OPINIóN

A 30 años del atentado a la embajada de Israel: "Una inteligencia artesanal, un Estado débil"

Hoy se cumple un nuevo aniversario que refleja el desinterés y/o descuido de la política en materia de seguridad e inteligencia.

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30 años de la explosión en Embajada de Israel. | NA

Hoy se cumplen 30 años del atentado a la Embajada de Israel en Argentina. Un nuevo aniversario que refleja el desinterés y/o descuido de la política en materia de seguridad e inteligencia. Una debilidad que se profundiza a lo largo de los años, producto del manejo de los servicios de modo “artesanal”, sujeto a intereses políticos.

Por fuera de cualquier vínculo ideológico-político, y lejos de una expresión ingenua sobre el rol de la inteligencia en nuestro país, debemos ser conscientes de la relevancia de su función a nivel mundial. La inteligencia permite contar con datos certeros que permitan la anticipación y prevención de incidentes que alteren la seguridad nacional, algo fundamental en el mundo globalizado y civilizado. 

La experiencia nos marca que la conducción de las estructuras de inteligencia no ha sido patrimonio de profesionales en el tema. El manejo “artesanal” en base a afinidades políticas no ha dado buenos resultados. Las decisiones sustentadas en la coyuntura, en lo inminente, en base a la opinión pública o a un reclamo puntual carecen de profesionalismo, y nos deja como bufones ante los ojos del mundo. Este problema trasciende las fronteras nacionales, con repercusiones vinculadas al desprestigio en materia de seguridad y garantías. Para el mundo organizado somos cada vez menos confiables.

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Atentado a la Embajada de Israel

Hoy, el resto de los países nos ven con recelo y sus agencias de inteligencia, que colaboraban de alguna manera en la resolución de conflictos, nos miran con descrédito por cuestiones de mala práctica, divulgación no deseada de información y temas vinculados a la falta de profesionalismo. A los ojos del mundo, somos poco confiables.

Así como la opinión pública expresa la falta de credibilidad de Argentina en materia económica, lo mismo sucede con nuestras prácticas de seguridad e inteligencia. Esto acontece cuando uno es impredecible, porque no está sujeto a las reglas de juego de las relaciones internacionales, y del mundo. Esta dificultad no se produce por mera transgresión, sino porque somos desordenados, incapaces de predecir y anticipar circunstancias de seguridad nacional.

Si nuestro país carece de capacidad de investigación criminal, menos aún tiene los recursos para abordar un atentado terrorista de la magnitud que vivimos, y  reincidimos. Pero no se trata de falta de recursos humanos, sino de un acto de nepotismo que trasciende los partidos políticos. Un tipo de reclutamiento que priorizó la afinidad, en vez de la capacidad, experiencia y formación académica, y que hoy acumula miles de empleados que carecen de práctica y capacitación adecuada.

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Los servicios de inteligencia terminan siendo una herramienta útil para los funcionarios de turno, que la toman a disposición de sus necesidades. El secreto de la actividad agrava aún más su uso desviado. Hoy vivimos una inteligencia que asimila a los manotazos de un ahogado, estamos en una etapa terminal.

Así, perdemos personas muy capaces en la materia. Si bien la actividad demanda una profunda vocación de servicio, en nuestro país termina repeliendo los buenos agentes que, al no encontrar albergue y respaldo en las instituciones de seguridad, deciden emigrar hacia nuevos horizontes donde sean valorados como recurso.

El esclarecimiento de un hecho terrorista puede llevar años, sin embargo a casi 30 años del primer atentado aún no tenemos ninguna línea certera que nos permita avanzar la causa. La evidencia indica que la Argentina como Estado es incapaz de tomar decisiones en materia de seguridad y menos en el orden globalizado. Internacionalmente, esperamos que un país más poderoso nos comparta información porque no tenemos un sistema útil y fiable de alerta. No podemos proyectar escenarios futuros en el mediano y corto plazo que nos permitan garantizar las instituciones. La inmediatez y la coyuntura se quedan con los pocos recursos que destacan producto de la habilidad de quienes realizan sus funciones.

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Un estado débil es un estado incapaz de anticipación y prevenir incidentes. Nos encontramos sobre la marcha resolviendo los problemas una vez suscitados, lidiando con las consecuencias, en vez de desarrollar elementos que permitan la prevención y anticipación, producto de una falta de política de estado en materia de inteligencia.

En este nuevo aniversario del primer atentado terrorista que sacudió al mundo, con nuestro país como epicentro, se sigue aclamando una respuesta seria desde un abordaje profesional.    

 

* Carlos López, especialista en seguridad e inteligencia.