Ayer, 24 de junio, Israel anunció el fin de su ofensiva contra Irán tras aceptar un alto el fuego bilateral propuesto por Donald Trump. Irán también aceptó el alto al fuego, aunque relativizó el relato de Trump de que su investigación atómica haya sido completamente destruida, y ratificó que seguirá adelante con su programa nuclear.
Se abren serias incertidumbres sobre si la paz perdurará, porque las últimas declaraciones de Benjamín Netanyahu dejaron claro que cualquier reactivación del programa nuclear de Irán generará nuevas intervenciones militares por parte de Israel. El conflicto dejó al descubierto la centralidad del monitoreo nuclear como pieza clave para evitar una nueva escalada de tensiones.
En ese campo, hay una figura clave a la que dedicaremos esta columna de Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3): el argentino Rafael Grossi, director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). La organización es parte de las Naciones Unidas, promueve el uso pacífico de la energía nuclear y busca prevenir su uso con fines militares, incluyendo armas nucleares.
Con una trayectoria extensa en organismos internacionales, Grossi es doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad de Ginebra y se formó previamente en la Universidad Católica Argentina. Hoy, su figura se proyecta como una de las más relevantes en los esfuerzos por contener la escalada nuclear en Medio Oriente y evitar un conflicto de consecuencias globales. Estamos hablando concretamente de la posibilidad de la Tercera Guerra Mundial.
En los últimos días, Grossi confirmó daños severos en las instalaciones nucleares iraníes tras los bombardeos estadounidenses y fue amenazado públicamente por un alto asesor del régimen iraní. En 2019, cuando fue nombrado nuevo director de la OIEA, dijo: “Estamos en una situación compleja. Muchos de los pilares fundamentales en los que se basa el tratado de no proliferación están bajo presión
El Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) surgió en 1968, con el respaldo de las principales potencias nucleares de la época en el contexto de la Guerra Fría, cuando la amenaza de una catástrofe nuclear global era cada vez más palpable. Tiene el objetivo de limitar la cantidad de países con acceso a armas nucleares. Al mismo tiempo, reconoce el acceso a los usos civiles de este tipo de energía y establece el compromiso hacia el desarme nuclear.
Como en el mito de Prometeo, que robó el fuego de los dioses para entregárselo a los hombres y fue castigado por ello, la humanidad accedió con la energía nuclear a un poder que hasta entonces parecía reservado a lo divino: la capacidad de crear y destruir a gran escala. Ese fuego moderno —la fisión del átomo— trajo promesas de progreso ilimitado, desde la medicina hasta la generación de energía, pero también liberó una amenaza latente de la autodestrucción total del planeta. Es un punto bisagra en nuestra historia como especie.
Muchos de los científicos que contribuyeron a desarrollar la bomba fueron también sus primeros críticos. El propio Albert Einstein, horrorizado por los efectos de Hiroshima y Nagasaki, se convirtió en un emblema del pensamiento pacifista, mientras otros científicos impulsaron manifiestos y campañas para frenar la proliferación de armas nucleares.
El TNP entró en vigor en 1970 y estableció un sistema de tres pilares fundamentales: la no proliferación (los Estados con armas nucleares no deben transferirlas ni ayudar a otros a adquirirlas); el desarme progresivo (los países nucleares se comprometen a trabajar hacia la eliminación de su arsenal); y el uso pacífico de la energía nuclear (todos los Estados tienen derecho a desarrollar programas nucleares con fines civiles, bajo supervisión internacional).
El OIEA fue designado como organismo encargado de verificar el cumplimiento de los compromisos, dentro del marco de las Naciones Unidas.
Pese al ataque de Estados Unidos e Israel, el programa nuclear de Irán no fue destruido
Con el paso de los años, el TNP se convirtió en uno de los acuerdos internacionales más universales y relevantes en materia de seguridad global, con más de 190 países firmantes. Una voz humanista que intenta posicionarse sobre los países beligerantes en defensa de la vida humana, con una mirada en perspectiva a gran escala.
Pero volviendo a nuestro hombre, no es la primera vez que Grossi actúa en contextos bélicos. Durante la guerra en Ucrania fue un personaje clave que logró reunirse tanto con Volodímir Zelenski como con Vladimir Putin.
En declaraciones sobre su intervención en aquel conflicto, particularmente en el marco de los bombardeos rusos a la ciudad ucraniana donde se encuentra la central nuclear de Zaporiyia, dijo: “Tengo de tratar de concentrarme en mi objetivo diplomático y dejar de lado todo tipo de consideración afectiva. Por ser un país con una enorme diversidad cultural, tenemos una natural inclinación a acercarnos a otros sin mayores prejuicios”.
Sobre Putin, Grossi declaró que el presidente de Rusia está “muy decidido” y tiene “convicciones muy profundas”. “Me sorprendió su conocimiento sobre la central nuclear y sus características”, agregó.
Al mismo tiempo, habló de Zelensky, presidente de Ucrania, y dijo: “Está defendiendo su país y en un lugar de reivindicación de su espacio territorial, que ha sido ocupado militarmente”.
Es muy notorio el tono de objetividad con el que se expresa, intentando que sus declaraciones no entorpezcan las gestiones, que son en beneficio de todos. Sin embargo, no siempre es posible mantener una buena relación con ambos bandos beligerantes.
En los últimos días, Grossi fue blanco de amenazas por parte del régimen iraní. Ali Larijani, asesor del régimen iraní, declaró que el titular de la OIEA “pagará” cuando finalice la guerra, al tiempo que Irán presentó una denuncia formal ante la ONU por un supuesto “enfoque sesgado” del funcionario hacia el programa nuclear iraní. No puede haber amenaza más clara.

Larijani acusa a Grossi de haber provocado los ataques, luego de que la OIEA alertara que Teherán ha acumulado uranio enriquecido al 60%, un nivel muy cercano al necesario para fabricar armas nucleares, lo que encendió alarmas internacionales. Este porcentaje es veinte veces el que se necesita para el uso pacífico de la energía nuclear.
En una conversación con Emmanuel Macron, el presidente iraní, Masoud Pezeshkian, dijo que Irán está dispuesto a cooperar, pero no aceptará condiciones que impliquen renunciar a su desarrollo nuclear. La diplomacia europea, encabezada por Francia, Alemania y Reino Unido, intenta acelerar negociaciones para evitar una mayor escalada en Medio Oriente.
¿Está realmente el mundo ante el peligro de una guerra nuclear? Veamos qué respondía Grossi hace 5 años sobre esta perspectiva. “Existe la posibilidad de una guerra nuclear. Toda esta situación mundial está basada en la disuasión, la Destrucción Mutua Asegurada. Eso sostiene este equilibrio de terror sobre el cual vivimos”, dijo.
La Destrucción Mutua Asegurada (DMA), también conocida por su acrónimo en inglés MAD —que se traduce como “loco”— es un concepto estratégico surgido durante la Guerra Fría, que postula que si dos potencias nucleares entrarán en conflicto y utilizaran su arsenal atómico, ambas quedarían completamente destruidas, sin posibilidad de victoria.
Así, el temor a una aniquilación total actúa como disuasión extrema. Esta lógica de equilibrio del terror es la que parece potenciar a Irán a seguir adelante con la creación de su bomba a pesar de las amenazas de Israel y Estados Unidos.
Donald Trump y Volodímir Zelenski se reúnen este miércoles en La Haya durante la cumbre de la OTAN
El MAD no solo depende del arsenal, sino también de la percepción de racionalidad del adversario: si un líder se considera impredecible o suicida, el efecto disuasorio se debilita o se extingue. Por eso, el mantenimiento de canales diplomáticos, sistemas de detección temprana y protocolos de comunicación directa son fundamentales.
Si Irán adquiriera armas nucleares, cambiaría por completo el equilibrio de fuerzas en Medio Oriente e introduciría un nuevo escenario de MAD regional, con consecuencias imprevisibles para la estabilidad global.
Rafael Grossi se refirió a los efectos del ataque estadounidense a las instalaciones nucleares, y aseguró que ni siquiera el OIEA está “en condiciones de evaluar completamente los daños subterráneos en Fordow”, una de las centrales nucleares iraníes.
“Irán ha informado al OIEA de que no se ha registrado un aumento de los niveles de radiación fuera de las tres instalaciones”, manifestó.
Luego, recordó que las resoluciones anteriores de la Conferencia General “establecen que los ataques armados contra instalaciones nucleares nunca deben producirse y que podrían provocar emisiones radiactivas con graves consecuencias dentro y fuera de las fronteras del Estado atacado”. Por lo tanto, vuelvo a pedir la máxima moderación. La escalada militar no solo amenaza vidas, sino que también nos impide tomar la vía diplomática”, expresó Grossi.

En 1939, alarmado por la posibilidad de que la Alemania nazi desarrollara una bomba atómica, Einstein firmó una carta al presidente Franklin D. Roosevelt. Fue redactada por el físico Leo Szilard e impulsó el inicio del Proyecto Manhattan que permitiría la creación de la bomba y derivaría en los bombardeos en Japón.
Años después, profundamente perturbado por el uso de esas armas en Hiroshima y Nagasaki, Einstein se convirtió en un crítico feroz del armamento nuclear y en un símbolo de la urgencia por controlar su expansión. En una ocasión, dijo: “No sé con qué armas se luchará la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta será con palos y piedras”.
La humanidad tiene en sus manos un fuego tan poderoso como el de Prometeo, que puede ayudarnos a progresar, pero también a destruirnos. Está en nuestra capacidad de entendimiento y raciocinio la voluntad de utilizarlo para el bien y no para la destrucción.
A más de medio siglo del Tratado de No Proliferación Nuclear, sigue vigente la advertencia de Einstein: hemos liberado una fuerza que no podemos controlar del todo. La paz, si llega, no será solo fruto del poder militar o las negociaciones diplomáticas, sino también de la capacidad de sostener una voz serena, firme y humanista en medio del estruendo, como lo hace Grossi.
TV/ff