OPINIóN
Personalidades

Frivolidad reloaded

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Alsogaray. “María Julia no fue víctima del poder: fue el poder”. | cedoc

Reivindicar lo superficial como política no es novedoso. María Julia Alsogaray lo entendió en los noventa, y su figura resurge como espejo incómodo de un presente que también confunde Estado con show.

“Todos merecemos una cuota de frivolidad”, repetía la hija del fundador de la UCeDé, mientras posaba para las cámaras. En aquellos años, esa frase sonaba a licencia personal, pero hoy adquiere otro espesor: el de una estrategia política anticipada. La serie Menem volvió a colocar su figura en el centro del debate público, y su reivindicación de lo superficial aparece menos como excentricidad que como gesto fundacional de una forma de hacer política que se consolida, en algunos casos con los mismos actores, bajo La Libertad Avanza.

Como interventora de ENTel, Alsogaray fue clave en el engranaje privatizador. Pero también fue una performer del poder. Lucía marcas de lujo, hablaba con soltura de economía, industria y moda, y se movía en los medios con una naturalidad que ningún ministro varón pudo imitar. Era, en cierto modo, la expresión local de lo que Guy Debord llamó La sociedad del espectáculo: una política donde lo visible se impone sobre lo estructural, y donde la imagen no ilustra una decisión: la reemplaza.

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Más de treinta años después, la escena se repite. El gobierno de Javier Milei, con su apego a las redes, la provocación constante y la sobreactuación del “yo”, parece continuar esa tradición. Como Alsogaray, Milei entiende que el gesto es el mensaje. Que un tuit puede ser más potente que un decreto, y una frase disruptiva más eficaz que una política pública.

No se trata sólo de estilos personales. Hay una ideología en juego. La frivolidad no es un descuido ni un acto no planificado: es una herramienta. En Notes on Camp, Susan Sontag escribió que el estilo puede ser una forma de ver el mundo. La estética menemista –y con sus matices, la libertaria– traduce un proyecto político que privilegia la seducción sobre la construcción, el relato sobre el proceso y la promesa de eficiencia por sobre cualquier matiz social.

Pero mientras el menemismo cultivaba cierta idea de modernización y pertenencia global, el actual gobierno se articula de forma más reaccionaria: contra la casta, contra el Estado, contra el otro, con una violencia verbal desconocida entonces.

Si María Julia posaba desnuda con un tapado de piel para la revista Noticias como símbolo de sofisticación del nuevo orden imperante, Milei grita en TikTok para dinamitarlo todo. En ambos casos, lo político se juega en lo performático, como si lo simbólico bastara para transformar lo real.

Decir que la frivolidad es política no implica celebrarla, pero sí aceptar que funciona. María Julia lo entendió en los noventa, y Milei hoy. En un país lleno de urgencias, jubilaciones bochornosas y ataques a la salud y la educación pública, el show puede ofrecer una falsa sensación de orden, una distracción planificada. Ese es el verdadero riesgo: mientras miramos lo que se muestra, lo importante se decide lejos de la vista de todos.

La serie Menem volvió a poner en escena no solo una época, sino una sensibilidad política. En ese revival, la figura de la llamada Dama de Hierro fue recibida con una mezcla de burla, fascinación y reivindicación estética. Pero reducirla a ícono fashion o meme es otra forma de vaciar su papel en la historia. El castigo social –y penal– que recibió –por sus decisiones, sí, pero también por su cuerpo, su ropa, su voz y su no pertenencia al peronismo– fue desproporcionado frente al de sus pares varones, muchos de los cuales pasaron el resto de su vida pública sin enfrentar el escarnio.

Sin embargo, algo es claro: María Julia no fue víctima del poder: fue el poder. Porque ejecutó un modelo que mercantilizó al Estado, porque lo hizo maquillada y seductoramente. Y porque, más que una intrusa en un mundo de hombres, actuó como una mujer capaz de adaptarse –y sacar ventaja– a un sistema que usó su imagen mientras le servía, para luego descartarla al lado oscuro de la historia.

*Periodista uruguaya.