BRUSELAS – Durante su reciente encuentro, los presidentes Xi Jinping y Donald Trump acordaron una tregua en la prolongada guerra comercial entre China y Estados Unidos. Washington redujo los aranceles a cambio de que Pekín levantara sus controles a la exportación de tierras raras. Muchos interpretaron el pacto como una victoria para Xi, que habría forzado concesiones al amenazar con un posible desabastecimiento. Pero, según Daniel Gros, los números cuentan otra historia: China no es el gigante imbatible que aparenta ser.
Las tierras raras son minerales esenciales para fabricar productos de alta tecnología, desde teléfonos inteligentes hasta aviones de combate. A primera vista, China parece tener el control absoluto, ya que provee más del 70 % de las importaciones estadounidenses de estos metales. Sin embargo, ese volumen equivale apenas a 25 millones de dólares al año, una fracción insignificante (0,001 %) de las importaciones totales de EE.UU.
Incluso si Estados Unidos perdiera acceso a los metales chinos, el daño sería limitado. Existen alternativas tecnológicas, aunque más costosas, que permitirían reemplazar estos insumos. En términos macroeconómicos, el impacto sería prácticamente nulo para un país con un PIB cercano a los 30 billones de dólares.
La clave está en los compuestos de tierras raras, productos más procesados y cruciales para la manufactura. En este rubro, Estados Unidos registra un superávit significativo, especialmente frente a China. En 2023, exportó compuestos por 355 millones de dólares, casi el doble de lo que importó, y el 90 % de esas ventas tuvo como destino el mercado chino. En 2024, Pekín importó compuestos por 1.400 millones de dólares, mientras que exportó solo 400 millones en metales básicos.
En otras palabras, es China la que depende de EE.UU. y de otros países para obtener materiales procesados de mayor valor agregado. Su déficit crece año a año, impulsado por la expansión de su industria tecnológica.
El contraste industrial lo explica todo: Estados Unidos tiene un sector manufacturero pequeño y especializado, con necesidades limitadas de tierras raras, principalmente para producción militar. Según el Servicio Geológico estadounidense, importa unas 300 toneladas de disprosio al año, suficiente para fabricar mil aviones F-35, más de los que produce anualmente.
Trump afirmó que China suministrará tierras raras y EE.UU. permitirá el acceso a universidades
China, en cambio, fabrica millones de smartphones y dispositivos electrónicos, lo que multiplica sus necesidades. Cada teléfono requiere diminutas cantidades de distintos compuestos de tierras raras, unos 0,3 gramos en promedio. Si China limita sus exportaciones de metales, arriesga quedarse sin los compuestos que su industria necesita para seguir funcionando.
Ya en 2010, Pekín había cometido un error similar al restringir exportaciones para fomentar el procesamiento interno. El resultado fue un alza explosiva de precios que incentivó inversiones internacionales y sustitutos tecnológicos, provocando luego una fuerte caída de la demanda. Las tierras raras, concluye Gros, no son insustituibles.
Como advirtió el secretario del Tesoro estadounidense Scott Bessent, China cometió “un verdadero error” al utilizar estos minerales como arma geopolítica. Hoy, Estados Unidos está más motivado que nunca a desarrollar alternativas. Y esta vez, el déficit chino en compuestos procesados —inexistente hace 15 años— podría ser un límite más efectivo que cualquier fallo de la Organización Mundial del Comercio.
*Por Daniel Gros, director del Instituto de Políticas Europeas de Bocconi University.
Project Syndicate