Durante años, la creatividad fue un término asociado exclusivamente a artistas, diseñadores o publicistas. En realidad, cualquiera que se anime a pensar diferente, cuestionar lo obvio y buscar nuevas maneras de resolver problemas puede tener una vida creativa. Hoy aparece una nueva instancia histórica: ¿Qué pasa con la creatividad en tiempos de inteligencia artificial?
En estos tiempos, cualquier persona puede pedirle a un modelo generativo que actúe como un agente creativo y devuelva veinte respuestas distintas en segundos. Muchas de esas ideas son buenísimas. Y aquí aparece un nuevo acto creativo: el de elegir en lugar de generar. Decidir cuáles de esas ideas nos representan mejor, cuáles conectan con el público al que nos dirigimos, cuáles vale la pena defender. De nuevo, aparece la importancia del factor humano: en la decisión, en la toma de posición y en la emoción que sostiene una elección.
Esto no les gusta a los autoritariosEl ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.Hoy más que nunca Suscribite
La creatividad no consiste en tener ocurrencias geniales, sino en convertirlas en iniciativas concretas que mejoren algo o que resuelvan un problema real. La IA puede ayudarnos a pensar más rápido, pero solo las personas podemos decidir qué vale la pena hacer.
Creatividad y sus riesgos
Por otra parte, es bien sabido que la creatividad implica riesgo. Cada vez que alguien propone algo diferente, desafía intereses, estructuras o jerarquías. Por eso, ser creativo también requiere adoptar en paralelo una mirada estratégica: es clave saber cuándo decir, cómo presentar o cómo negociar una idea para que prospere sin que se bloquee por egos o miedos.
La fantasía de la inteligencia artificial
En este punto, la IA ayuda a explorar escenarios, anticipar reacciones y simular respuestas antes de presentar una idea. Pero no asume riesgos ni lee los climas emocionales de una organización. Es la persona la que debe interpretar cuándo y cómo avanzar.
En esta misma línea, destaca el hecho de que la creatividad organizacional no se trata de tener una sola gran idea, sino de generar repertorios de soluciones y saber cuáles aplicar en cada contexto. Aquí la IA puede ser útil para evitar la “cámara de eco”, ese efecto por el cual todos “piensan igual”. Las máquinas abren el juego, producen volumen y sugieren caminos nuevos.
En cualquiera de los casos, debe prevalecer la visión de la IA como copiloto y no como reemplazo. Las ideas que conmueven nacen de la empatía, no del cálculo. Las nuevas narrativas solo impactan cuando son humanas.
Depender demasiado de las herramientas automáticas tiene un riesgo adicional. Cuando dejamos de ejercitar el pensamiento creativo, perdemos espontaneidad. La sensación cada vez más frecuente de que “no podemos hacer nada sin un asistente de IA” es una señal de preocupación. Y una a la que deberíamos prestar particular atención: la Universidad de Toronto detectó en un estudio reciente que el pensamiento divergente de sus alumnos (es decir, la capacidad de generar múltiples soluciones para un problema) disminuyó 42% en apenas cinco años.
¿Es posible lograr el equilibrio y usar las herramientas tecnológicas para potenciarnos? Por supuesto que sí. Pero para que ello ocurra, hay que tener siempre presente que la creatividad se entrena, se practica, se mantiene viva en la interacción con otros. Y no vale ni alcanza con pedirle a ChatGPT que nos diga cómo ser más creativos.