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Tres conmociones que sacudieron al mundo en 2025

La aparente victoria rusa en Ucrania, la ventaja chino en la guerra comercial contra Estados Unidos y la rendición de la Unión Europea ante la política arancelaria de Donald Trump modifican el mapa del poder global.

Ucrania sigue bajo bombardeos rusos. Mucha gente desborda de noches las estaciones del subte para tratar de estar a salvo de los drones rusos.
Mucha gente desborda de noches las estaciones del subte para tratar de estar a salvo de los drones rusos. | AFP

Este fue el año en que se derrumbaron los últimos pilares del orden de finales del siglo XX, dejando al descubierto el núcleo hueco de lo que se consideraba un sistema global. Bastaron solo tres golpes.

El primero fue la inminente victoria de Rusia en Ucrania sobre el liderazgo conjunto de Europa. Durante casi cuatro años, la Unión Europea y la OTAN se embarcaron en un peligroso doble juego. Por un lado, se comprometieron retóricamente con una victoria ucraniana que no estaban dispuestos a financiar. Por otro lado, explotaron esta guerra interminable para promover un nuevo consenso político y económico interno: el keynesianismo militar sería su última baza contra la desindustrialización de Europa.

En un continente en el que las restricciones políticas debilitantes impedían realizar importantes inversiones ecológicas o políticas sociales financiadas con déficit, la guerra en Ucrania proporcionó una poderosa justificación para canalizar la deuda pública hacia el complejo industrial de defensa. La verdad tácita era que una guerra eterna cumplía una función fundamental: era el motor perfecto para la reactivación keynesiana de la estancada economía europea.

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La contradicción era fatal: si la guerra de Ucrania terminaba con un acuerdo de paz, sería difícil mantener este estímulo económico. Sin embargo, lograr una victoria que justificara el gasto se consideraba demasiado costoso desde el punto de vista financiero y demasiado arriesgado desde el punto de vista geoestratégico. En consecuencia, Europa se decantó por la peor estrategia posible: enviar a Ucrania el equipamiento justo para prolongar el sangrado sin alterar su curso.

Ahora que Rusia está a punto de imponerse (un resultado previsible que el presidente estadounidense, Donald Trump, no ha hecho más que acelerar), los planes mejor trazados de la Unión Europea se han ido al traste. Europa no tiene un plan B para la paz porque toda su postura estratégica se había vuelto dependiente de la continuación de la guerra. Cualquier acuerdo de paz sórdido que el Kremlin y los hombres de Trump impongan finalmente a Ucrania hará algo más que redefinir una frontera. Independientemente de si Rusia sigue siendo una amenaza para Europa o no, Europa está a punto de perder el pretexto para su incipiente auge militar-industrial, lo que presagia una nueva austeridad.

La segunda conmoción: China aventaja a Estados Unidos en la guerra comercial

La segunda conmoción fue que China ganó la guerra comercial contra Estados Unidos. La estrategia estadounidense, iniciada bajo la primera administración de Trump e intensificada en la presidencia de Joe Biden, consistía en una maniobra de pinza: barreras arancelarias para paralizar el acceso de China a los mercados y embargos sobre semiconductores avanzados y herramientas de fabricación para frenar su ascenso tecnológico. En 2025, esta estrategia sufrió su Waterloo, y Europa volvió a ser la principal víctima colateral.

China respondió con una respuesta magistral de dos partes. En primer lugar, utilizó como arma su dominio sobre las tierras raras y los minerales críticos, lo que provocó una interrupción de la cadena de suministro que paralizó no tanto la fabricación ecológica estadounidense como la europea y la de Asia Oriental. En segundo lugar, y lo que resultó más perjudicial para la posición de Estados Unidos como líder tecnológico global, China movilizó su “sistema nacional” hacia un único objetivo: la autarquía tecnológica. El resultado fue una aceleración asombrosa de la producción nacional de chips, con SMIC y Huawei logrando avances que hicieron que el embargo occidental liderado por Estados Unidos no solo fuera obsoleto, sino contraproducente.

Probablemente, este sea el impacto con repercusiones más duraderas. En 2025, Estados Unidos demostró ser incapaz de frenar el auge de China y, en cambio, impulsó sin quererlo su sector tecnológico hacia la independencia total. Y Europa, tras haber impuesto diligentemente a China las sanciones dictadas por la Casa Blanca, se quedó con lo peor de todos los mundos: cada vez más excluida del lucrativo mercado chino para sus productos de alto valor, pero sin recibir ninguna de las generosas subvenciones y ventajas de la ahora derogada Ley de Reducción de la Inflación de Estados Unidos. Al optar por actuar como subcontratista estratégico de Estados Unidos, la Unión Europea aceleró su propia desindustrialización. No se trató de una derrota en una guerra comercial, sino de un jaque mate geopolítico, y Europa solo fue un peón del bando perdedor.

La tercera conmoción: Estados Unidos destruye a Europa en la guerra de aranceles

La tercera conmoción fue la facilidad con la que Trump ganó su guerra arancelaria con la Unión Europea. Al final de su reunión en uno de los clubes de golf de Trump en Escocia, coreografiada por sus hombres para maximizar su humillación, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, se esforzó por presentar un documento de rendición como un “acuerdo histórico”. Los aranceles sobre las exportaciones europeas a Estados Unidos pasaron de alrededor del 1,2% al 15% y, en algunos casos, al 25% y al 50%. Se cancelaron los aranceles que la UE aplicaba desde hacía tiempo a las exportaciones estadounidenses. Por último, pero no menos importante, la Comisión se comprometió a invertir 600 000 millones de dólares europeos en la industria estadounidense en territorio estadounidense -dinero que solo puede provenir del desvío de inversiones principalmente alemanas a fábricas químicas en Texas y plantas de automóviles en Ohio.

La hora de la verdad para Europa

Esto fue más que un mal acuerdo. Fue un tratado de extracción de capital sin precedentes. Formaliza la transición de la UE de competidor industrial a suplicante. Europa va a ser una fuente de capital, un mercado regulado para los productos estadounidenses y un socio menor dependiente tecnológicamente. Para colmo de males, esta nueva realidad se codificó en un compromiso vinculante, que ahora han aceptado los 27 estados miembro de la UE, despojando al bloque de cualquier pretensión de soberanía. Parte del capital que Trump necesita para consolidar su visión de un mundo G2 estructurado en torno al eje Washington-Beijing está ahora obligado contractualmente a fluir desde Europa hacia el oeste.

Estas tres conmociones forman una trilogía sinérgica. La derrota de Europa en Ucrania ha revelado sus puntos ciegos estratégicos y ha perforado su proyecto militar keynesiano. La aquiescencia de Trump al presidente chino, Xi Jinping, ha desencadenado una avalancha de exportaciones chinas a la UE. La sacudida en Escocia le ha costado a Europa su capital acumulado y cualquier esperanza residual de paridad.

En el mundo del G2, la aldea global imaginada es una arena de gladiadores en la que la Unión Europea y el Reino Unido deambulan ahora sin rumbo fijo. Sobre la tumba de la ambición europea se ha erigido un nuevo orden mundial, más duro y más frío. La lección perdurable de este año es que, en una era de disputas existenciales, la dependencia estratégica es el preludio de la irrelevancia.


Yanis Varoufakis, exministro de Finanzas de Grecia, es líder del partido MeRA25 y profesor de Economía en la Universidad de Atenas.
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