Aristóteles creía que dominar a los animales era necesario para distinguir lo bueno de lo malo, y así decidir quién podía pertenecer a la comunidad política; Kant estaba convencido de que las demás especies no tenían moral ni capacidad de razonar; para Descartes, eran máquinas incapaces de sufrir. Aunque son ideas que perduran entre buena parte de los humanos, la evidencia empieza a refutarlas con una potencia inédita.
La etología -el estudio de la conducta y la comunicación de los animales- se centra cada vez más en su lenguaje. Hoy sabemos que los delfines se llaman unos a otros por su nombre, que los perros leen emociones en nuestras caras, que los monos tití conversan por turnos, y que ballenas, pulpos y abejas tienen su propia gramática.
Lenguaje canino: Aprendé el idioma de los perros
No sólo sorprende; también es importante entenderlo para empezar a pensar de otra manera. La biología, de hecho, ya define a la inteligencia como la facultad de afrontar los desafíos propios de cada especie. Así, desde el punto de vista de las hormigas, somos malos para el trabajo en equipo, y desde el de los perros, terriblemente torpes para guiarnos por el olfato, advierte con astucia la investigadora Eva Meijer en su libro Animales habladores (conversaciones privadas entre seres vivos).
La idea de que los humanos somos el centro de la existencia puede llevar a la opresión y a la violencia contra los animales. La neerlandesa propone un enfoque opuesto: aprender más sobre otras formas de comportarse y comunicar puede llevarnos a interacciones más justas y sensibles. La esperanza también es disruptiva: “Al explicar mejor lo que decimos, de maneras comprensibles para los animales, podemos formar nuevos mundos compartidos”.
FM JL