Filosofía de la canción moderna estaba llamado a ser un hito editorial: el primer libro de Bob Dylan en 18 años reunía 60 ensayos centrados en artistas como Hank Williams, Nina Simone y Elvis Costello.
El artista caracterizado por su poca predisposición a la exposición pública volvía a escena con un conjunto de textos “misteriosos y volubles, agudos y profundos”, que “muchas veces nos hacen reír a carcajadas”, según la reseña de la casa editora en castellano.
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Pero las primeras noticias estuvieron lejos de las risas. Cuando los compradores de la edición limitada de 900 copias firmadas “en persona” por la leyenda de 81 años empezaron a compartir sus autógrafos online, algo comenzó a verse extraño. Las rúbricas se parecían, pero siempre siguiendo un patrón de 17 variaciones sutiles y con una presión de la lapicera que se adivinaba uniforme en todos los casos.
La conclusión era evidente: sólo podrían haber sido hechas a máquina. Una noticia difícil de digerir para quienes habían pagado nada menos que 599 dólares por el libro y una carta que certificaba la autenticidad de obra y la dedicatoria.
Cuando el escándalo estalló, la editorial en inglés, Simon & Schuster, debió reconocer la estrategia y ofrecer reembolsos a los clientes insatisfechos. Aún faltaba la respuesta del artista, que llegó este 25 de noviembre. “En 2019 sufrí un caso feo de vértigo (episodios de mareos, a veces asociados con náuseas y vómitos) que continuó durante los años de pandemia”, explicó.
“Para avanzar en las sesiones de firma se necesita un equipo de cinco personas trabajando a mi lado, y no pudimos encontrar una forma práctica y segura de seguir haciéndolo mientras el virus se agudizaba”.
La combinación de vértigo y encierro hizo que, ante el acecho de las fechas de entrega que marcaba el contrato, “alguien me sugirió la idea de usar una máquina de firmar, asegurándome que era algo que se hacía «todo el tiempo» en los mundos del arte y la literatura”, confesó el artista, para enseguida asumir la parte que le tocaba: “Usar una máquina fue un error de juicio y quiero rectificarlo inmediatamente. Estoy trabajando con Simon & Schuster y mis socios en la galería para hacer exactamente eso. Con mi mayor arrepentimiento, Bob Dylan”.
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¿De qué se trata el artilugio?
Las primeras máquinas de firmar consistían en un lápiz accionado por un motor eléctrico que seguía, guiándose por los ejes horizontal y vertical, los trazos grabados en una placa o matriz. Las actuales usan una memoria digital para almacenar las firmas, e incluso pueden replicar páginas completas de escritura una vez que se creó una tipografía personalizada para el usuario.
En 2005 el Departamento de Justicia estadounidense confirmó el derecho del presidente a firmar proyectos de ley con la máquina. Y aunque la confidencialidad de su uso es uno de los grandes secretos de los mandatarios, ya en 1968 Lyndon Johnson -sucesor de John F. Kennedy- había permitido que lo fotografiaran junto a la suya para un reportaje que el National Enquirer tituló “El robot que asiste al Presidente”.
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Se sabe que Barack Obama también autorizó esa opción durante unas vacaciones en Hawái. Y la escritora canadiense Margaret Atwood dio un paso más allá al crear el LongPen, un combinado que permite conversaciones de video con los lectores mientras se firma un libro de forma remota.
Bob Dylan no fue el primero ni será el último en apelar a esta tecnología. Pero como reconoció el propio ganador del Nobel, sus fans tenían derecho a saberlo, entre otros motivos, porque una firma automatizada es mucho menos valiosa que aquellas que sí salieron del puño y la letra del genio.
FM JL