OPINIóN
Caballero inglés

Isaac Newton: El príncipe de las ciencias y el rey de las tinieblas

El caballero británico que formuló de la ley de gravedad era devoto del ocultismo, quería convertir las piedras en oro y explicar el universo con alquimia. Rencoroso y odiador serial, su brillo científico ocultaba los sentimientos más oscuros.

Isaac Newton
Isaac Newton | Archivo

El próximo 31 de marzo se cumplen 296 años de la muerte de Sir Isaac Newton (1643-1727) a quien algunos han consagrado como el príncipe de las ciencias por sus aportes al conocimiento en distintos campos: la física (ley de gravedad, leyes de movimiento de fluidos), la óptica y la luz (la descomposición cromática y el telescopio), las matemáticas  (cálculo infinitesimal, series binomiales) y hasta observaciones de la naturaleza y el trayecto de cometas y estelas. 

Todos hallazgos que lo convirtieron en un “filosofo natural”, término con el que entonces se llamaban a los que hoy denominamos científicos

No solo se destacó como investigador sino también fue docente de matemáticas de la Universidad de Cambridge, se concentró en estudios teológicos –especialmente en cronología bíblica–, fue presidente de la Real Sociedad y encargado de la Real Casa de la Moneda (Royal Mint), que acuñaba el metálico circulante en el Reino Unido.

También fue elevado a la condición de Caballero por la reina Ana y se integró al Parlamento, aunque a lo largo de dos años solo se le escuchó pedir que cerrasen las ventanas porque hacía mucho frío (de todas maneras fue más productivo comparado con lo que han hecho algunos de nuestros legisladores).

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Isaac Newton era devoto del ocultismo, a pesar de su justa fama de científico; su mayor anhelo era poder explicar el universo en forma alquímica.

 

Isaac Newton, rey de las tinieblas

Este extenso currículum lo hizo acreedor de un prestigio que creó una devoción hacia su persona convertido en objeto de idolatría por muchos de sus seguidores, aunque sus conductas no siempre estuvieron a la altura de su prestigio y bastante lejos de consagrarlo como una “gloria de la humanidad”, tal como versa su epitafio en Westminster Abbey.

En realidad, Newton no era el rígido científico que ha rescatado la historia sino un devoto del ocultismo, monarca de las tinieblas que creía que la alquimia podría develar los secretos del universo antes que las matemáticas y la física. 

Destinó más de la mitad de su obra a tratar de develar el misterio de la piedra filosofal y transmutar metales en oro...
Newton no era el científico distraído, reconcentrado en su trabajo que encontraba las respuestas a la esencia de la naturaleza contemplando bucólicamente las manzanas caer en su jardín, sino un hombre amargo, y extraño, recluido en su trabajo, refractario a las alegrías de la vida. 

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Isaac Newton descubrió la dispersión cromática de la luz: explicó que estaba compuesta de todos los colores.

Rencoroso recalcitrante, siempre corroído por el odio, nunca le perdonó a su madre volverse  a casar después de haber enviudado cuando Isaac era aún pequeño. Fue un niño retraído, solitario, recluido en sus libros. En un momento de su vida hizo una enumeración de sus pecados entre los que confiesa haber intentado asesinar a su madre, a su padrastro y “a otras personas que deseo estén muertas”.

A los 22 años, cuando la peste arrasaba Londres, se recluyó en la granja de su madre y desarrolló el cálculo integral y diferencial (nosotros durante la pandemia veíamos Netflix…). En ese tiempo elaboró su teoría de la gravedad, aunque no haya sido el primero en crear este concepto que había sido esbozado por Robert Hooke pero sí le cupo el honor de establecer las fórmulas matemáticas para describirla.

Muchas ideas que hoy atribuimos al genio de Newton fueron objeto de una feroz controversia, como esta disputa con Hooke y con quien se convertiría en su archienemigo, Gottfried W. Leibniz (1646-1716). 

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Ambos se disputaban el honor de haber descubierto el desarrollo del cálculo infinitesimal, cosa que, probablemente, hayan concebido separadamente (Newton no estaba dispuesto a aceptarlo, de todos modos).

Hoy existe documentación en la que Leibniz publicó sus primeros trabajos sobre el cálculo en 1684 cuando Newton lo hizo casi diez años más tarde. 

Sin embargo, el inglés concentró todas sus fuerzas para demostrar que el alemán había cometido fraude.

 

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La caída. Isaac Newton presentó la fórmula matemática de la Ley de Gravedad, pero no fue su descubridor.

Testigo de esta disputa fue el discípulo preferido de Sir Isaac, el suizo Nicolas Fatio de Duillier (1664-1753), quien colaboró en la monumental obra de Sir Issac, Philosophiænaturalis principia mathematica (conocido como Principia).

Sin embargo, esta relación, casi platónica, se rompió cuando Fatio decidió irse de Inglaterra a pesar de la insistencia de Newton. Esta separación fue especialmente dolorosa para Sir Isaac quien cayó en un pozo depresivo. Si hasta entonces no había sido una persona alegre, de acá en más imperó en él la amargura.

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Isaac Newton, más que el científico distraído representó el prototipo del nerd alejado de la alegría y los placeres de la vida.

Algunos creen que este fue el abrupto fin de una íntima amistad, aunque el tema de las inclinaciones sexuales de Newton se asemeja al debate sobre el sexo de los ángeles. Nunca se le conoció a Newton un vínculo estrecho con mujer alguna, más allá del que tenía con su sobrina Catherine Barton (heredera de gran parte de los bienes del sabio y su extensa correspondencia y notas).

Según algunos investigadores, el príncipe de las ciencias murió virgen. 

 

Newton, príncipe de las ciencias

Después de este periodo depresivo, Newton no volvió a ser el mismo, dejó de lado sus investigaciones y se concentró en actividades políticas y administrativas.

Como dijimos, su paso por el Parlamento fue poco glorioso, pero en 1696, gracias a las gestiones del duque de Montagu, fue nombrado al frente de la Real Casa de la Moneda británica. 

Nadie le había prestado mucha atención a la acuñación de monedas, razón por la cual las falsificaciones estaban al orden del día (aunque este delito era punido con pena de muerte). Sin embargo, Newton se tomó esta tarea a pecho y lo largo de casi treinta años que duró su gestión, persiguió a los infractores con tanto ahínco y perseverancia que llegó a lograr la condena de 28 falsificadores.

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Durante décadas, dirigió la Real Casa de la Moneda británica y persiguió a los falsificadores; envió a 28 a la cárcel.

No contento con el castigo, solía acompañar a los infractores hasta el cadalso y presenciaba su ejecución para cerciorarse de que ninguno de ellos volviera a importunar la actividad de este celoso funcionario (su puesto era muy bien remunerado y por su tarea recibía 500 libras, mientras que como docente de la Universidad más prestigiosa de Gran Bretaña y del mundo, solo 120 libras).

Su rencor se expresó con su máxima inquina cuando fue consagrado presidente de la Royal Society. Su primer acto al asumir hizo descolgar el retrato de su predecesor Thomas Hooke quien se había atrevido a hacer algunas observaciones críticas cuando Newton presentó su trabajo sobre la luz y los colores. También se valió de esta posición dominante para condenar por fraude a Leibniz con quien mantenía una disputa de décadas sobre la creación del cálculo.

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Después de ser nombrado Caballero por la reina Ana, Newton se encargó de construir su propia leyenda consagratoria, aquella que lo impuso como creador de la ciencia moderna, aunque no todas las ideas de aquellas que le atribuyeron hayan sido absolutamente originales o de su exclusiva autoría (por ejemplo la trayectoria de los planetas y sus órbitas las tomó de Lord Greenwich, recordado por el observatorio que lleva su nombre).

Compañía del Mar del Sur
Isaac Newton era accionista en la Compañía del Mar del Sur, que traía esclavos a América y llegaba incluso hasta Buenos Aires. En 1720, la empresa provocó un crack financiero.

A lo largo de su vida amasó una enorme fortuna que invirtió en la Compañía del Mar del Sur, una empresa dedicada al tráfico de esclavos que tenía una de sus sucursales en un lejano puerto sobre un estuario en Sudamérica que los ingleses llamaban River Plate

Esta Compañía fue una de las primeras grandes burbujas financieras de la historia que lo llevó a perder más de 20.000 libras, una cifra enorme para la época. 

Sin embargo tomó este desastre con filosofía y fue entonces cuando pronunció una de las frases más contundentes de su vida: “Puedo predecir el camino de las estrellas, pero no la conducta de los hombres”, algo tan cierto como su teoría de la gravedad...

¿Por qué este hombre, a todas luces brillante, era refractario a las alegrías y el frío, rencoroso y extravagante? Basado en estas anécdotas algunos investigadores opinan que Sir Isaac Newton podría haber sufrido una forma de autismo de alto funcionamiento  conocido como Síndrome de Asperger. En el año 2006 se estudió un mechón de sus cabellos en los que se detectó una alta concentración de mercurio, metal utilizado en sus investigaciones como alquimista y que explicaría algunas de las curiosas actitudes asumidas durante su edad adulta.

“Puedo predecir el camino de las estrellas, pero no la conducta de los hombres”, dijo Isaac Newton

“No sé cómo me verán los otros, pero al final me siento como un niño jugando a orillas de un océano, descubriendo cada tanto una piedra o una conchilla, mientras que el gran océano de la verdad se extiende ante mi inexplorado”.

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Isaac Newton decía que se sentía un niño jugando en la orilla de un océano tan vasto como el universo, descubriendo cada tanto un caracol olvidado, mientras el agua se llevaba todos los secretos.

Sir Issac Newton murió el 31 de marzo (en realidad para el calendario juliano que se usaba en Inglaterra entonces, era 20 de marzo) de 1727 a los 84 años y fue enterrado inmediatamente con pompa y circunstancia en Westminster Abbey, con los honores que correspondían a un monarca de la luz y también de las tinieblas ...

“Nunca le perdonaré a Newton haber destruido toda la poesía del arco iris” escribió sobre él el poeta John Keats, un melancólico sin remedio.


*Historiador Argentino y médico oftalmológico.