OPINIóN
Estímulo de apropiación

Elogio de la resistencia

Cumbre 20230429
Superación personal | Unsplash | Jason Hogan | jasonhogan

Afirmaba Sócrates que “muchas veces hay más fortaleza en resistir que en acometer”. Y tal vez sea cierto. En uno de los pocos pasajes en los que Nietzsche se muestra más apolíneo que dionisíaco, sostiene que “el hombre es el único ser capaz de resistirse a un estímulo”, el único que puede situarse a sí mismo en la posición de no ser meramente reactivo. De este modo, en efecto, los otros seres vivos no son capaces al respecto, ni tan siquiera de un modesto ayuno.

Sin embargo, la persona sí es capaz de resistencia, e incluso en las situaciones límite de la existencia puede apropiarse subjetivamente el estímulo del dolor por medio del sufrimiento, si bien es el estímulo de más difícil apropiación, el que más funciona según el esquema de estímulo y respuesta.

Pero con casi todo lo demás, esa es una de las originalidades de la persona, la posibilidad de demorar y hasta suprimir una respuesta, es decir, la sola capacidad humana de no conducirse automáticamente, esto es, como un autómata, y en todo ello consiste el gran misterio de la libertad, una libertad concebida como la capacidad única de instauración de lo nuevo y la novedad misma allí donde solo existía lo que mostrencamente se nos había dado.

Así, y a diferencia de las respuestas del autómata, cada una de ellas igual a sí misma y, por lo tanto, completamente predecibles, ser persona es convertirse en el ser impredecible por antonomasia, un quién capaz de heroísmo en las circunstancias más adversas y de miseria en las más favorables.

Por lo tanto, ser libres es ante todo ser originales, ser persona es ser originalidad pura, lo que equivale a decir que significa tener el origen y, sobre todo, tener-se desde el origen de esa misma libertad de la que nacen, desde luego, dicha y desdicha, lo maravilloso y lo abyecto.

Ahora bien, nada de todo eso cuanto nace está predeterminado por la genética, la biología e incluso la historia personal, pues ser persona es también ser capaz de convertir la historia en biografía, de hacerla subjetiva, de darle nombre y rostro propios y una voz singular que, como afirmaba el poeta español Pedro Salinas, es casi siempre “la voz a ti debida”, la voz de quienes nos aman y, al amarnos, nos entregan la secreta cifra más cierta de que somos –también amantes– igualmente capaces de prodigar dones y regalos, pues regalar es la forma más pura de dar.

Resistirse a los estímulos, o la capacidad de hacerlo, nos hace humanos, pero tal vez no valga la pena resistirnos a todos, y quizás imprevisibilidad y predestinación se encuentren juntas en ese instante en el que en nuestra vida aparecen los demás.

Así le ocurrió a Robinson Crusoe con la aparición de Viernes en la isla que creía desierta, metáfora casi inequívoca de cuán desierta es la vida propia sin el concurso de los demás. A ellos sí estamos predestinados, resistamos o no a ese destino y casi embrujo, y de ese cumplimiento depende lo mejor de este mundo y tal vez también lo mejor de muchos otros.

El otro no es un límite, ni mucho menos el mío, tal y como proclama el individualismo economicista contemporáneo, que todo lo agosta. El otro es el lugar y el tiempo de mi destino mejor y más cierto, por incierto y arriesgado que sea, un riesgo inherente a la libertad que elige y decide, pues decidir no es nunca sinónimo de acertar sino, como afirma lúcidamente Ulrich Beck, de “convertir una incertidumbre en un riesgo”.

Los otros no son el lugar del infierno sartreano, una libertad en abierta competencia con la nuestra a la espera de imponerse y negarnos. Por el contrario, los demás se encuentran mucho más cerca de ser un paraíso, perdido, frágil y vulnerable, es cierto, pero con rostro, no en vano son tan cercanas las palabras latinas vulnus, herida, y vultus, rostro. Vulnerables con rostro, resistentes y libres, así somos. Y es muy bueno que así sea.

*Profesor de Ética de la Comunicación. Escuela de Posgrados en Comunicación Universidad Austral.