Las potencialidades y peligros de la inteligencia artificial (IA) siguen al tope de la agenda social y mediática. Sin desdeñar beneficios como los avances en medicina, el desarrollo de nuevos materiales o la previsión de catástrofes, las miradas de estos días se posan en el mercado laboral y en la posibilidad de que los humanos perdamos, más temprano que tarde, la capacidad de decidir sobre nuestro destino.
Un informe del Foro Económico Mundial, donde los representantes más poderosos del establishment proyectan escenarios para sus negocios, asegura que el impulso de la IA hará perder 14 millones de empleos en los próximos cinco años. Los sectores más afectados serán la administración, la seguridad y el comercio, una transformación impulsada por la digitalización y la automatización. El proceso “no tiene por qué ser distópico”, intenta tranquilizar el reporte, ya que habrá nuevas oportunidades en áreas como el análisis de datos, las tecnologías de gestión del cambio climático y la ciberseguridad. La pregunta por el destino de los que no logren adaptarse queda flotando en el aire.
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En medio de estas proyecciones, Geoffrey Hinton atizó el debate tras renunciar a su puesto de vicepresidente de ingeniería de Google. Responsable de avances que posibilitaron innovaciones como ChatGPT, los traductores automáticos o los sistemas de visión para vehículos autónomos, el británico de 75 años confesó que lamenta haber dedicado su carrera a la IA. “La mayoría de las personas pensábamos que faltaban entre 30 y 50 años para que estas cosas se volvieran más inteligentes que las personas”, confesó. Ahora cree que ese proceso se completará en menos de dos décadas.
Crítico de la capacidad de la IA para destruir empleos, pero también para sembrar internet de textos, fotos y videos falsos, Hinton advierte que “los laboratorios entraron en una carrera sin control para desarrollar e implementar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, puede entender, predecir o controlar”. Su argumento es que los sistemas digitales permiten trabajar con muchísimas copias de un mismo modelo, capaces a su vez de analizar datos diferentes y asociarse al instante para generar un conocimiento combinado y abrumador, imposible de reunir para el cerebro humano.
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Cuando le consultaron si la IA llegará a tener su propio propósito, reconoció que ese es “quizás el mayor peligro”. Como las inteligencias sintéticas son una construcción ajena a los procesos evolutivos, que a lo largo de millones de años priorizaron cuestiones como alimentarse, reproducirse y protegerse, sus próximos objetivos son una verdadera incógnita.
¿Podemos asegurar que esas metas serán benéficas para nuestra especie? “Si la máquina es inteligente, no tardará en darse cuenta de que consigue mejor sus objetivos si se vuelve más poderosa”, insiste el experto. ¿Qué pasará entonces? La respuesta es tan simple como perturbadora: solo lo sabremos cuando suceda.
MVB JL