El miércoles 4 de noviembre de 2020 Diego Maradona fue operado de un hematoma subdural crónico, un coágulo de sangre entre dos de las membranas que cubren el cerebro.
El ídolo, de cuya muerte se cumplen dos años este viernes, había llegado a la clínica Olivos de La Plata en un estado de confusión, irritable y con abstinencia por su adicción al alcohol y a las benzodiacepinas (fármacos con efectos sedantes).
Después de una intervención sin complicaciones, quedó internado contra su voluntad. La familia y los médicos de cabecera -un equipo liderado por Leopoldo Luque- habían asumido ese riesgo para no judicializar el proceso.
Al día siguiente, el acompañante terapéutico Carlos Cottaro recibió un llamado de uno de los médicos involucrados. "Lo plancharon. Necesitamos que vaya alguien que entienda de adicciones y abstinencia, porque cuando se despierte, no sabemos con qué nos vamos a encontrar", le informaron.
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Cottaro podía preverlo: Maradona había consumido alcohol, tabaco y otras drogas durante 20 años y atravesado 19 internaciones. Cuando logró salir, se especializó en prevención de adicciones y se convirtió en operador de calle y socioterapéutico. Con esa experiencia, empezó a armar un equipo de acompañantes para el astro.
La abstinencia, en efecto, pasó a ser el problema central. Con el paso de las horas, Maradona estaba cada vez más irritable, con problemas de sueño y arrancándose la vía del suero. La psiquiatra Agustina Cosachov describió un cuadro de desorientación, temblores en las manos, discurso incoherente, “alternancias de momentos de tranquilidad con otros de excitación y deseo de consumir”.
El sábado 7, Cottaro hizo la primera de cinco visitas. Así lo contó para el libro La salud de Diego, de Nelson Castro: "Cuando se despertó, le agarré la mano y le dije que estaba ahí para ayudarlo y acompañarlo, y que me iba a quedar con él en la habitación. Lo aceptó bien, y ahí empezó una muy buena relación que tuvimos a través de charlas sobre la familia y el barrio, su parte más humilde. Se emocionaba y lloraba cuando hablaba de la madre. A veces se despertaba diciendo “mamá, mamá, mamá”. Yo lo abrazaba, lo tranquilizaba. Le aclaré que no le pediría fotos, autógrafos ni camisetas: “No te confundas, yo solamente quiero que estés bien”.
Fútbol y tango
“Era muy importante la presencia de alguien que supiera de esta problemática”, dice ahora Cottaro. Si surgía un tema relacionado con la adicción, buscaba evitar la ansiedad y profundizar para que el ex jugador pudiera descargarse hablando.
Conversaban sobre fútbol y cantaban tangos. “Tenía una relación distinta con cada una de las hijas [Dalma, Gianinna y Jana], pero los cuatro querían que todo mejorara -asegura-. El problema es que había un apuro porque nadie sabía qué hacer”.
El acompañante llegó a pasar jornadas de 12 horas en la clínica de Swiss Medical, algunas de ellas mirando la cámara que enfocaba la cama de la habitación. En ese tiempo fue entendiendo que la definición que solía usar del término abstinencia -el espacio entre la ultima y la próxima dosis- tenía una resonancia distinta en el caso Maradona. "Era abstinencia de vida: de la que había llevado y ya no podía tener", le decía a este cronista el profesional de la salud mental.
Para mantener al ídolo en calma, un grupo de asistentes y custodios le alcanzaban algunas de sus comidas preferidas (pizza, papas fritas, picadas, churros), lejos de la dieta que prescribía la clínica.
Más allá de la evidente contraindicación, a Cottaro le preocupaba que esa dinámica anulara la posibilidad de trabajar con su “daño interno”. Un día, mientras lo bañaba junto a un enfermero, le enjabonó la pierna izquierda. El ídolo soltó una frase lúcida y melancólica: "Seguí frotando, pero ya no sale magia".
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Con el paciente atrapado en el pasado y el entorno obstaculizando la recuperación, el trabajo quedó trunco. “No me escuchaban, porque a nadie le importaba en realidad lo que hacía con él. Sólo querían que estuviera tranquilo”, lamenta.
Cottaro llegó a la conclusión de que quienes decían quererlo y cuidarlo, no lo respetaban como persona. La crítica también alcanza a los profesionales. "Entraban de a cuatro o cinco médicos para preguntarle cómo estaba, lo miraban y se iban. No le revisaban nada. Lo mismo las enfermeras. Todos le decían que lo veían bien. Cuando se iban, se brotaba: ´Si estoy tan bien, ¿por qué no me dejan ir?´".
La última mudanza
Por insistencia propia, consejo de sus médicos y aprobación de la prepaga, Maradona abandonó la clínica el miércoles 11 de noviembre. Su nueva casa estaba en el barrio privado San Andrés, del partido bonaerense de Tigre. Enseguida se demostró que lo que debía ser una internación domiciliaria estaba muy lejos de serlo, sin elementos para atender eventuales emergencias.
El ex capitán de la Selección fue alojado en el playroom junto a la cocina, con la ventana tapiada, un inodoro ortopédico y un sillón masajeador al que los custodios le decían “la practicuna”.
Uno de los acompañantes designados era Alejandro Cottaro, hermano de Carlos, pero enseguida lo apartaron. “Le dijeron que se fuera y que controlara a Diego desde la puerta, para que no lo viera”, recuerda el especialista.
“Pensaban que nuestra función era complementaria, que estábamos haciendo bulto”. Antes de eso, había propuesto a Cosachov armar un grupo de WhatsApp donde se informara, hora por hora, cómo estaba Maradona, cómo dormía y quién lo visitaba. Fue desoído.
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"El miedo que ellos tenían era que él dijera: ´No los quiero más a ninguno, váyanse todos´. Nadie quería perder su lugar. Iban sacando a los que podían, y los primeros fuimos nosotros", expresó el ayudante terapéutico.
Los días en Tigre fueron caóticos: enfermeros, médicos y empresarios que no lograban -o no querían- cumplir con sus obligaciones; asistentes que no asistían; un paciente que no podía con sí mismo. Esa combinación fatal derivó en el final del miércoles 25 de noviembre, cuando el corazón de Maradona se detuvo para siempre.
Contra lo que algunos se empeñaron en repetir desde entonces, Cottaro está convencido de que “él quería vivir, pero no sabía cómo”.
-¿Qué más se podría haber hecho?
-Si pensás en Maradona, no hay nada que hacer, porque ahí manda el Diego. Pero si lo ponés en el plano del paciente, cambia la cuestión. Había una dificultad enorme de las hijas para ayudar a alguien que no reunía todas las condiciones para dejarse ayudar. Cuando el entorno no es sano, siempre termina triunfando lo tóxico".
-Más allá de la tristeza, ¿qué rescatás de tu trabajo con él?
-El hecho de que, seas Maradona o el último pibe que no tiene un lugar donde vivir, la enfermedad es igual para todos los adictos. Eso te pone en un plano de igualdad, porque [la adicción] es la enfermedad del alma.
-¿Cambió algo tu forma de trabajar desde entonces?
-Confirmé mi pensamiento y mi sentimiento: no hay recuperación sin amor. Le di todo el amor que pude. A veces se enojaba conmigo cuando le marcaba un error, pero el amor también es ser responsable.
BL PAR