El Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, quinta edición (DSM-5) —en español, Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5)— es la actualización de 2013 del mismo documento del año 2000, DSM-4, una herramienta de clasificación y diagnóstico publicada por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés). A pesar de la abundante bibliografía al respecto, tanto científica como divulgativa, el DSM-5 –hasta donde se tiene conocimiento- todavía no ha incluido a la compassion fatigue, la fatiga de la compasión, en su extensísimo elenco de patologías psiquiátricas, psíquicas y emocionales. Al 9.07 de este año Google recoge al respecto 14.300.000 resultados en inglés y 434.000 en español, cifras nada despreciables.
Muy sucintamente expuesta la fatiga de la compasión es el síndrome que provoca cansancio, desaliento, desesperanza, frustración, impotencia, desilusión, tristeza, depresión, agotamiento, sensación de soledad, abatimiento, dificultades de comunicación, problemas para la introspección, resistencia a pedir ayuda y muy escasa resiliencia… básicamente entre quienes se dedican a las profesiones asistenciales, del cuidado y de la protección: personal sanitario, de seguridad y vigilancia, de auxilio, de rescate, de ayuda y apoyo espiritual, de solidaridad con los más desfavorecidos, de ONG’s ocupadas de casos de extrema vulnerabilidad y/o en situaciones de violencia…
Desde el comienzo de la pandemia, en marzo de 2020, se ha añadido a este síndrome la fatiga del Zoom (Google, 729.000 resultados en español, 23.200.000 en inglés), también descrita profusamente, y que viene a consistir en la profunda decepción por una plataforma que nos prometía comunicaciones cuasi reales, o al menos virtuales por medio de rostros y voces ubicuos, pero que en las que las más de las veces son meras flatus vocis: se nos pide amablemente –y conminatoriamente también- que silenciemos nuestros micrófonos y apaguemos nuestras cámaras para garantizar mejor calidad del ancho de banda de quien hace uso solitario/totalitario/dogmático de la palabra, impidiendo o al menos dificultando todo diálogo verdadero y genuino, salvo por medio de emoticones ridículos y estentóreos o de brevísimas y siempre políticamente correctas preguntas en un chat exiguo cuyo aciago destino es el de quedar casi siempre sin respuesta pues el tiempo apremia a los oradores, tan inmisericorde como implacable, tal vez con destino todos ellos a un nuevo Zoom en apenas cuestión de minutos y para relatar lo mismo ya anunciado.
El promedio mundial es de dos Zoom al día con una duración estimada para cada uno de ellos es de 40 minutos para las reuniones individuales y dos de 75 minutos para las grupales, es decir, 80 y 150 minutos, o de un hora y veinte y de casi 3 horas, en este último caso un 66% de una jornada laboral de 8 horas, que ya no existe (todos estamos dedicando al trabajo on line mucho más tiempo que al presencial, informe Bloomberg 2021, 10.5/11 horas diarias).
Desde el comienzo de la pandemia, en marzo de 2020, se ha añadido al síndrome la fatiga del Zoom
Las enconadas competencias de Google Meet, Microsoft Teams o Webex, por citar a las más utilizadas, no parecen ofrecer resultados mucho más satisfactorios, voces enmudecidas coercitivamente y rostros convertidos en fantasmagóricos y desencarnados espectros. Es bien cierto, y debe reconocerse, que apenas hay medios alternativos para estar en contacto en estos tiempos del Covid-19 y que estas plataformas permiten reunirse a quienes, familias, amigos y colegas, muchas veces distantes, tal vez no tendrían ninguna posibilidad de lograrlo de otros modos, que proporcionan información relevante a los ciudadanos y a los equipos de trabajo, que alientan y animan a los entristecidos y desmotivados. Es sin duda la contracara de la fatiga del Zoom, los muy felices encuentros y rencuentros del Zoom, la era de los contactos y del estar en contacto, el #new deal#, el nuevo contacto/contrato de la presunta y presuntuosa proximidad imposible y hasta ahora impensable.
Pero como sabia y sagazmente escribió alguna vez el profesor Albarello no son ni mucho menos lo mismo contacto, comunicación y comunión. Tal vez sea tremendamente injusto esperar de la empresa fundada por Eric Yuan en 2011 que nos ofrezca esa amplia gama de prestaciones. Quizás por tal motivo ésa fue y sigue siendo precisamente su promesa de marca: “mantenernos conectados”. No más. En ese caso no estaríamos tan lejos de los penosos rasgos que caracterizan a la fatiga de la compasión y sería muy saludable que el futuro DSM-6 las contemple a ambas para incluirlas en su por ahora extraordinariamente elitista, restrictivo y miope nomenclátor, más atento a los desórdenes psiquiátrico-bioquímico-organicistas que a los psíquico-emocional y espirituales.
*Profesor de Ética de la comunicación, Escuela de posgrados en comunicación, Universidad Austral.