Sabemos que en la historia de la humanidad han habido, hay y habrán momentos de luces y sombras, a veces muy marcados en una u otra realidad. Las características de estos ciclos han estado caracterizadas por las distintas formas de interacción humana entre sí y con su contexto ambiental.
Este proceso evolutivo ha puesto en juego nuestra capacidad de adaptación y de aprendizaje o no de los distintos aciertos y errores. En esta reflexión no sólo deseamos destacar la relevancia de un discernimiento que nos impida caer en posturas ilusorias sobre nuestro devenir, sino también la importancia de tener una visión positiva, que pueda transformarse en una misión igualmente positiva. Ello debería expresarse -de manera detallada-en planes, programas y proyectos que permitan plasmarse en acciones concretas de mejora continua de nuestra existencia. Trataremos de aplicarlo bajo la perspectiva de arquetipos y experiencias del caso argentino, haciendo algunas otras referencias, en particular al caso puntual de un período de la historia de Francia.
El reconocido historiador Luis Alberto Romero ha publicado -no hace mucho- dos interesantes artículos. Uno en el diario La Nación: “Un mito virtuoso. El desafío de retomar el hilo perdido de la “Argentina buena”, y otro anterior, en la revista Ñ, denominado “San Martín, un pionero en pensar el republicanismo y la libertad”. De este último, que abordaremos en la primera parte de la nota, se refiere no sólo a este prócer, sino -en general- a lo que él denomina “ciudadanos destacados”.
Argentina, 1985: dejar de negar la historia
Allí hace un breve recuento, ponderando lo mejor de los más relevantes ciudadanos destacados de nuestra historia, con “un criterio amplio y plural, superando las diferencias arraigadas en los relatos y rescatando lo que aportaron a la construcción de la nación y la república”. Y agrega “con ellos debemos construir una narración diferente.”
La narración diferente, entiendo se refiere a poder articular virtuosamente la ciencia (lo objetivo, o al menos lo veraz, en la historia, es decir sin deformarla), con una tabla de valores básicos considerados mayoritariamente como buenos, que tiene el sentido de poder ayudarnos a superar grietas que nos impiden construir un futuro mejor como sociedad y como país. Es una tarea que debería exceder lo individual, y es fundamental hacerla en la Argentina de hoy.
Romero señala que estamos en una situación más difícil que la de Mitre, quien ensalzó la figura de San Martín y dio lugar -posteriormente- a un crescendo hacia el procerato. Agrega que “en muchos casos habrá que discutir con otras imágenes, muy arraigadas, de estos ciudadanos destacados. Pero de eso se trata: inventar un pasado significa recurrir a esas operaciones, virtuosas en tanto lo sean los fines perseguidos. ¿Qué otra cosa hace la Iglesia con sus santos? En todos estos personajes destacados podemos encontrar algo -ideas, ejemplos- que aporten a la reconstrucción republicana que habrá que encarar luego del derrumbe. Creo que en algo parecido pensó en 1983 Raúl Alfonsín”.
De todo lo que dice, incluida la reivindicación de Alfonsín, es interesante la referencia que hace de la Iglesia católica con los santos. Esta ha tomado lo mejor de cada uno de ellos, como es el caso de Pedro (que lo había negado tres veces a Cristo), de Pablo (que había perseguido cristianos), de Agustín (como abogado había actuado sin una verdadera búsqueda de la justicia y la verdad)…y así podríamos seguir con otros casos.
Sabemos que hacer lo anterior no es fácil. Además del escepticismo, del pesimismo, o de la presunta inutilidad de su abordaje (en particular si vemos el comportamiento de cierta dirigencia de nuestro país), siempre estaremos bajo la tentación de no perdonar o de guardar rencor por lo que cada uno/a de estos personajes ha hecho mal. Por lo tanto no nos permitirá ver lo bueno de cada quien, que retomaremos al concluir esta reflexión.
Para finalizar, y pasando del quien a lo que consideremos la mejor experiencia, tomemos un ejemplo, más controversial, pero interesante. Es el enfoque de Napoleón Bonaparte (al comienzo de su carrera como gobernante), narrado por Vicent Cronin, en su libro Napoleón Bonaparte, una biografía íntima (Ed. Vergara, 2003). En el Capítulo 12, “El primer Cónsul” (o sea, antes de entrar en la exacerbación de su soberbia en el período que se proclamó Emperador), el autor relata que “cuando se presentaba un problema al Consejo, Napoleón permitía que los miembros hablasen libremente, y formulaba su propia opinión sólo cuando la discusión estaba muy avanzada. Si no sabía nada del tema, lo decía y pedía a un experto que definiese los términos técnicos. Las dos preguntas que formulaba con más frecuencia eran: '¿Es justo?' y '¿Es útil?'. También preguntaba '¿Está completo? ¿Tiene en cuenta todas las circunstancias? ¿Cómo fue antes? ¿En Roma, en Francia? ¿Cómo es en el exterior?'. Si tenía opinión negativa de un proyecto, afirmaba que era 'singular' o 'extraordinario', con lo cual quería decir sin precedentes, pues como dijo al consejero Mollien, 'no temo buscar ejemplos y normas en el pasado; me propongo mantener las innovaciones útiles de la Revolución, pero no abandonar las instituciones beneficiosas si su destrucción representó un error'. 'A partir del hecho de que el primer cónsul siempre presidía el Consejo de Estado —dice el conde de Plancy—, algunas personas han supuesto que era un cuerpo servil y que obedecía en todo a Napoleón. Por el contrario, puedo afirmar que los hombres más esclarecidos de Francia… deliberaban allí en un ambiente de total libertad, y que jamás, nada limitó sus discusiones. Bonaparte estaba mucho más interesado en aprovechar el saber de estos hombres que en escudriñar sus opiniones políticas'".
Realizar la tarea anterior conlleva no idealizar (como fue el caso de Beethoven con Napoleón), ser conscientes de la tentación del poder como dominio y no generalizar lo malo de cada personaje o experiencia que nos permitan justificar nuestras malas acciones del presente. Asimismo, si construimos una nueva narrativa que contenga valores positivos, es relevante -entre otras cuestiones y en el caso argentino- que actualicemos los núcleos de aprendizajes prioritarios (NAP) de la enseñanza de la historia, para que tengan la amplitud y la criticidad en el discernimiento sobre lo positivo de cada quien y de cada experiencia. Ello más allá de la respetable ideología de quien esté a cargo de la función docente. Luego deberían ponerse en práctica, en los diferentes ámbitos,las adecuaciones de esas enseñanzas a la realidad actual y a lo que consensuemos mayoritariamente como políticas públicas para un futuro deseable, posible y sustentable. Esto último nos permitirá sacar provecho concretode la historia, que la misma no quede en un bello relato, y que sea fuente de discernimiento para construir una esperanza realista plasmada en un futuro mejor.
*Ricardo Gerardi, es economista, miembro del Club Político Argentino.