Es conocido el dicho que dice que toda crisis contiene una oportunidad. Efectivamente en algunas ocasiones las personas, tanto a nivel individual como colectivo, avanzamos a partir de una crisis. Esto acontece porque nos vemos obligados a buscar una alternativa que en condiciones menos perentorias podríamos haber desechado. O sea, la crisis obliga a salir del piloto automático, y a implementar cambios con cierta audacia. Sus efectos muchas veces son positivos.
Es evidente que la Argentina tiene que realizar transformaciones en el ordenamiento económico y la dinámica política a fines de ingresar nuevamente en un ciclo expansivo. Nuestro país no está per se condenado ni al éxito, ni al fracaso. Esto dependerá de la eficacia y la sensatez de sus élites dirigentes en los distintos campos de la vida social. Lo que necesita la Argentina es abandonar los extremismos ideologistas e ingresar en una convivencia cívica más civilizada, que permita pensar en vías de resolución de los problemas estructurales recurriendo tanto a la lógica como a la inventiva.
Hay que realizar transformaciones en el ordenamiento económico y la dinámica política
Es infantil defender una posición por un capricho que está determinado por una identificación previa, porque sencillamente esa conducta impide razonar y rectificar. Lamentablemente esto ocurre más de lo que suponemos. Tenemos una posición tomada y luego buscamos los argumentos acordes a ese fin buscado. Este procedimiento atenta contra la lógica, el sentido de realidad, y la imaginación creativa. El mundo cambia, las coyunturas cambian, los desafíos cambian. No existen las recetas extemporáneas. Es probable que un escenario en un momento determinado demande un tipo de respuesta, y otro en otras circunstancias diferentes, otro tipo de respuesta.
En los debates relativos a problemas estructurales como los de la economía y la seguridad, por ejemplo, se advierte la tendencia a sostener posiciones extremas que no responden a un análisis sensato sobre estos asuntos, sino a esquemas ideológicos abstractos y preconcebidos. Dejo en manos de los expertos las discusiones en campos en los que carezco de profesionalismo, lo que me interesa aquí es resaltar la lógica que se esconde por detrás de las posturas extremas. Entre el abolicionismo del progresismo de estudiantina y el punitivismo reaccionario se encuentra la posibilidad de ejercer el monopolio estatal de la violencia con las garantías propias de un Estado de derecho. Entre el neoliberalismo del ajuste permanente y el estatismo dispendioso puede buscarse la construcción de un capitalismo moderno en el que el Estado y el mercado se potencien, en lugar de enfrentarse innecesariamente. Si la Argentina quiere entrar en un ciclo expansivo, tenemos que salir de las dicotomías para empezar a diseñar estrategias nacionales en términos de ganar/ganar. Esto se hará cada vez más necesario en un mundo cambiante y convulsionado, en el que todo indica que será difícil hacerse valer sin contar con cierta unidad nacional.
Visto desde esta perspectiva, hay un ciclo político local protagonizado por el kirchnerismo y el macrismo que sería positivo que vaya llegando a su fin. Quizá cada uno en su momento, desde unas posiciones relativas que paradójicamente se equilibraron al imponerse límites mutuos, aportó lo suyo. Pero con sus posiciones duras también han hecho daño, porque el carácter nocivo que tiene para la vida pública el espíritu de facción es bastante evidente, en la medida que alienta los prejuicios, y atenta contra el ejercicio del pensamiento autónomo y creativo.
El desarrollo de una Argentina moderna, económicamente dinámica, y provista de unos debates públicos más sensatos, requiere de una competencia política que dispute poder en el marco de una colaboración estratégica en temas de Estado de mediano y largo plazo. Entre otras cuestiones, esto demanda una cultura política que se base menos en el faccionalismo y la bravuconada televisiva, y más en los intercambios de argumentos y los debates de ideas. Si se dan de forma madura, estos pueden facilitar la toma de decisiones que permitan avanzar hacia soluciones concretas y viables. En los próximos años Argentina necesita redirigir sus energías sociales hacia la promoción de un ciclo económico virtuoso, en lugar de derrocharlas en unas pasiones políticas exacerbadas hasta el desatino.
*Doctor en Historia (UBA-Conicet).