OPINIóN
Proyect Syndicate

La "Gran Mentira" detrás de los ataques navales de Trump en el Caribe

En nombre de la lucha contra el fentanilo, Donald Trump justificó ataques militares ilegales en el Caribe que ya dejaron decenas de muertos. Según Timothy Snyder, la estrategia repite la lógica de la “Gran Mentira”: crear enemigos imaginarios para legitimar la violencia y desviar la culpa de una crisis autoinfligida.

Puede Trump lograr la paz "eterna" en Gaza 27102025
Puede Trump lograr la paz "eterna" en Gaza. | AFP

TORONTO – Al anunciar una política agresiva, el presidente de Estados Unidos Donald Trump suele ofrecer una justificación grotesca: una ficción absurda que intenta fijarse en la mente del público como razón para ejercer la violencia. Cuanto más se aceptan esas mentiras hoy, más difícil será cuestionar las futuras, porque hacerlo implicaría admitir que hemos sido engañados.

Este es el poder de la Gran Mentira, tal como la describió Adolf Hitler en Mein Kampf: decir una falsedad tan desmesurada que resulte inconcebible creer que no es cierta. Su mayor mentira fue culpar a una conspiración judía internacional de los males de Alemania, una excusa que sirvió para desviar toda responsabilidad. En 1939, también difundió falsedades sobre Polonia, asegurando que no existía como Estado y que había provocado la Segunda Guerra Mundial.

La violenta nueva doctrina Monroe de Donald Trump

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Las grandes mentiras de Trump son casi incontables. Una de las más versátiles es su supuesto combate contra el tráfico de fentanilo. Al comienzo de su segundo mandato, afirmó que Canadá había atacado primero a Estados Unidos al permitir el paso libre de la droga, e incluso insinuó que el país debería convertirse en el “51.º Estado norteamericano”.
Esa acusación sirvió de pretexto para imponer aranceles a las exportaciones canadienses. Pero cuando Trump agrupa a Canadá y México y asegura que el fentanilo “entra a raudales”, miente: en 2024, solo el 0,2% de la droga incautada por las autoridades fronterizas provenía de Canadá, que ni siquiera fue mencionada en el informe de amenazas de la DEA.

En los últimos meses, la administración Trump ha ido más lejos, construyendo una fantasía geopolítica aún más siniestra: que los ataques a pequeñas embarcaciones en aguas internacionales son necesarios para frenar el narcotráfico. Esas operaciones —consideradas ilegales por expertos— se concentran cerca de las costas de Venezuela y han causado al menos 61 muertes. Aunque se reconoce que no detendrán el flujo de drogas, Trump insiste en que su gobierno seguirá “matando a la gente que trae drogas a nuestro país”.

Estas ejecuciones extrajudiciales poco tienen que ver con el tráfico de drogas y mucho con la proyección de poder —e incluso con la idea de un cambio de régimen. Aun así, los videos de los bombardeos circulan en redes como espectáculo político. El riesgo: que la violencia derive en un conflicto abierto e interminable.
En paralelo, se reporta que Trump autorizó operaciones encubiertas de la CIA en Venezuela y desplegó su portaaviones más avanzado en el Caribe.

La crisis de los opioides es, desde hace 25 años, una herida estructural en Estados Unidos. Es el país con la mayor tasa de muertes por sobredosis, resultado de un sistema de salud guiado por el lucro, que fomenta el consumo de analgésicos pero no ofrece tratamiento sostenido para la adicción.
El problema comenzó con Purdue Pharma, fabricante de OxyContin, un opioide comercializado agresivamente para obtener ganancias. Cuando el acceso se restringió, muchos usuarios recurrieron a la heroína y luego al fentanilo, 50 veces más potente.

Paradójicamente, quienes viven en los epicentros de la crisis son en su mayoría votantes republicanos; sin su apoyo, Trump no habría llegado al poder. Él y su vicepresidente, J.D. Vance, perciben ese sufrimiento como un recurso político: canalizan la frustración hacia enemigos externos —ya sean aliados como el primer ministro canadiense Mark Carney o adversarios como Nicolás Maduro.

En su libro Hillbilly Elegy, Vance relata la adicción de su madre, enfermera con acceso a medicamentos. Pero en su discurso político sobre inmigración y seguridad, transformó ese dolor personal en culpa extranjera: “el veneno que cruza nuestra frontera”. Así, la narrativa oficial convierte la adicción en un ataque desde afuera.

La estrategia apela a una psicología conocida: los adictos tienden a culpar a otros. La extrema derecha estadounidense ha convertido ese reflejo en plataforma nacional, usando la culpa proyectada como base de política exterior. Cada mentira, como la que dice que “cada barco venezolano destruido salva 25.000 vidas estadounidenses”, refuerza la lógica imperial de fabricar enemigos para justificar guerras.

Las mentiras funcionan porque trasladan la culpa. Responsabilizar a otros países de la crisis de opioides es una forma de tercerizar la moral. Pero para sostener una ficción tan grande se necesita una realidad paralela, y eso es lo que Trump está construyendo: un relato donde los ataques en el Caribe simbolizan la defensa del pueblo estadounidense.

Las guerras comienzan con palabras, recuerda Snyder, y por eso las palabras deben tomarse en serio antes de que empiece el conflicto. Solo denunciando a los grandes mentirosos y defendiendo las pequeñas verdades puede limitarse una presidencia cada vez más peligrosa.

*Por Timothy Snyder, titular de la Cátedra de Historia Europea Moderna en la Munk School of Global Affairs and Public Policy de la Universidad de Toronto, e investigador permanente del Instituto de Ciencias Humanas de Viena.
Project Syndicate.