OPINIóN
Esperanzas y desilusiones en la pandemia

La vacuna no es una bala de plata

Más allá de las vacunas la sociedad se debe informar sobre la situación real a nivel país y se debe tener en cuenta cómo actuaron otros países con coronavirus.

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Campaña de vacunación en diversos países del mundo. | AFP

El problema más urgente que enfrentamos no es tanto la disponibilidad inmediata o no de la vacuna, sino una serie de dilemas que influyen sobre cómo la sociedad percibe la situación que vivimos. Debemos reconocer que la salida de la grave situación que vivimos no consiste en depositar nuestras esperanzas en silver bullets sino en cobrar conciencia de que se trata de un aprendizaje social de logro costoso y réditos mediatos.

En este contexto, debemos distinguir con claridad entre incertidumbre e ignorancia. Admitir la existencia de incertidumbre significa reconocer los límites de lo conocible de modo racional e informado. Por su parte, la ignorancia es la inconciencia de lo conocible y aún de lo conocido. Mientras que la incertidumbre invita a la duda, la indagación y la transparencia, la ignorancia es partera de posturas defensivas y promesas incumplidas.

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Las esperanzas rotas y las expectativas defraudadas se cuentan entre los costos intangibles más gravosos de la pandemia y de los modos de hacerle frente. El único modo de restañar estas heridas acumuladas consiste en marchar decidida y prontamente hacia la reconciliación con la realidad. ¿Cómo hacerlo?

Es preciso dejar atrás de una vez por todas el wishful thinking y no confundir incertidumbre e ignorancia. Esto implica cosas muy prácticas, tales como mantener informada a la sociedad sobre el real estado de cosas incluyendo, entre otros, la pronta generación y divulgación de información regionalmente desagregada sobre la evolución cotidiana del factor de contagio R, la realización de hisopados pcr masivos que incluyan tanto a las personas sintomáticas como a las asintomáticos y el tratamiento diferenciado de la población según edad, estado de salud, ingreso y ocupación. Deben fijarse objetivos claros y bien definidos, incluyendo previsiones realistas del cronograma del futuro programa de vacunación en base a inoculantes debidamente validados a nivel internacional con los estándares más exigentes.

La información sobre la experiencia de otros países debe ser procesada con la mayor rigurosidad y celeridad, sin improvisación ni sesgos, extrayendo conclusiones explícitas e inmediatas que sirvan para guiar las políticas.

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Cuando aún no hemos aprendido lo suficiente de la experiencia del último verano europeo, ya confrontamos el riesgo inminente del arribo de una nueva cepa del coronavirus que potencia alrededor del 70 por ciento su virulencia contagiosa.

Las actitudes descuidistas, alarmistas e idealizadoras deben ser inmediatamente reemplazadas por los comportamientos responsables, informados, que agoten y sean al mismo tiempo plenamente conscientes de los límites de lo conocible. Esto último no debe ser disimulado sino informado a la población. Si la sociedad se ha hecho cargo ya de tanto dolor, desesperanza y defraudación, ¿cómo no va a poder hacerse cargo de la inevitable incertidumbre que relativiza la efectividad de las políticas?