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TRANSICIÓN PRESIDENCIAL EN BRASIL

La polarización marca la gestión de Lula da Silva

Tras la conflictiva salida de Jair Bolsonaro del poder, el líder del Partido de los Trabajadores asumió su tercer mandato este domingo 1 de enero. Las divisiones políticas y la comparación con el caso de Cristina Kirchner y Mauricio Macri en Argentina.

La polarización marca la gestión de Lula da Silva
La polarización marca la gestión de Lula da Silva | Télam

Exactamente 20 años después de su primera investidura, Luiz Inácio Lula da Silva asumió por tercera vez la presidencia de Brasil. De 2003 a 2023, mucha agua corrió bajo el puente en un país cada vez más polarizado. El presidente saliente, Jair Bolsonaro, partió rumbo a Estados Unidos. Nunca reconoció la derrota, al mejor estilo Donald Trump. El vicepresidente, Hamilton Mourao, tampoco participó de la ceremonia. En 1985 ocurrió lo mismo: Joao Figueiredo, el último mandatario de la dictadura militar, se rehusó a colocarle la banda a José Sarney.

¿Berrinches de militares sumidos en la Guerra Fría o falta de respeto a las instituciones de la república?

El manual del mal perdedor, del cual puede dar cátedra Cristina Kirchner en Argentina al negarse a transferirle el mando a Mauricio Macri en 2015, incluye la presunción fraude, que no existió, y la equiparación entre dictadores y demócratas. Las sociedades fisuradas, inclusive entre amigos y parientes, necesitan la reconciliación de sus líderes para reconciliarse a sí mismas en lugar de los pataleos improcedentes en beneficio propio. Que conserven un caudal de votos con esas actitudes no derrama en el bienestar general, sino en la egolatría de ellos mismos.

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En su léxico, el otro siempre alimenta el odio. Sea el ganador o el perdedor. Lula ganó en la segunda vuelta, por escaso margen, las elecciones más reñidas de la historia contemporánea de Brasil. En la campaña hubo asesinatos y episodios de violencia. Lula debió usar un chaleco antibalas. Más aún Bolsonaro, apuñalado en las presidenciales de 2018. ¿Qué queda de su gobierno? La catástrofe de la Amazonía, la vía libre para la portación de armas y el negacionismo frente a la pandemia, entre otros asuntos pendientes. Decretos criminales, según Lula. Sin espíritu de venganza, aclaró, a pesar de los 580 días que pasó en prisión.

Cientos de seguidores de Bolsonaro se congregaron desde las elecciones del 30 de octubre frente a los cuarteles para instar a un golpe militar. El colmo: la detención del empresario George Washington de Oliveira Sousa. Había instalado una bomba dentro de un camión cisterna de combustible para impedir la toma de posesión de Lula. El Batallón de Operaciones Especiales desactivó 40 kilos de explosivos en Gama, distrito de Brasilia, a 35 kilómetros de la zona de los ministerios. El plan era provocar el caos, obligar a las autoridades a declarar el Estado de sitio y permitirles a los militares tomar el poder.

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En ese contexto asumió Lula, con una sociedad partida al medio entre aquellos que lo tildan de salvador, más allá de la compra de votos en el Congreso por medio del mensalão (mensualidad) y el lavado de dinero por recibir un departamento en el balneario de Guarujá de la constructora OAS para obtener contratos con Petrobras, y de aquellos que lo consideran un delincuente. Con un gabinete variopinto de 37 carteras, integrado por ministros de izquierda, centro y derecha, pretende atenuar su debilidad frente al mayor obstáculo. No tiene mayoría de número en la Cámara de Diputados ni el Senado. Una falla de origen.

JL