OPINIóN
Violencia

El espejo roto de nuestra infancia

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Supuestos. Hoy el que piensa diferente, es un enemigo a eliminar. | shutterstock

En un ecosistema mediático y social cada vez más polarizado, la figura del presidente Javier Milei se erige, para muchos, como el reflejo de una nueva forma de hacer política. Sin embargo, detrás de la fachada de “discurso antisistema”, paradójicamente desde la máxima autoridad del Poder Ejecutivo, se esconde una retórica que no solo polariza, sino que, además, a menudo, utiliza la violencia verbal como herramienta de comunicación. Y esto, lejos de ser un tema menor, tiene consecuencias devastadoras, sobre todo en la construcción de valores de los más jóvenes.

No es casualidad que, como he señalado en otras ocasiones, se recurra a insultos y descalificaciones que afectan de forma directa a colectivos vulnerables. La utilización de insultos, el desprecio en redes a un chico con autismo y la difamación a través de contenidos manipulados con inteligencia artificial, como se ha visto en algunos contextos, no es una anécdota, es un síntoma. Es la normalización de la violencia, la banalización de la discriminación y el menosprecio a la diversidad.

Cuando un líder político con el máximo poder utiliza o legitima en su entorno comunicacional este tipo de lenguaje, está enviando un mensaje claro y peligroso: la agresión verbal es aceptable. Y este mensaje, lamentablemente, es absorbido como una esponja por los niños y adolescentes, quienes ven en la figura presidencial un modelo de autoridad. El espejo social se rompe y lo que se refleja no es el respeto, sino el desprecio.

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Los jóvenes, en plena etapa de formación de su identidad y sus valores, aprenden por imitación. Y lo que hoy imitan es un discurso de confrontación, donde el otro, el que piensa diferente, no es un adversario en el debate de ideas, sino un enemigo a eliminar, a denigrar.

La escuela, la familia y las instituciones que luchan por una sociedad más inclusiva se enfrentan a un desafío enorme. ¿Cómo enseñar a respetar la diferencia, a valorar la empatía y a rechazar la violencia cuando el máximo referente político predica lo contrario? Los esfuerzos por erradicar el bullying y las diversas violencias juveniles para promover la integración se ven socavados por un discurso oficial que legitima la burla y el insulto.

La violencia de la palabra es la puerta de entrada a la violencia de los actos. Cuando un niño escucha a un presidente insultar, no solo se normaliza el insulto, sino que se le otorga un peso de legitimidad. El resultado es un ambiente social enrarecido, donde el debate de ideas es reemplazado por la descalificación, y donde la argumentación cede ante la agresión.

Es fundamental que, como sociedad, reconozcamos el peligro de esta deriva. La libertad de expresión, un valor que debemos defender, no puede ser una excusa para sembrar el odio. La política, en su mejor versión, debe ser un espacio de construcción, no de destrucción. Y en este camino, el ejemplo, especialmente para las nuevas generaciones, es el faro que no podemos apagar. Exigir un discurso respetuoso es un acto de responsabilidad cívica y una defensa de los valores democráticos que, lamentablemente, hoy parecen estar en riesgo.

*Abogado. Coordinador del área de ciudadanía digital de Fundación Metropolitana.