La industria manufacturera argentina, que hoy sostiene más de 2,4 millones de puestos de trabajo y representa el 12% del empleo total del país, atraviesa un punto de inflexión crítico. Tras diez trimestres consecutivos de caída en la actividad de las pymes industriales, el sector enfrenta una verdadera tormenta perfecta: la producción local se ve asfixiada por costos crecientes, una infraestructura deficiente y una competencia externa que muchos califican como “predatoria”.
El escenario actual revela una tensión difícil de sostener. Mientras el 81% de las pymes industriales reporta aumentos constantes en sus costos de producción, menos de la mitad logra trasladar esos incrementos a los precios finales sin perder participación de mercado frente a las importaciones. Un ejemplo elocuente son los servicios públicos: en el AMBA, según datos del Observatorio de Tarifas y Subsidios del IIEP (UBA-CONICET), las tarifas se incrementaron en más de un 540%.
En materia de importaciones, el caso de China resulta emblemático. El 73,3% de las pymes industriales la identifica como su principal amenaza, con sectores como el textil y el metalmecánico registrando mermas en el empleo de hasta el 12,7%. Esta dinámica ha derivado en situaciones extremas, como la de Whirlpool, que apenas tres años después de haber inaugurado una planta en Buenos Aires decidió cerrarla y reconvertirse en importador, buscando evitar los riesgos asociados al capital inmovilizado y a la litigiosidad laboral.
Hoy, una heladera producida en la Argentina y exhibida en un comercio minorista tiene un precio muy similar al de otra, de mayor tecnología, importada desde Estados Unidos o Brasil. Sin embargo, el importador no genera empleo como lo hacía la planta donde hasta ahora se fabricaban heladeras —que ocupaba a unas 220 personas—, ni compromete capital más allá de su stock y, eventualmente, un depósito. Además, si mañana resulta más rentable importar calefones, motos o cualquier otro producto, el cambio de rubro no implicará mayores costos ni transiciones complejas.
El 73,3% de las pymes industriales identifica a China como su principal amenaza"
En este contexto reaparecen dos tendencias históricas: proteger a las empresas locales mediante barreras arancelarias o abrir las fronteras para que la competencia externa fuerce una baja de costos. La primera dio lugar, en muchos casos, a un entramado industrial prebendario e ineficiente, con empresas que sin protección quedan rápidamente expuestas a su inviabilidad. La segunda, en cambio, provocó el cierre de numerosas firmas sanas y competitivas que no lograron sobrevivir frente a una apertura indiscriminada y prácticas de competencia desleal.
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Persistir en la discusión entre “abrirse al mundo” sin matices o “cerrarse” bajo un proteccionismo arcaico resulta un debate estéril que desvía la atención de lo esencial. No se trata de levantar murallas, sino de nivelar la cancha para que las empresas argentinas tengan una oportunidad real de competir. La verdadera competitividad no surge del aislamiento, sino de resolver los problemas estructurales que hoy condicionan a la industria: una presión tributaria que en el sector formal alcanza el 50,7%; una logística en la que el 89% de la carga depende del transporte por camión, como consecuencia del deterioro ferroviario; y un financiamiento caro que dificulta la modernización productiva.
En este análisis también es imprescindible señalar las contradicciones de algunos actores de peso global. Empresas como el Grupo Techint, con ingresos anuales por 36.300 millones de dólares y posiciones de mercado casi monopólicas en acero plano y tubos sin costura, reclaman protección estatal frente a China. Resulta paradójico que, mientras se invoca el “compre argentino”, firmas como Tenaris presenten ofertas hasta un 25% superiores a los precios internacionales y centralicen, además, sus compras globales desde Uruguay.
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La defensa de la industria debe priorizar a quienes generan valor local genuino y no convertirse en un escudo para sostener privilegios que encarecen proyectos estratégicos para el país.
El verdadero salto cualitativo de la industria argentina reside en su capacidad de trascender las fronteras del mercado interno. No alcanza con sostener la producción puertas adentro: la solidez industrial se construye cuando las fábricas se transforman en plataformas exportadoras competitivas.
Existen ejemplos contundentes, como el complejo petrolero-petroquímico, que alcanzó cifras récord y un superávit superior a los 5.000 millones de dólares. Para que otros sectores —como el automotriz, que aún arrastra un déficit estructural por la importación de autopartes— sigan ese camino, resulta clave que la política de Estado no se limite a proteger, sino que promueva una productividad alineada con estándares internacionales.
Llevar el “Hecho en Argentina” al mundo no es solo una cuestión de orgullo: es la única vía para generar divisas genuinas, dar sostenibilidad al desarrollo y aliviar los cuellos de botella de la balanza comercial.
Para “nivelar la cancha”, Argentina necesita con urgencia una política industrial de Estado, propositiva y estratégica. El rol del Estado debe ser el de facilitador: fomentar el diálogo entre empresarios y trabajadores. Se deben bajar impuestos, simplificar la burocracia y promover el financiamiento al sector productivo. Hay que actuar con inteligencia para desarrollar sectores con potencial. Debemos mejorar y proveer la infraestructura necesaria para reducir los costos logísticos. No se trata de abrir o cerrar, se trata de hacerlo inteligentemente.
Al mismo tiempo que se fomenta la competencia - siempre que ésta sea leal: sin subsidios y con controles antidumping - hay que llevar a cabo las medidas necesarias para dar competitividad a nuestra industria. Del mismo modo, se debe buscar reciprocidad, para que nuestros productos puedan insertarse en el mundo sin trabas arancelarias.
*economista, empresario y actualmente preside el Movimiento Productivo Argentino.