían en el diario con un mes de retraso. Eso permitió que después de los alegatos, mientras los jueces preparaban la sentencia, contaran con material para publicar.

A la distancia, las treinta y seis ediciones de El diario del Juicio constituyen un documento de gran valor. Todas las intervenciones están al alcance de la mano de cualquiera. Solo se eliminaron repeticiones y se omitieron a unos pocos testigos cuyas participaciones no aportaban mayor información a la ya brindada.

Por desgracia, la mayoría de las veces también fueron cercenadas las intervenciones de los jueces para poner orden y los cruces entre Strassera y los abogados defensores. Para construirlos, debemos acudir a los diarios de la época y a la memoria de los presentes.

Quienes redactaban El diario eran conscientes de su función. Así se explicita en el fascículo introductorio del primer número: “Este es el número de presentación de una colección que surge menos como una idea editorial que como una obligación histórica. (…) Una edición cuidada hasta en los menores detalles, pensada para que usted pueda archivarla y coleccionarla, pero fundamentalmente ideada para que pueda responderle a su hijo cuando, dentro de algunos años, comience a preguntarle: ¿qué pasó?”.

El diario lo hacían los periodistas Rodolfo Zibell, Carlos Cabezo Miñarro, Alberto Amato y Marcelo Pichel. Amato es, a esta altura, una leyenda del periodismo local. Redactor estrella de todas las grandes revistas de fines de siglo pasado, también fue secretario de redacción de Clarín durante varios años. Ahora trabajamos en el mismo lugar, en Infobae. Es periodista de verdad. [...] Cuando le pregunté por su trabajo en El diario, me dijo que ahí, en esos meses, aprendió a ser periodista, que entendió el oficio y su importancia.

En la editorial no sabían bien cómo iba a funcionar el producto. La mayoría no le tenía demasiada fe. Pero no se perdía nada con probar. Fue un gran éxito, casi inesperado. Perfil no estaba adherida al Instituto Verificador de Publicaciones así que no existen cifras oficiales de sus ventas. Pero según información que la editorial le brindó a Claudia Feld, El diario del Juicio vendió 2.553.503 ejemplares, es decir, un promedio de casi 71.000 ejemplares en sus 36 números. Se debe tener en cuenta que los primeros y el que contenía la sentencia superaron los 200.000 ejemplares.

Más allá del suceso, su importancia histórica es evidente. Fue el único medio que registró minuciosamente esas audiencias, lo que dijo cada testigo, la burocracia de los testimonios y su fijación. Los diarios se ocupaban del tema a diario, pero el espacio fue achicándose. Las revistas empezaron con gran ímpetu, pero el tema desapareció hasta la llegada de los alegatos. Solo La Urraca, El Periodista y Humor destinaron secciones fijas. Somos le dio un espacio semanal que se fue difuminando hasta recuperarse a la hora de los alegatos.

Con el paso de los años, El diario del Juicio se convirtió en una referencia obvia en cada trabajo de revisión. A él recurren los investigadores para bucear en textuales o en algunas circunstancias de las audiencias. Tanto es así que los episodios que se suelen recordar son los que la publicación destacó en su momento. Y otros que obvió fueron olvidados. Esa partida, la de la posteridad, la ganó. Por accesibilidad (las colecciones se consiguen fácil en Mercado Libre), exhaustividad y especificidad. Lo publicado en otros medios no suele ser tan citado”.

Fragmento de "El Fiscal", por Matías Bauso, publicado por Grupo Planeta. 

RdC CP