Todo ejercicio de pensamiento estratégico en el campo de la salud debería ser primariamente capaz de responder a un conjunto de interrogantes básicos que justifiquen su formulación:
¿Por qué algún cambio es necesario? ¿Cómo evolucionarán las necesidades sanitarias de la población y cuáles son los requerimientos clínicos necesarios para resolver las actuales y futuras demandas poblacionales?
¿Cómo deberían adecuarse los subsistemas prestacionales, los protocolos de atención, la producción y abastecimiento de insumos terapéuticos de modo de responder eficientemente a estas necesidades?
¿Serán estos cambios y adecuaciones posibles, financiables y sustentables?
Una cuestión crucial es que la planificación estratégica en el campo de la salud debería ser capaz de integrar perspectivas epidemiológicas, clínicas, sociales y desde luego diversas aristas económicas (productividad, crecimiento económico, generación de empleo, etc.).
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De este modo y considerando a cada una de ellas como condición necesaria pero no suficiente, se evitará que solo alguna arista sea el factor preponderante que sesgue o distorsione el resultado final esperado.
Ejemplos claros lo constituyen los vigentes abordajes clínicos imposibles de financiar (como leyes por patologías y medicamentos experimentales con costos millonarios). O contrariamente, planes fácilmente financiables pero de escaso impacto sobre la salud efectiva de la población.
Plan estratégico de la salud, cambio necesario
Complementando la brillante máxima de Séneca: “ningún viento será bueno para quien no sabe a qué puerto se encamina” podemos afirmar con modestia que “quien no conoce el barco y su puerto de origen no podrá zarpar hacia ningún destino”.
Ergo un análisis de situación y las razones para generar cambios constituyen entonces un primer esfuerzo fundamental de una planificación estratégicamente orientada, con una evaluación rigurosa de fortalezas y deficiencias del statu quo presente, como así también las posibles implicancias del curso actual de los acontecimientos en caso de que no se introduzcan cambios.
La construcción de un caso a favor del cambio, debe ser un esfuerzo para la difusión y participación, comprometiendo a los múltiples actores sociales relevantes involucrados o potencialmente afectados stakeholders en torno a una serie mínima de criterios objetivos, como disparadores de esta necesidad de cambio.
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Contrariamente a lo escuchado en diversas reuniones políticas y sectoriales resulta imperioso mejorar drásticamente los indicadores epidemiológicos de mortalidad materna e infantil, expectativa de vida, expectativa de vida sana, reducir prevalencias e incidencias de enfermedades infecciosas y crónicas, como así también sus consecuencias, reconociendo ante todo que estos difieren cuantitativamente de los estándares no solo de los países desarrollados, sino que resultan muy inferiores a los logrados en la región.
Si se observan las tendencias registradas históricamente, resulta catastrófica la imposibilidad de una reducción más significativa de la mortalidad materna en nuestro país, considerando que más de un 75 % de estas muertes son totalmente evitables ya que se deben a:
- Hemorragias graves (en su mayoría tras el parto).
- Infecciones (generalmente tras el parto).
- Hipertensión gestacional (pre-eclampsia y eclampsia).
- Complicaciones en el parto.
- Abortos clandestinos.
El 75% de la mortalidad materna en nuestro país es evitable
Muy sintéticamente debemos señalar también que:
- Muchos de los servicios prestados por los subsistemas de salud públicos y algunos otros, no satisfacen en tiempo, calidad y forma, las necesidades objetivas de la población cubierta.
- Se mantienen grandes desigualdades e inequidades en términos de accesibilidad, calidad y desde luego en términos de resultados, según indicadores objetivos de mortalidad, morbilidad y salud poblacional.
- La infraestructura y los recursos humanos de los distintos subsistemas (públicos, seguridad social y privados) como así también los de producción y abastecimiento de insumos sanitarios, no son apropiadamente utilizados generando ineficiencias sistémicas, múltiples injusticias e improductividades.
- La existencia de fuertes asimetrías da lugar a concentraciones hegemónicas, con estructuras oligopólicas y oligopsónicas antagónicas del genuino interés general (Rent Seeking Activities o RSA).
- Se desaprovecha todo el potencial sectorial para una generación articulada de “polos de desarrollo” para una mejor salud para toda la población y para la exportación de servicios de atención, bienes intermedios, e insumos biotecnológicos de diagnóstico y tratamiento.
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El estudio de los recursos utilizados en términos relativos (% del PIB) indica que el gasto en salud de nuestro país es medianamente alto y sus resultados son menores a los obtenidos por otros países con igual nivel de erogaciones; resulta evidente que se desperdician recursos públicos y privados en infinidad de cuestiones irrelevantes, evitables o mejorables.
Toda planificación debe considerar la sustentabilidad de sus propuestas, entendiendo acerca del cómo y porqué las necesidades sanitarias y las prácticas clínicas que las satisfagan adecuadamente, han cambiado y seguirán cambiando. Las premisas emergentes de los cambios demográficos, epidemiológicos, tecnológicos y desde luego el avance del conocimiento, deben conformar un conjunto de indicadores dinámicos de seguimiento constante.
Una reformulación estratégica del Sistema de Salud debe entonces repensar el modo en que las organizaciones y estructuras institucionales deberían verse, para ello deberíamos visualizar modelos internacionales exitosos que merecen ser emulados en aspectos de financiación, aseguramiento, estructuras prestacionales, innovación tecnológica y desarrollo productivo.