Cuando desde el feminismo afirmamos que “lo personal es político”, estamos diciendo que los márgenes mismos de lo que se entiende por política han sido modificados: ya no estamos dispuestas a admitir que haya zonas donde la simetría, la decisión conjunta y el diálogo estén excluidos.
Cuando construimos una denuncia cultural permanente e indeleble sobre los cimientos mismos que le dieron origen a la sociedad occidental a través del término “patriarcado”, lo hicimos para visibilizar un sistema de poder totalizante donde las mujeres estaban obligadas a moverse siempre en una lógica de minoría, “minorizante”.
Estos elementos (y otros) nos permiten decir sin temor a equivocarnos que el feminismo es uno de los núcleos fundamentales de la masa crítica que funciona dentro de los sistemas democráticos. Esa herencia de la que no podemos olvidarnos sino, por el contrario, en la que debemos reivindicarnos, nos permite reconocer, y además y sobre todo saber, que no somos las recién llegadas de la política.
Es por eso que debemos resistir y no introyectar esa doble caracterización según la cual el “aporte femenino” a la política se trataría de nuevos valores que son intrínsecamente propios de nuestro género y, derivado de esto, que conformamos un colectivo homogéneo con características esenciales y diferenciadas. Sobre lo primero contestamos que sobre los valores que profesamos practicamos una creencia profunda y honesta, y no una utilización: por eso nuestra acción se convierte en una pasión militante que trasladamos a todos los espacios que transitamos. Respecto de lo segundo: ningún valor que no pueda ser asumido por cualquier persona merece ser calificado como tal.
Decimos esto porque en la política ya no aceptamos la impunidad del poder explícito de los hombres: también queremos ostentar y detentar ese poder. Queremos, al menos, ser igualmente explícitas.
Aclaremos que nuestro derecho al poder no se trata de igualarnos con los hombres, no queremos ser como ellos: en todo caso ellos deben abandonar el modelo que los obliga a ser incluso opresores de ellos mismos. Hay que construir otro modelo para la humanidad toda donde la violencia de la imposición heteronormativa quede excluida: la libertad es una tarea que perfora los géneros.
Hemos estado acechando, sin decirlo directamente, un concepto que articula y concentra las principales luchas políticas de las mujeres en el siglo XXI: la democracia paritaria. Esta tiene que ver con la paridad y con una idea sustancial de igualdad. En términos generales, significa una rearticulación de la gramática y de las relaciones entre el Estado y la sociedad desde una óptica que busca una dinámica inclusiva.
La paridad hace referencia a una estrategia que tiene por fin transformar todos los ámbitos de la sociedad (recordemos que lo político es personal). Significa un nuevo contrato social entre hombres y mujeres. No solo apunta a lugares parlamentarios, sino también a los ejecutivos y al Poder Judicial: a todos los ámbitos de gobierno y a todas las ramas del Estado.
Su impulso significa, desde luego, un aumento cuantitativo de las mujeres en los espacios de representación política (con decisión, no con influencia), pero también una transformación cualitativa ya que implica ensanchar las prácticas democráticas. Es otra forma de representar.
La paridad democrática no está basada en un paquete de medidas correctivas, sino que apunta al reconocimiento de un hecho social existente: la actual composición de nuestras sociedades. Las mujeres somos el 50%. Esto, como lógica política, solo puede tener como conclusión que la mitad del poder (de mínima) es lo que nos corresponde.
La democracia paritaria implica, entonces, un cambio de paradigma, donde la democracia se transforma a través de la paridad y de la igualdad para lograr un Estado realmente inclusivo: hacia ese lugar marchamos, y para eso necesitamos otro tipo de representación y otra valoración de la participación política de las mujeres.
Por eso, Paridad Ya en Tierra del Fuego.
*Dirigente de Evolución TdF, Presidenta del Instituto Moisés Lebensohn TdF y una de las mujeres paritaristas del fin del mundo.