Akira Kurosawa estrenó Rashomon en 1950 y un año más tarde ya se veía en Europa. Para la inteligencia artificial, la película más famosa del cineasta japonés se estrenó en Argentina el 23 de noviembre del año 2000. Sin embargo, hay memoriosos que aseguran haberla visto mucho antes en funciones del legendario cine Cosmos 70 (hoy de la UBA), o incluso en las retrospectivas de lujo que solía hacer el Teatro General San Martín, ambos en la ciudad de Buenos Aires.
¿Será esta diferencia de fechas otro caso del “efecto Rashomon” que tiene a Kurosawa y su coguionista como sujeto y objeto responsables a la vez?
En general, lejos de tales resultados, hay consenso unánime en sostener que en 1951 la película ganó el León de Oro del Festival de Venecia y un año después, el Oscar de Hollywood en la categoría Mejor Película Extranjera, estrenando con ella el reconocimiento de la Academia al fílmico producido fuera de Estados Unidos.
La historia transcurre en el siglo XII y no sólo habla sobre el mundo feudal de los samurái sino sobre la verdad y las verdades, las mentiras, la filiación, las funciones parentales, las diferencias entre adopción y apropiación, la transformación de lo simbólico y la afectación del núcleo real y el derecho a la identidad.
Rashomon es un relato temáticamente complejo, basado en tres cuentos que Ryūnosuke Akutagawa escribió en 1915. Es también una película narrada con una técnica fragmentaria, por sus saltos temporales y de puntos de vista, que dejó tal huella en la narrativa cinematográfica posterior, tanto de Oriente como Occidente, que su manera de contar los hechos con flashbacks hizo acuñar el término “efecto Rashomon”. En literatura, aclaremos, la analepsis ya la había implementado Henry James con Otra vuelta de tuerca, mucho antes, en 1898. ¿O la inteligencia artificial diría también otra cosa?
Efectivamente, la subjetividad puede cambiar la perspectiva respecto a los hechos, desde el momento en que, cuando se recuerda, el presente narrativo regresa el pasado. Cabe preguntarse si esa selección de ciertas imágenes sensoriales y representaciones mentales no termina alterándolo. ¿Es posible llegar a una certeza? ¿Existe la verdad?
El legado de Kurosawa no se restringió solamente al ámbito cinematográfico sino se derramó en otros campos como la medicina, la etnología, el derecho, la filosofía y la psicología. ¿Qué diría por ejemplo el psicoanálisis sobre lo que plantea esta película estrenada hace 74 años?
Akira Kurosawa y el efecto Rashomon
Alguien violó a la esposa de un samurái y éste es asesinado. En eso todos están de acuerdo. Bajo las puertas del templo de Rasho, en Kioto, la capital imperial de Japón, llueve mucho. Mientras se refugian del diluvio, un leñador, un sacerdote budista y un peregrino hablan sobre lo que ocurrió.
Se juzga a un bandido acusado de violación y homicidio. Todo lo que el espectador sabe del crimen es a través de los detalles narrados desde el punto de vista del bandido, de la mujer mancillada, del leñador, que fue el único testigo de lo que sucedió, e incluso del señor feudal –a través de un médium que se comunica con su espíritu.
Bajo la puerta del templo, se recuerdan los testimonios que en la corte pronunciaron los involucrados. Sin embargo, las versiones son múltiples y divergentes. Los distintos relatos evidencian que todos mienten, nadie es sincero.
Rashomon se estudia en los claustros universitarios porque desnuda el carácter sombrío de la naturaleza humana, básicamente egoísta. Esta exploración de la conciencia abre también un interrogante sobre el alcance de la honestidad y pone en duda, sino la capacidad, al menos la voluntad del ser humano de llegar a la verdad.
“Quién es sincero hoy en día? Solo creemos serlo. (…) Preferimos olvidar lo que no nos gusta. El hombre al final termina creyendo sus propias mentiras. Es más fácil”, dice en un momento el peregrino.
Efecto Rashomon
Recordemos sólo una escena a modo ilustrativo. El leñador, el monje y el peregrino, encuentran un bebé abandonado en el templo y el leñador decide “adoptarlo”, a pesar de su pobreza y su familia numerosa. Sin embargo, la situación del bebé en Rashomon es ambigua y se puede interpretar de diferentes maneras, dependiendo del punto de vista desde el cual se observe.
Desde el punto de vista del leñador, el hallazgo del bebé podría considerarse como una “adopción”. El leñador encuentra al niño abandonado y, movido por un impulso de humanidad, decide llevárselo consigo. Según su relato, el bebé estaba solo, sin nadie más cerca, y él lo toma bajo su responsabilidad, llevándoselo con la intención de protegerlo. Su actitud parece altruista y parece querer darle al bebé una vida mejor.
Por lo tanto, esta situación merece ser articulada con lo que proponen Alicia Lo Giúdice y Cristina Olivares en su texto Identidad y Responsabilidad, ya que si se supone que el leñador luego de recoger al bebé realizó los trámites legales necesarios para que la adopción sea un procedimiento formal, se está ante un caso de filiación, es decir, se “instituyó lo vivo”, desde la perspectiva del Derecho.
Según el Derecho Romano, no basta con nacer, sino que la vida debe ser "instituida" dentro de un marco normativo que garantice la conservación de la especie. La familia es el ámbito donde se desarrolla el ser hablante y desempeña un papel primordial en la transmisión de la cultura. Lo simbólico -que precede al sujeto- es la función ordenadora de la cultura, que separa al hombre de la naturaleza.
No obstante, desde una segunda perspectiva, el hecho de que el leñador tome al bebé podría interpretarse de otra manera que podría hacer que la "adopción" se vea más egoísta. En algunas de las versiones de la historia (por ejemplo, la del bandido), el leñador podría estar motivado no solo por un impulso de bondad, sino por una necesidad personal, para ganar un sentido de dignidad o por algún otro beneficio.
En ese contexto, la adopción podría ser vista como un "robo", en el sentido de que el leñador toma al bebé como si fuera una propiedad, sin asumir responsabilidades formales (como se haría en una adopción legal).
Ahora bien, si se adopta este segundo punto de vista, no se estaría hablando del acto del leñador que inscribe un vínculo filiatorio, sino más bien de una apropiación. Si la lengua crea el parentesco, ser robado y apropiado es ser despojado del contexto familiar, donde el pequeño sujeto se prende a las marcas singulares de la lengua y la cultura que se transmite en generaciones.
La especie humana tiene una característica necesaria, constituyente de su especificidad: intenta recubrir lo real por la vía del símbolo. En el caso de Rashomon, puede ocurrir que allí donde el sujeto espere un significante que lo aloje, se enfrente con uno que barre con la subjetividad, y que se torne aplastante de la construcción subjetiva.
Jacques Lacan, el apasionado que convirtió el piscoanálisis en una lectura de la civilización
Por lo tanto, sabiendo que hay un real en juego anudado a la constitución del sujeto con relación a un deseo que no sea anónimo, su desconocimiento tendrá como efecto “la disolución de la constitución del sujeto en el deseo”, de la que no podemos esperar sino estragos (Armando Kletnicki). Al robar al niño, el leñador provoca un borramiento subjetivo, reduciendo el cuerpo a la condición de objeto.
Y frente a esta modalidad de aplastamiento, sería necesario defender el derecho a la identidad del niño, ya que es un derecho fundamental que permite a las personas conocer su origen, sus padres biológicos, su nombre, su nacionalidad y su fecha de nacimiento. Y para eso, es responsabilidad del Estado de Derecho verificar que la ruptura de la legalidad no se siga sosteniendo e incidir para que un sujeto pueda tomar la distancia necesaria de un discurso que lo aliena y que impide una decisión propia.
En el caso de la película, las consecuencias legales graves sobre el discurso alienante recaerían en el leñador y su pareja, que encarnan falsamente las funciones de madre y padre, aunque en verdad son “apropiadores”.
Es el deseo del padre el que opera como ley. Hablar desde el lugar paterno en nombre de la ley, convoca a la prohibición. El leñador habla desde la usurpación: de ahí no puede surgir prohibición alguna, justamente hace un llamado a la más absoluta transgresión. Tras su acto ninguna legalidad queda en pie. Y como dice Carlos Gutiérrez, el que juega a una ley inventada, juega a ser el inventor de la ley. Y en este juego alguien pierde. Un hijo pierde al padre porque Un-Padre impostor usurpó su lugar.
En tal situación, es el Estado el que debe operar sobre el discurso apropiador abriendo paso a otra versión de lo acontecido, modificando la indefensión del niño alejado de su "verdadera" identidad.
En definitiva, el secuestro de un bebé, según la visión de Michel Fariña (Lecciones de Potestad) condena a una doble imposibilidad. Por un lado, cancela cualquier posible función parental respecto del menor; y por otro, impugna definitivamente el vínculo que los une. Algunos podrían verlo como un "rescate" del destino incierto que aguardaba al niño, mientras otros lo verán como “apropiación”, lo que provocaría la alienación del niño.
Frente a esto, una vez más, la ambigüedad de la película y la subjetividad de los relatos refuerza uno de los temas centrales de Rashomon: la dificultad de llegar a una verdad objetiva, cuando los hechos son interpretados de maneras tan diferentes por cada individuo.