La analista política y directora de Management & Fit, Mariel Fornoni, advirtió que La Libertad Avanza (LLA) enfrenta dificultades para mantener a sus votantes: la salida de José Luis Espert, vinculado al empresario narco Federico "Fred" Machado, y su reemplazo por Diego Santilli no logró mejorar la situación. Así lo explicó "La Libertad Avanza rompió su contrato moral: no ser casta ni ser corruptos", en el programa Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190), al analizar cómo este incumplimiento podría modificar la intención de voto y abrir espacio a otras alternativas.
La analista política Mariel Fornoni es consultora en opinión pública y directora de la consultora Management & Fit. Además, es licenciada en Administración de Empresas por la Universidad Nacional de Mar del Plata y realizó estudios de doctorado en Economía y Empresariales en la Universidad de Valencia. Durante su carrera, trabajó como consultora para el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, y se desempeña como docente universitaria y conferencista.
Quizás este sea uno de los momentos más complejos en la Argentina —y probablemente en el mundo, aunque especialmente en nuestro país— para intentar anticipar resultados electorales a través de las encuestas. Es un trabajo arduo y de enorme incertidumbre: el futuro resulta imposible de prever. Más vale apoyarse en herramientas de análisis que recurrir al azar para adivinar quién ganará, sabiendo que buena parte del electorado define su voto en los últimos días. Aun así, con las distintas “fotos” que ofrecen, ¿qué panorama observás hoy?
Primero puedo hacer una breve introducción sobre esto, porque sí, es cierto. Durante mucho tiempo, incluso, las encuestas llegaron a suplantar el debate político: no importaba qué pensaba cada candidato, sino cuánto medía. Hoy, la gente cada vez más reserva su voto. Es más complejo llegar a los ciudadanos y descifrar lo que realmente sienten.
Además, existe bastante confusión, porque los electores están votando candidatos que hoy comparten listas con personas que, hace dos años, eran rivales. Ganaba uno y parecía que cambiaba todo; ganaba el otro, lo mismo. Frente a tanta incertidumbre, y en un contexto donde cada vez menos personas confirman hasta último momento si acudirán a las urnas —y la decisión no es homogénea—, sucede que, como ocurrió en la provincia de Buenos Aires, quienes solían votar al PRO o a Juntos por el Cambio dejaron de participar, lo que altera los resultados.
Lo positivo es que todos comprendemos que esto es solo un indicador y no refleja lo que ocurre realmente. No es como una carrera de caballos, donde uno mide 4,31 y otro 5,32. Antes, los encuestadores eran la única referencia para anticipar lo que iba a pasar. Evidentemente, eso no ocurrió y, por fortuna, no somos el centro del análisis político.
Dicho esto, ¿qué observo? Se trata de un gobierno que mantuvo un fuerte respaldo en la opinión pública durante los dos primeros años y que hoy empieza a mostrar señales de cambio. Mario Wainfeld escribió el sábado un artículo explicando que hubo una etapa marcada por temor, pero que comenzó a diluirse. De manera similar, Gustavo comentaba ayer que, por ejemplo, en el círculo rojo comienzan a surgir voces que antes no se atrevían a emitir juicios.
¿Notás que ese apoyo inicial que tuvo el gobierno hoy está disminuyendo en las expectativas?
Creo que hay múltiples factores, y uno central: la corrupción. Las sospechas de irregularidades afectaron la línea de flotación del Ejecutivo. El votante de Milei, al igual que el tradicional de Juntos por el Cambio, es muy sensible al tema de la corrupción. Tal vez esto no ocurre en otros segmentos. Se podría decir que cada grupo tiene su “fortaleza particular”: por ejemplo, el electorado peronista prioriza el crecimiento económico.
Si un gobierno como el de Alberto Fernández —que no está particularmente asociado a hechos de corrupción, salvo el caso de los seguros— no muestra avance económico, resulta casi imperdonable. La situación financiera preocupa especialmente a los votantes del Frente Patria, atentos a la pobreza, el desarrollo, la inflación y el aumento de tarifas.
Aquí la corrupción se vuelve un asunto muy delicado. Además, se da una combinación: sospechas de irregularidades y ausencia de crecimiento. Cuando a la población le va bien, tiende a mirar hacia otro lado; pero si la situación empeora, esa conjunción se vuelve letal. Esto también ocurrió con el peronismo, como en la época de Menem. Al inicio se perdonaban muchas cosas, pero cuando la convertibilidad mostró signos de debilidad, se empezaron a cobrar errores.
Este gobierno llegó con un contrato moral muy fuerte y hoy está rompiendo su principal compromiso: “No somos casta, no somos corruptos”. De hecho, el eje de la campaña fue “Vuelve el kirchnerismo, vuelve la corrupción”. Una parte importante de ese electorado se está replanteando si este es el rumbo correcto.
En la provincia de Buenos Aires enfrenta a un candidato que, dentro del peronismo, se distingue porque tanto aliados como opositores reconocen su integridad. Esa característica aparece como una singularidad: es injusto pensar que todo el partido esté atravesado por la corrupción, pero en el imaginario del antiperonismo eso pesa. Además, hay un gobernador —casi el 40% del país— que respalda a un candidato sin señalamientos de corrupción, mientras que en La Libertad Avanza los postulantes sí tienen esa carga.
Tampoco hay muchas respuestas: los diputados citan a Karina Milei al Congreso y no hay reacciones contundentes.
Las crisis frente a los escándalos se resolvieron con silencio, lo que naturalmente genera más sospechas. Este gobierno está muy anclado en las expectativas y la confianza. Cuando la gente confía, otorga más tiempo para actuar porque cree que se está en el camino correcto. En nuestras encuestas preguntamos: “¿Cuánto cree que necesita el gobierno para responder a sus problemas?”. La respuesta era un año o un año y medio, pero ahora ese margen empieza a acortarse, porque la confianza se erosiona. La falta de confianza reduce el tiempo disponible.
Aquí hay un caso curioso. En líneas generales, al peronismo se le perdona la corrupción hasta que la economía falla —el ejemplo clásico es Menem—. Pero ahora el orden se invierte: no es que la economía deje de funcionar y por eso la corrupción se castigue; es la corrupción la que empieza a generar problemas económicos.
Este análisis muestra cómo cada fuerza tiene fortalezas que, al mismo tiempo, revelan vulnerabilidades. Se ve claramente cuando segmentamos a la población y analizamos sus preocupaciones. Por ejemplo, entre los votantes de Fuerza Patria, la pobreza, el aumento de tarifas y la inflación son prioritarios, y esto coincide con estratos socioeconómicos y educativos específicos. Tal vez sea un reflejo de la pirámide de Maslow: cuando las necesidades básicas están cubiertas, se priorizan otros temas. También influye el segmento de votantes.
Entonces, para el votante no peronista, si el eje es “rompiste el contrato de honestidad y corrupción” y percibe similitudes con el kirchnerismo o el peronismo, aunque solo sea en el imaginario, ¿tendrían algún efecto electoral hechos como que el dólar baje a 1300, el acuerdo con Estados Unidos o las inversiones de OpenAI?
Evidentemente, no todas las medidas tuvieron el efecto que podrían haber tenido. Quizás, en otro contexto, sin experiencias previas similares, habrían generado un impacto mucho más fuerte. En algunos segmentos de votantes es una buena noticia, pero también altera la agenda. El oficialismo no podía salir de esa agenda.
El caso del diputado nacional José Luis Espert ocupó cuatro o cinco días de los quince que quedan de campaña. Cambia la agenda, pero deja secuelas: nada es indemne, quedan cicatrices. Cuando algo te llama la atención, luego empieza a repercutir; es una acumulación de factores. ¿Cuánto podría sacar el gobierno a nivel nacional, considerando todo margen de error y que en dos semanas todo puede cambiar? ¿La discusión es si alcanza entre 30 y 35%?
También creo que fue un error plebiscitar. Envalentonado por lo sucedido en la Ciudad de Buenos Aires, se sobrevaloró la elección de la provincia, que era provincial y donde todos los oficialismos estaban ganando. Era lógico que ganara, pero se interpretó como una elección nacional. Hoy sucede algo similar: hablar de 50 puntos genera expectativas muy altas, y la diferencia entre esas expectativas y la realidad se traduce en decepción.
En septiembre lo teníamos en 39 puntos, con las consideraciones del caso. Puede bajar. Actualmente, notamos más intención de votar, que antes estaba cerca del 60% y ahora se acerca al 70%. Es un buen síntoma para el gobierno: más gente acudirá a las urnas. Si el resultado es de 40 puntos, sigue siendo significativo. Si baja a 30, con expectativas de 50 y un nivel de aprobación del 50%, es muy bajo. La diferencia entre 30 y 50 es enorme.
También hay que considerar la diferencia entre primera vuelta y balotaje. Él tenía 30; mantener ese número indica que no se capitalizó nada. Probablemente no serán 30, porque el PRO debería sumar entre 35 y 39. Sin embargo, muchos votantes del PRO y de Juntos por el Cambio no apoyan ese espacio por el contrato moral, y buscan otras opciones: gobernadores, Provincias Unidas, Potencia Buenos Aires o la izquierda.
Esta es una elección legislativa. No es un juego de suma cero: si no gana uno, no necesariamente gana el kirchnerismo o La Libertad Avanza. Pueden ganar varios espacios, y los votantes pueden incorporar distintas visiones.
La diferencia entre 30 y 40 —suponiendo que ese sea el tamaño del peronismo— plantea cuántos de los votantes del PRO en el balotaje seguirán acompañando este contrato moral, y cuántos de los electores de La Libertad Avanza que votaron por la economía continuarán haciéndolo, decepcionados porque la promesa no se cumplió. Según encuestas, uno de cada cuatro votantes del violeta no volvería a elegir ese espacio por descontento con la economía, y uno de cada tres votantes del amarillo se alejaría por la ruptura del contrato moral.
Ahora bien, eso es lo subjetivo. En lo concreto, lo que define el escenario es cuántos diputados y senadores ingresan y cómo queda conformado el Congreso. En ese sentido, las listas de La Libertad Avanza son diversas y generan posiciones encontradas, incluso entre sus propios votantes, algo que también ocurre dentro del peronismo.
No está claro si los intendentes impulsarán la boleta del Frente Patria con la misma fuerza que en la provincia de Buenos Aires, ya que muchos quedaron relegados en las listas. Aquella fue una alianza entre el massismo, el kirchnerismo y el sector de Kicillof, que no dejó conformes a todos. Por eso, más allá de si el oficialismo obtiene 30, 35 o 45 puntos, el resultado no cambiará sustancialmente la composición del Congreso: no alcanzará la mayoría.
Si uno de cada tres votantes del PRO no acompaña a Milei, y uno de cada cuatro de sus propios votantes se aleja, eso implicaría una pérdida del 14% respecto del 56% que obtuvo. Es decir, podría rondar los 40 puntos.
En septiembre estaba en 39; luego bajó, pero ahora parece estar recuperando terreno. Entre los dos escenarios posibles, es más probable que se ubique entre 35 y 40 puntos que entre 30 y 35. Sin embargo, una diferencia de algunos puntos no modifica demasiado el equilibrio legislativo, aunque sí el poder político del Gobierno.
Además, al día siguiente de la elección comenzará la carrera hacia 2027. El respaldo que tuvo el Ejecutivo en la primera mitad de su gestión no será el mismo en la segunda. Su fuerza dependerá del poder real que conserve y de la capacidad para construir alianzas que le permitan aprobar reformas. Nadie ganará del todo, pero nadie perderá completamente.
En la práctica, el Gobierno deberá tejer acuerdos con gobernadores y distintos bloques para avanzar con las leyes, ya que hoy no tiene margen para reformas que requieran los dos tercios. Con el 51% puede aprobar normas, siempre que la oposición no alcance los dos tercios necesarios para vetarlas. Por eso, se esperan pactos más acotados: pequeñas reformas laborales o fiscales, negociadas con los gobernadores y sectores afines. El poder de los mandatarios provinciales crece, en un escenario de fragmentación política que reemplaza la vieja polarización entre dos fuerzas.
Como señalaba el embajador de Estados Unidos en Argentina, Peter Lamelas en el Senado, "Argentina es un país federal". Y hoy los gobernadores ganan peso: incluso asesores extranjeros buscan negociar directamente con ellos, canalizando inversiones hacia sus provincias a cambio de apoyo legislativo.
A eso se suma un dato clave: la gente no quiere volver atrás. En las encuestas, las peores imágenes corresponden a figuras que ya estuvieron en el poder —Cristina Fernández, Alberto Fernández, Mauricio Macri y Sergio Massa—.
Lo que le falta al Gobierno actual es territorialidad y gestión. Y eso, justamente, es lo que tienen los gobernadores. Por eso su rol será central en el Congreso y en la construcción de nuevas alianzas políticas. Provincias Unidas puede convertirse en una fuerza relevante en los próximos años, con liderazgo todavía por definirse.
Según Jaime Durán Barba, si se suman los votos del peronismo y los de La Libertad Avanza junto al PRO, no llegan al 80%, sino al 75%. Con una participación estimada en el 60%, eso significa que el peronismo y el antiperonismo juntos representan apenas la mitad del electorado.
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Ahí aparece una gran oportunidad: un 50% que no se siente representado. Dentro de ese grupo hay un segmento desmotivado que directamente no va a votar. No se trata solo de jóvenes, sino también de adultos mayores que antes participaban con entusiasmo y hoy se sienten desencantados. Ese electorado podría convertirse en la base de una tercera fuerza, si alguien logra despertar en él una nueva motivación y la esperanza de que las cosas pueden cambiar.
MV