Las actividades basadas en la escritura ya iban transitando paulatinamente hacia lo digital, pero la emergencia planteada por el covid potenció la velocidad del cambio.
La lectura en pantalla cambió nuestra manera de leer y de comprender lo que leemos, por lo que el desafío que afrontamos en la era de internet los profesionales es expresar nuestro conocimiento técnico en un lenguaje claro y preciso a la vez, sin exigir a nuestros lectores un gran esfuerzo mental para entender lo que quisimos decir. El lector promedio es hoy una persona que tiene la información a solo un click de distancia, y que espera que los textos que se le presentan sean instruidos, útiles y entendibles a la vez.
Además, los ciudadanos son hoy más conscientes de sus derechos. El derecho a entender es considerado un derecho humano, lo que trae aparejada la correlativa obligación del que se expresa de hacerse entender. Atrás quedaron las épocas en que el ciudadano pensaba que lo complicado del lenguaje revelaba sabiduría en el que escribía, o le daba una jerarquía superior. Actualmente, quien lee un texto confuso tiende a desconfiar de la calidad del conocimiento del autor, o de sus intenciones.
En nuestros días, el foco pasó del autor al lector: no importa lo que yo quiero decir, sino lo que el receptor busca encontrar allí. Si un mensaje no se entiende, la responsabilidad es de quien lo escribió.
Las empresas privadas lo advirtieron muy rápido. No es casualidad que las plataformas de compras y de servicios que tienen páginas web más claras resulten las más confiables y tengan, en consecuencia, mayor éxito y fidelización.
Estudios hechos en EE.UU. demostraron que los pacientes que comprenden su diagnóstico médico expresado de manera llana cumplen mejor su tratamiento, y, por consiguiente, sanan más rápido. De la misma manera, contratos, sentencias y leyes redactadas claramente evitan confusiones, incrementan la tasa de cumplimiento y evitan gran cantidad de conflictos. Y, en todos los casos, la claridad produce un gran ahorro de los recursos temporales, económicos y humanos que se pierden en decodificar lo oscuro.
En el ámbito público, la Ley de Transparencia del Estado y varias leyes de lenguaje claro en distintas jurisdicciones del país favorecen la forma clara de escribir. Los nuevos códigos procesales también incluyen directrices en ese sentido, pero no basta con que esté previsto en la ley si no hay un cambio de mentalidad que acompañe.
El lenguaje administrativo y el lenguaje jurídico parecen, en general, haber arrastrado los vicios del papel a los soportes digitales. Se tratan contenidos altamente novedosos –referidos a técnicas de reproducción humana asistida o inteligencia artificial, por ejemplo– de la misma forma pomposa y artificial de siempre.
La forma de escribir tradicional que en general se identifica con el lenguaje jurídico y administrativo choca con el entendimiento de la gente. Es necesario comprender que el lenguaje jurídico no es lenguaje literario: su función no es entretener sino prevenir y resolver problemas. Es paradójico que entender el mensaje sea un problema en sí mismo.
Si lo que queremos comunicar no se entiende sin dificultad, la comunicación no es eficaz.
Es importante darnos cuenta de que trabajamos para resolver necesidades, no para lucirnos. Un texto que usa un lenguaje natural, párrafos breves y concisos y no repite contenidos facilita la comprensión y no por eso deja de ser erudito: la erudición está en el contenido, no en la forma.
Entender la claridad como requisito de validez de las leyes, dictámenes y sentencias es un requisito indispensable para la consagración del derecho de la ciudadanía a entender.
* Abogada. Doctora en Derecho Privado. Docente e integrante de organizaciones de lenguaje claro.