“No tienen dinero, no tienen nada, están luchando tan duro para sobrevivir. Se están muriendo, ¿de acuerdo?, mueren”.
Donald Trump, sobre Argentina (20-10-2025)
Hay circunstancias en la historia que nos devuelven a los problemas fundamentales. Por ejemplo, el desamparo, la dispersión del sentido, el naufragio entre islotes que por sí mismos no configuran un escenario habitable. La pérdida de legitimidad de las instituciones públicas lleva el suficiente tiempo como para contarse como parte de nuestra sintomatología. Un derivado de la crisis del sentido de la convivencia democrática es la pérdida de densidad las instancias electorales. Pero, al mismo tiempo, no se avizoran alternativas como, por ejemplo, las que recorrieron el siglo XIX, desde la federación de comunidades (Proudhon), hasta el comunismo sin Estado de Marx, pasando por el incipiente Estado social, no revolucionario, que tomaba la imagen de la solidaridad de Durkheim.
El latiguillo gramsciano que domina nuestro tiempo es aquel según el cual, cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no nace aún, lo monstruoso hace su aparición, y, agregamos, llega incluso a normalizarse. Ante la sensación abismada, aparecen las propuestas temerarias de magnates que se sueñan tiranos con millones de seguidores virtuales y ni un centímetro de territorio. Curtis Yarvin (asociado a Steve Bannon) quiere una “dictadura corporativa”, Elon Musk cree que él mismo y su empresa son ya una forma de gobierno legítima, Raymond Kurweil fantasea con un gobierno tecnológico basado en la superioridad de la IA por sobre lo humano… Y cuando le preguntaron a Milei: “¿Usted cree en el sistema democrático?”. Dijo que tenía “errores” y respondió: “Digamos, o sea. ¿Conocés el teorema de imposibilidad de Arrow?”. Asumiendo que el presidente tiene una mínima idea de lo que dice, su respuesta significa que desde su ideario la democracia es contraria a la posibilidad de un mundo constituido por agentes racionales que persiguen sus intereses individuales en condiciones de “competencia perfecta”, es decir, su modelo abstracto, metafísico, tiene una validez que la democracia, imperfecta, y hasta irracional a su mirada, no podría alcanzar.
Javier Milei: las diferentes caras de un triunfo
Antes que diagnósticos de coyuntura o apuestas en el hipódromo de la política, algunas hipótesis para, sin esquivarle a la coyuntura, buscar construir criterios de análisis que no reduzcan a lo coyuntural.
1. ¿Qué significa elegir en estas condiciones? Tal vez, eso que llamamos “elegir” no resulte posible hasta que se nos presente como inevitable la decisión, o bien, cuando el presente se torne inaceptable, o bien, cuando una hendidura deje pasar, en medio de esta realidad opaca, una expectativa creíble. Un filósofo existencialista llamaba la atención sobre una fórmula: “Elegir la elección”. Cuando elegimos un producto en una góndola, ¿elegimos previamente ser consumidores? Cuando escogemos una palabra que creemos adecuada, ¿fuimos primero consultados sobre el idioma que hablamos… y habla por nosotros? Cuando vamos a votar un domingo soleado, ¿elegimos realmente las opciones impresas sobre papel de dudosa calidad? Se discute en la radio y en la televisión si una elección intermedia puede tener tanta relevancia, las redes anticipan las posibles lecturas del mapa una vez conocidos los resultados, es decir, las narrativas convenientes a cada sector y las miserias interpretativas. Sin desconocer la incidencia de la votación en la configuración actual de las relaciones de fuerza y en las probables actitudes de los distintos actores, da la impresión de que no se trata del momento en que se elige la elección.
Cada quien le dedicó lo necesario a su segmento de votantes, reforzándolo, con las consignas y prejuicios habituales, escondiéndose del resto de la sociedad. Pero hay un sector que no tiene ni expectativas colectivas de un mejor vivir, ni sensación de formar parte de la misma trama ante un escenario dramático como el que en parte ya experimentamos y que podría empeorar si el gobierno confirma este rumbo. ¿Por qué la clase política obraría de otro modo? Entonces, tampoco hay un lugar común en disputa, ya que es la idea misma de que existen “asuntos comunes” lo que ingresó en una crisis aguda. Consecuentemente, priman las burbujas, preconcebidas y engordadas con alimento balanceado algorítmico. Porque, una vez alcanzado el techo previsto dentro del propio segmento, por definición, no se lo puede incrementar, sino solo inflamar.
Entre las facciones y las consultoras, generalmente pagadas por alguna de las facciones o por sectores del poder permanente, se reparten todo aquello que se puede decir dentro del marco de lo representable; pero no sabemos cuánto representa, valga la redundancia, eso representable. En el fondo, la reticencia a votar de una parte de la población cada vez más voluminosa y la resignación que sobrevive en el gesto de los votantes poco convencidos, se corresponden con la incapacidad de interpelar por parte de las fuerzas políticas. Esconderse en campaña es el reverso del desinterés mayoritario de las personas en las elecciones. De todos modos, elegir no elegir, tampoco significa elegir la elección.
2. Podría tenerse como hipótesis que sobrevive un resto no representable, que involucra tanto lo anímico como las necesidades básicas, el orden de la fantasía y el semblante caprichoso que en un momento dado se apodera de cualquiera. ¿Existe un punto de vista de lo no representable? Por ahora, ese resto insiste como punto ciego de todas nuestras previsiones, de nuestras conjeturas y anhelos. Es ahí, fuera del alcance de los algoritmos con su pretensión de traducirlo todo en información (para volverlo controlable), que moran las posibilidades de nuevos lenguajes para nuevas conversaciones. No en una ubicación especial de nuestro país (mucho menos una provincia pintada vulgarmente con un color partidario tras el conteo de boletas), ni necesariamente en un sector social homogéneamente definido, sino en una zona de todos nosotros, en un espacio, digamos existencial, que espera o, en el mejor de los casos, elabora la posibilidad de elegir la elección.
Predominó en la campaña la renuncia a interpelar a ese espacio vital, anímico, mental, de un pueblo castigado y disperso. La oposición peronista parece responder a una orden: “No hagamos olas”. Es decir, con la expectativa de que el oficialismo “se cocine en su propia salsa” (como tristemente le respondió Perón a un periodista que le preguntaba por el Navarrazo en Córdoba), el peronismo llevó adelante una campaña a reglamento, el territorio justo y necesario y pocas apariciones mediáticas con capacidad de exceder los espacios propios. La experiencia fallida del Frente de Todos no quedó atrás en la memoria de los electores, el nombre de Massa asociado a una altísima inflación y los aquelarres de un Alberto Fernández desnudado dos años antes de terminar su mandato. Es cierto que, más allá de la precaria embestida con falsas acusaciones a Jorge Taiana, se trata de un candidato libre de corrupción, como ocurre hoy con la principal referencia en la provincia más importante, que es el gobernador Axel Kicillof. Pero no se encargaron de trabajar sobre esas y otras virtudes, ni de levantar propuestas audaces, ni siquiera de un “Braden o Perón”, sino que, más bien conservadores, orientaron la campaña a movilizar en su favor a todos quienes se encuentren descontentos con el gobierno.
Por su parte, las listas vergonzantes de La Libertad Avanza: en la provincia de Buenos Aires, con el renunciado Espert por su vinculación con fondos sospechados por narcotráfico –nada menos que por la justicia estadounidense–, pero, a su vez, el reemplazante de Espert, Diego Santilli, fue financiado por el condenado por estafa Leonardo Cositorto; en Río Negro, la diputada y candidata a senadora Lorena Villaverde, con una causa por tenencia de cocaína para tráfico en sus espaldas; en CABA, Patricia Bullrich y un financiamiento sospechoso por vía de una empresa láctea (cuya ruta conduce al mismo financiamiento narco detrás de Espert y Villaverde), y el primer candidato a diputado Alejandro Fargosi, expulsado por el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires por corrupto, a quien, como si fuera poco, se le conocen expresiones antisemitas contra una diputada de la nación.
Luego, más allá de candidaturas como las del Frente de Izquierda, opciones del campo popular por fuera de Fuerza Patria (como es el caso de Claudio Lozano en CABA), el socialdemócrata Esteban Paulón, liberales conservadores por fuera de la alianza LLA-PRO (como López Murphy, entre otros), o radicales y ex radicales ajenos al pacto espurio entre el mileísmo y parte del bloque de la UCR (desde Martín Lousteau, hasta Maxi Ferraro), se presenta Provincias Unidas como un acuerdo superestructural entre gobernadores que van del PRO al peronismo de derecha, pasando por un radicalismo baqueano, más cercanos a darle sustento político al gobierno que a ejercer como oposición y actuar como barrera de contención de los habitantes de sus propias provincias. Es decir, nada nuevo bajo el sol del domingo.
"Provincias Hundidas" y el dilema de los gobernadores
3. ¿Qué se puede avizorar del escenario post electoral? Hay quienes debaten sobre un nuevo gabinete de gobierno, lo que parece una tarea inútil, ya que sólo se habla de rotaciones, sin bajas ni altas significativas. Algunos se preguntan por la “astucia” de Santiago Caputo, quien trabaja de manera irregular para el Estado argentino –en ese punto su astucia parece imponerse-, pero hay un problema de fondo sobre el que no se habla tanto. No son los individuos con su alma y su astucia los que hacen historia, sino las configuraciones históricas (dependientes de procesos que nadie maneja completamente) las que hacen o no lugar a las astucias y los desempeños eficaces. Tampoco la osadía es atribuible como rasgo personal, por ejemplo de un supuesto “outsider” (al cual llamamos junto a Miguel Benasayag, en este diario -en el suplemento El Observador- , “el adaptado por excelencia”), de hecho, para los griegos había algo más importante que los rasgos personales: la oportunidad (kairós). Es decir, que una osadía por fuera de su momento, puede volverse simple necedad, incluso obstinación perdedora. Lo que fue eficiente en la campaña de Milei hoy aparece ridículo, el charme inicial del candidato contrasta con un presidente despintado, cuyo enojo es más resentido que excitante. Ya nada será igual. Los mecanismos que lo encumbraron probablemente se lo lleven puesto si mediar compasión.
4. El rasgo saliente de esta etapa consiste en el hecho de que el gobierno de Milei desconoce los mecanismos básicos de la institucionalidad en un tiempo histórico en que esa misma institucionalidad sobrevive con una legitimidad renga. En ese sentido, nadie parece escandalizarse ante un gobierno que ejecuta su voluntad por decreto. De hecho, los gobernadores y legisladores colaboracionistas, beneficiarios del lenguaje lavado del periodismo con el mote de “dialoguistas”, especulan y lejos están de responder a un horizonte de fortalecimiento de la institucionalidad; esperan por más recursos de un gobierno que cree más en la decisión de facto, que en las mediaciones del derecho.
El gobierno cree que puede continuar del mismo modo, más allá de unos puntos más o unos puntos en la elección, porque cada vez cuenta menos la legitimidad que da vida a las instituciones. Intervenido por el ministro de economía de Estados Unidos (un trader de grandes ligas), se propone seguir gobernando, a como dé lugar, contra mayorías y minorías; es decir, aprovechando el tiempo que legalmente le corresponde, para adoptar políticas que no necesariamente gozan de legitimidad. ¿Apostará el gobierno a profundizar el esquema híbrido de leyes con legisladores y gobernadores comprados, decretazos, vetos e incumplimiento de las leyes que logran rechazar los vetos (universidad, emergencia en pediatría, Garrahan, etc.,)? Estamos frente a un escenario que se presenta como una encrucijada para las mayorías y minorías afectadas, hasta ahora sólo protegidas por las manifestaciones, ya que, hasta cierto umbral de participación en las calles, el gobierno, Bullrich mediante, se encargó de reprimir con violencia y condimentos propios de la paraestatalidad, como infiltrados y armamentos ilegales.
5. Un gobierno intervenido por Estados Unidos, en medio de una secuencia escandalosa de endeudamiento y negociados financieros a costa de los recursos públicos, con el “dólar campeón” al alza y las reservas a la baja, sin votos suficientes ni alianzas políticas sólidas, ¿es un gobierno? Pero el desgobierno no se impone, el ciclo abierto por 2001 se cerró; proliferan situaciones de hecho locales y extranjeras. El Wall Street Journal afirmó que Estados Unidos está detrás de recursos importantes de la Argentina, cuyo gobierno aparece humillado ante las autoridades del norte. Una Argentina, la de Milei, que sólo tiene lugar para su nuevo acreedor como una pieza más dentro de un tablero en el que no decide nada. Un gobierno sin dólares, ni alianzas, ni votos, ni imagen internacional sería, en otro momento, un gobierno terminado, pero nuestra época parece favorecer la permanencia de lo “terminado”, con baja o nula institucionalidad, con una oposición acomodaticia o especulativa y sin reacción, donde quizás sólo resta el despertar de lo no representable, o de aquello ingobernable en un pueblo históricamente inquieto, sólo que la ambivalencia manda y las reacciones del nuevo ciclo (posterior al cierre de lo abierto por 2001), no trajeron precisamente aire fresco hasta el momento.
La nuestra parece una sociedad resquebrajada que está lejos de la cosa pública y se sorprende, también con signos de lejanía, cada vez que, esos malos conocidos o esos nuevos por conocer, se revelan miserables títeres del soborno o gozosos e indiferentes ante la vida acuciante de las mayorías. El efecto más contundente del llamado “voto bronca”, como también del desentendimiento cínico o indiferente respecto de los asuntos comunes, es una discusión política de menor calidad y un desfiladero de personajes entre bizarros y siniestros, por los espacios institucionales. La cúpula empresarial de nuestro país, incluyendo algunos alérgicos a las leyes y los impuestos que viven en Uruguay, tuvo la oportunidad de incidir en la conformación de un andamiaje jurídico a su favor, con una especie de gobierno de “los copitos” como mascaron de proa. Mientras que las aporías de la antipolítica –Milei parece ejemplar, en ese sentido– nos exponen a una descomposición social más vertiginosa y descarnada.
¿Hay un componente plebiscitario en la elección o, en el fondo será más de lo mismo, pero enunciado con el tono tremendista que abunda en las redes y los medios? Por otro lado, mientras los distintos actores de todo el arco político continúen ensimismados en sus asuntos domésticos, alimentarán su ya patente ceguera a las tendencias de la época. Hay quienes aguardaban los resultados de las elecciones pensando en un puñado de especuladores al que pomposamente suelen llamar “mercado”… ¿Qué resultado será suficiente para don Mercado? Preguntas que corresponden al equipo económico artífice de un plan que nos pone el respirador artificial tras su atronador fracaso. ¿Qué resultado dejará márgenes de acción a los gobernadores y legisladores que se desviven por “colaborar” (cabe recordar el llanto vergonzante de Rodrigo de Loredo)? La pregunta que no se hacen los Milei, los Caputo, las Bullrich, ni los mercados, es ¿cuánta tolerancia habrá en la mayoría que no votó al gobierno o que votó abiertamente en su contra? Es la pregunta por lo que pasa por debajo del radar algorítmico y que, al mismo tiempo, escapa a la percepción de los viejos zorros de siempre. Es una pregunta que nos escapa tanto como nos concierne.