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Mauricio Macri al teléfono
Mauricio Macri al teléfono | Télam

Como Tolstói dijo, todas las familias infelices lo son a su manera. Tentados a llevar la literatura a la política, la infelicidad domina las relaciones en Juntos por el Cambio desde que, pongamos, Mauricio Macri dejó abierta la sucesión. Contra Tolstói, hay que decir aquí que la sucesión es un tópico común –y central– de la política y los regímenes de todo tipo, especialmente sensible en las democracias liberales.

Pensemos en el kirchnerismo. Toda sucesión fue en algún sentido una acefalía, desde los tempranos tiempos de Néstor Kirchner gobernador hasta la delegación de la presidencia en Alberto Fernández de manos de Cristina Kirchner. El capítulo que concierne a Sergio Massa está aún escribiéndose.

Como Cristina Kirchner, Macri comprendió en algún momento que su tiempo había terminado y se concentró en impedir que su sucesor fuera Horacio Rodríguez Larreta, el hombre que lo acompañó ocho años en la Jefatura de Gabinete de la Ciudad de Buenos Aires y que, precisamente, lo sucedió otros ocho como jefe de Gobierno.

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Si la candidatura de Patricia Bullrich ha sido funcional al objetivo o encarna el verdadero ideario de Macri, es algo que solo el expresidente podría responder con honestidad. Si se escuchan algunas definiciones de Bullrich en materia económica, aun con lo confuso de su relato, lo segundo podría ser puesto en duda. Cuanto más lejos están los micrófonos, más crítica es la exministra de la gestión económica del expresidente.

La lucha por el poder –se dijo mil veces– es la asignatura número uno de la política

Macri ha dicho en público muchas cosas sobre Rodríguez Larreta, variantes todas sobre su sentimiento de decepción y desilusión. En privado lo llamó alguna vez “personaje anodino”. Arrastró a muchos en JxC a esa sensación, aunque es difícil de comprender en algunos casos. En Macri esa percepción es genuina: con un triunfo de Larreta el expresidente quedará relegado definitivamente al pasado. ¿Y con el triunfo de Bullrich, no?

Ayer se confirmó que los precandidatos a presidente por Juntos por el Cambio esperarán los resultados del domingo que viene en un mismo búnker. Fue después de negociaciones intensas, en las que fue Bullrich quien puso más reparos, como era de esperar por su discurso. La lucha por el poder –se ha dicho mil veces– es la asignatura número uno de la política. A pesar de los desbordes, así es como hay que caracterizar la interna entre los precandidatos de Juntos: la convicción de que el poder está allí nomás, a la vuelta de las PASO, fue lo que encendió una pelea desigual solo en sentido táctico: Bullrich al ataque, Larreta de contra.

Esta convicción ha ido fluctuando según la música de las encuestas, esas grandes impostoras. La percepción es que la lucha interna ha dañado la expectativa de una victoria incuestionable del espacio opositor en las primarias. Dependerá, además, de la performance de la candidatura de “unidad” del ministro Sergio Massa por el oficialismo, de con qué porción de votos de Unión por la Patria se quedará Grabois. Las infelicidades de la familia peronista (o las tragedias, como se prefiera) también tienen formas propias, intransferibles.

El desafío de JxC está cantado: el domingo deberán persuadir a sus votantes de que Bullrich y Larreta son lo mismo. Como alguna vez, temprano, dijo Alberto Fernández sobre Cristina Kirchner y él.