Desde la antigüedad una de las herramientas que se utilizaron para promover ideas, costumbres y culturas, fue la propaganda. Su origen está en la misma palabra latina propaganda, que significa “cosas a ser propagadas”. Lo notable es que en la mayoría de los idiomas se escribe de la misma manera. Fue el Papa Gregorio XV que en el año 1622, conformó la «Sacra Congregatio de Propaganda Fide» (Congregación para Propagar la Fe).
Luego de la Revolución Francesa, Napoleón Bonaparte se transformó en un verdadero genio de la prensa y la propaganda. Supo aprovechar como pocos su instinto de gran propagandista, no necesito asesores de marketing ni contratar un community manager. Esta destreza innata, la implementó con el fin de lograr una mayor difusión de sus logros y conquistas militares.
Hay que decir, que a diferencia de la publicidad, la propaganda tiene como objetivo primordial atraer al público con un determinado fin, no tiene porque estar relacionada necesariamente con la venta de un producto.
Fue Edward L. Bernays quién en su obra “Propaganda” publicada en 1936, la definió como la «persuasión organizada u organización del consenso». Hay otra definición que es más abarcativa, la que esboza Violet Edwars en su libro “Group Leader’s Guide to Propaganda Analysis” de 1938, donde la propaganda como: “La expresión de una opinión o una acción por individuos o grupos, deliberadamente orientada a influir opiniones o acciones de otros individuos o grupos para unos fines predeterminados y por medio de manipulaciones psicológicas”.
El siglo XX se transformo en el escenario ideal de la comunicación política, que comenzó a profesionalizarse, convirtiéndose en un instrumento muy poderoso.
Por ese motivo, los regímenes totalitarios, como el marxismo, el nacionalsocialismo y el fascismo, fueron maestros de la propaganda, poniendo es escena ciertos ribetes doctrinarios, con un marcado acento en atraer a las masas, mostrando imágenes y contrastes de fuerza, poder, caricaturas y burlas hacia los demás. Tengamos en cuenta, que los fines de la propaganda son la subjetividad y la parcialidad.
Algo similar sucedió en los Estados Unidos, que se convirtió en un gran realizador de fuertes campañas propagandísticas, para atraer a los ciudadanos a comprometerse con el sistema democrático y a participar en el ejército.
A decir verdad, esta escuela, por así llamarla, se nutrió en buena medida del engaño, y de la famosa frase: “miente, miente que algo quedará”, erróneamente atribuida a Goebbels y/o Lenín. Precisamente, toda propaganda, ya sea política, ya sea comercial, ya sea periodística, no está exenta de ser contaminada por artificios.
Cómo funciona la propaganda fascista
La propaganda en la Argentina
En lo que ataña a nuestro país, hemos sido testigos de muchas campañas cargadas de odio, de discriminación y de mentiras. La historia y el periodismo han sido partícipes necesarios de estas expresiones. Huelgan los ejemplos, desde el siglo XIX y el XX, donde los que triunfaron y los que mandaban, crearon sus propios relatos, utilizando la propaganda de la prensa y la publicación de gran cantidad de libros que concibieron la “historia oficial”.
En 1945, con el advenimiento del Peronismo, se caracterizó por tener una fuerte propaganda gráfica como elemento de persuasión. Marcela Gené lo explica al decir: “No fueron las artes eruditas sino las gráficas y audiovisuales las que se constituyeron en el medio por excelencia del peronismo de la primera hora para hacer ver la acción y objetivos del gobierno, así como para presentarse y presentar su mapa político”.
Con el derrocamiento de Perón, los militares también utilizaron la propaganda para desprestigiar y demonizar al Peronismo. El “Proceso de Reorganización Nacional”, fue también a fondo con eslóganes y campañas propagandísticas: “Recuerde y compare”, “Achicar el Estado es agrandar la Nación”, y aquella que decía: “Los Argentinos somos derechos y humanos”, la que estuvo destinada a encubrir el genocidio de 30 mil desaparecidos.
Una triste apostilla, es la campaña de desmalvinización que se montó después de la derrota de Puerto Argentino el 14 de junio de 1982. Los ex combatientes –muchos héroes de Malvinas– que lograron regresar al continente, fueron injustamente tratados como si fueran leprosos. Esa propaganda en su contra que desarrolló el decadente gobierno militar, y que luego continuó el incipiente presidente Alfonsín, fue feroz, vergonzosa y repudiable.
Con el advenimiento de la democracia, la propaganda –siempre asociada a la comunicación–, jugó un factor decisivo, la que hizo ganar y perder elecciones. A partir de entonces durante las distintas campañas partidarias, las promesas electorales se multiplicaron, pero en su mayoría, tristemente se quedaron en lo discursivo, en la memoria e ilusión del pueblo, que no las vio cumplidas ni reflejadas por los candidatos que fueron ganando elecciones.
El engaño como herramienta de la propaganda y la comunicación
El engaño es un vicio perverso que se ha ido naturalizando entre nosotros, incrustándose en el tejido social. Los efectos que provoca son terribles para el pueblo fiel, que es estafado en sus ilusiones y en su destino. Afecta la convivencia, promueve la desigualdad y es un golpe letal al bien común.
El Papa Francisco dice al respecto: “La batalla más noble es contra los engaños interiores que generan nuestros pecados. Porque los pecados cambian la visión interior, cambian la evaluación de las cosas, te hacen ver cosas que no son ciertas, o al menos que no son tan ciertas” (…) “Y a este fin, la mentalidad del mundo, la mentalidad del pecado, no duda en usar el engaño y la violencia. Vemos lo que sucede con el engaño y la violencia: codicia, deseo de poder y no de servicio, guerras, explotación de la gente… Esta es la mentalidad del engaño, que ciertamente tiene su origen en el padre del engaño, el gran mentiroso, el diablo. Él es el padre de la mentira, así lo define Jesús”.
Por primera vez controlarán la propaganda en las redes
En este siglo, con las nuevas tecnologías, la influencia y el decisivo protagonismo de las redes sociales, que permiten el anonimato, el accionar de los trolls, y la pérdida del respeto por el otro, han acentuado el engaño y la violencia como prácticas habituales en la comunicación.
La periodista Alicia Barrios lo caracterizó en un tuit publicado el 26/4/21, al decir: “Los argentinos somos víctimas de la infodemonización. Las noticias transmiten ansiedad, angustia, confusión. La otra pandemia para la cual no existen vacunas”.
Por eso mismo, no existe un patrón doctrinario para poner en práctica estas herramientas. El engaño, la mentira y la falsedad, son verdaderos crímenes que se cobran generaciones enteras, postrándolas en la indignidad, llevándolas al descarte y lastimosamente a la pérdida de la esperanza.
Sus profetas son ciertos políticos, y también algunos comunicadores, que vestidos con el ropaje de la hipocresía, se proponen obtener mediante sus falacias, los objetivos espurios que los movilizan.
Hoy estamos en una encrucijada. Inmersos en una pandemia a nivel mundial, observamos como el engaño, el miedo y la violencia son los protagonistas de la discusión política y la comunicación mediática. Tampoco existen vacunas para contrarrestarlos. Son los aviesos instrumentos que se están utilizando para politizar el Covid-19, que ya se cobró la vida de más de 64 mil argentinos.
No es momento para criticar destructivamente a los gobernantes de ninguna especie, ni para judicializar la pandemia, ni mucho menos para la manipulación, haciendo campaña política con la salud pública. Está en juego la vida humana de millones de compatriotas. El virus no discrimina, sigue su curso y se te contagiás, podés morirte.
Hay que enfrentar el problema con mucha responsabilidad cívica en todos los niveles y estratos sociales. Hay que lograr que lo sanitario alcance un equilibrio con lo socioeconómico, conseguir que la mayor cantidad de gente se vacune y con ello ganarle al virus. Luego habrá tiempo para escrutar a los responsables de los fracasos, para que Dios y la patria se lo demanden.
* Ignacio Cloppet. Miembro de la Academia Argentina de la Historia.