La primera huelga laboral de la que tenga registro la historia ocurrió el 14 de noviembre de 1152 a.C., durante el período conocido como Imperio Nuevo del Antiguo Egipto.
Ramsés III era el faraón de Egipto, miembro de la Dinastía XX, muy acostumbrado a dar órdenes en una civilización en la que el soberano siempre tenía la razón. Así que, cuando los artesanos hicieron huelga, algo impensado y absolutamente desconocido, primero se sorprendió, luego se ofuscó y finalmente preguntó qué debía hacer.
Ese 14 de noviembre de -1152, sesenta artesanos pararon su trabajo en el Valle de los Reyes, el mausoleo de las mayores jerarquías del Imperio, y se negaron a seguir trabajando a menos que les pagaran el sueldo atrasado.
“¡Tenemos hambre!”, gritaban.
Primera huelga de la historia
Los obreros de las tumbas reales estaban trabajando en la región que hoy se denomina Deir el-Medina. Allí estaba el Valle de las Reinas, muy cerca del Valle de los Reyes, mandado a erigir por Tutmosis I, el faraón más importante de la dinastía XVIII.
Deir el-Medina concentraba las mayores riquezas del imperio y la comunidad obrera lo sabía mejor que nadie.
Por un papiro que se encuentra en el Museo Egipcio de Turín, se sabe que Ramsés III tuvo que soportar no una sino tres huelgas y que siempre fueron por el mismo motivo: el retraso en el pago.
Egipto no tuvo moneda acuñada hasta la dinastía XXX (siglo IV a. C.), así que lo que los obreros reclamaban era comida, la ración que les habían prometido, ese era su sueldo.
Esas huelgas de los trabajadores fueron las primeras de las que se tenga un registro en la humanidad.
Los artesanos llevaban más de veinte días sin recibir su pago en víveres, porque, por internas políticas entre dinastías, el gobernador de Tebas oriental (actual ciudad de Luxor) se había quedado con el envío hacia Deir el-Medina.
“¡Tenemos hambre!”
Ese 14 de noviembre, los artesanos se movilizaron como siempre hasta su lugar de trabajo, pero en vez de trabajar se sentaron y exigieron que sus reclamos fueran escuchados.
El visir del faraón fue a su encuentro y prometió que pronto recibirían la comida que se les debía. En parte, la furia obrera aminoró.
No hay registros de que efectivamente hubieran recibido su paga; se presume que no porque en realidad los obreros hicieron dos huelgas más.
Esos reclamos fueron considerados por los historiadores la primera lucha sindical de la clase trabajadora.
Egipto, que había sido tan rica, vivía una crisis económica sin precedentes y la relación entre el Estado y sus trabajadores se tensaba cada vez más.
La primera huelga y dos más
Cuatro meses después, el conflicto renació por el mismo motivo; esa vez llevaban dieciocho días sin recibir alimentos y, cuando llegaron, fueron insuficientes.
Ya sin miedo, se dirigieron entonces al templo de Ramses III en Medinet Habu, y pidieron que sus quejas llegaran a los oídos del rey.
“Tenemos hambre, han pasado dieciocho días de este mes... hemos venido aquí empujados por el hambre y por la sed; no tenemos vestidos, ni aceite, ni pescado, ni legumbres. Escriban esto al faraón, nuestro buen señor, y al visir, nuestro jefe. ¡Que nos den nuestro sustento!”, dijeron y los escribas luego lo registraron.
No se sabe qué pasó después, pero sí hay algo cierto: comenzaron los robos en las necrópolis, lugares que atesoraban ajuares, piezas de oro, joyas y alimentos. Muy probablemente no les habían pagado lo suficiente.
Como vemos, los abusos y las injusticias vienen de larga data.
Huelga obrera en un país rico
Los egiptólogos señalan que Ramsés III hizo mucho para estirar las viejas glorias egipcias, sobre todo en política exterior, cuando otras civilizaciones preponderantes de antaño, como la cretense y la fenicia, agonizaban al ritmo que se empoderaba Micenas, en el Peloponeso griego, gracias a su poderío marítimo.
Era la Edad de Bronce y los documentos de la época mencionan a “los Pueblos del Mar”, que venían del Este navegando hacia la costa oriental del Mediterráneo, como hordas de piratas salvajes que asediaban a las civilizaciones que hasta entonces tenían el control de esa rica cuenca.
La invasión de los Pueblos del Mar a Egipto había comenzado durante la dinastía XIX -los antecesores de Ramsés III-; ya habían invadido Canaan y que Ramsés III intentó recuperar sin éxito.
Por entonces, la costa de Asia Menor era también territorio egipcio y el temible pueblo Hitita ya se había replegado y era la pálida sombra de lo que había sido.
Egipto era dueño de ciudades importantes sobre las actuales costas de Israel, Líbano, Siria y Turquía, ya perdidas ante el avance de los Pueblos del Mar, el hiperónimo de un grupo que se cree que estaba compuesto por los troyanos que habían perdido su patria, los sobrevivientes de la cultura micénica y los filisteos, entre otros.
Aguerridos como pocos, los Pueblos del Mar eran la peste y habían llegado hasta los Balcanes (tal vez fueron los dorios), Anatolia (Asia Menor) incluso hasta Menfis, 19 km al sur de El Cairo, que había sido la capital de todo el Imperio y un importante centro económico. Testimonio de ese viejo esplendor que desaparecía es la pirámide escalonada de Zoser y la mastaba de Saqqara, lugares de un imponderable valor cultural que aun hoy pueden visitarse en Egipto.
Recordemos que, cuando el pueblo de Dios huyó de Egipto, peregrinó hasta llegar a la Tierra Prometida, Canaan.
Egipto, un Imperio que ya no era rico
Valiente como su padre, el guerrero Sethnajt, Ramsés III llegó al trono alrededor del año 1184 a. C y se propuso de inmediato detener las invasiones de los Pueblos del Mar en los territorios asiáticos de Egipto. Tuvo varios logros y le devolvió orgullo nacional a sus contemporáneos.
“Mi fuerte brazo ha derribado a aquellos que vinieron para exaltarse a sí mismos: los peleset, los denyen y los shekelesh” dice refiriéndose a los filisteos, dananeos y shardanas una inscripción sobre el templo funerario de Ramsés III, en Medinet Habu, el mausoleo que el faraón se hizo construir en vida, para perpetuar se fama.
Esta inscripción está acompañada de algunos dibujos que dan cuenta del enfrentamiento que hubo en el delta del Nilo. Los peleset usaban un tocado de plumas que los hizo fácilmente reconocibles en el arte.
La megalomanía de Ramsés III -y la de sus sucesores- le costó muy caro al Imperio Egipcio, tanto que dejó vacías las arcas del faraón y no había ni siquiera abundantes cosechas para pagar a los trabajadores de los suntuosos edificios reales.
Pese a los primeros triunfos navales de Ramsés III sobre los pueblos de mar, éstos volvían una y otra vez a la carga y Egipto terminaría perdiendo los pueblos palestinos sobre Canaán, enclaves importantes como la ciudad de Gaza.
Ramsés III murió luego de una conspiración que había nacido en su propio harén, tramada por el clero de Tebas para destronarlo y llegar así al poder como los sumos sacerdotes de Amón.
Ramsés III tuvo muchos hijos y muchas mujeres, pero investigaciones científicas recientes, realizadas por el profesor Albert Zink, paleopatólogo del Instituto de las Momias y del Hombre de Hielo de Bolzano (Italia), determinaron que en el complot participó una de sus mujeres, Tiye, y también uno de sus hijos, el príncipe Pentawere, posible heredero al trono.
El papiro conservado en el Museo de Turín también permitió saber que hubo cuatro juicios luego del motín. También enumera los castigos que correspondieron a los implicados en el golpe de estado. Pentawere, el único de los muchos hijos de Ramsés III que fue parte de la conspiración, fue declarado culpable en un juicio, pero antes de que le llegara la sentencia se suicidó.
Los estudios realizados por el equipo del Prof. Zink también descubrieron en la momia de Ramsés III una herida de siete centímetros en la garganta; no se sabe si le hicieron esa herida mortal durante la conspiración y si eso hizo que muriera desangrado.
La desaparición de Ramsés III, el último gran emperador que tuvo Egipto, empeoró más las cosas en un país que además ya venía teniendo problemas climáticos por los niveles oscilantes del río Nilo: las sequías se alternaban con las inundaciones y por lo tanto, las cosechas eran escasas. La situación se deterioró cada vez más a medida que aumentaban las hambrunas y protestas sociales.
Cuando se incrementaron los saqueos de la necrópolis del Valle de los Reyes, frente a Tebas, en tiempos de Ramsés IX y Ramsés XI, los Pueblos del Mar volvieron a la carga, pero esta vez desde Libia. Vinieran de donde fuera, estaban empeñados en desetabilizar toda la cuenca del Mediterráneo y lo lograron.
Mientras tanto, en lo que hoy conocemos como contienente africanos, los Pueblos del Mar aprovecharon los conflictos que Egipto tenía con sus rebeldes vecinos libios, los los pueblos ekwesh, teresh, lukka, sherden y shekelesh y se aliaron a ellos. Todos unidos combatieron a las tropas del faraón en la parte occidental del delta del Nilo. Ya estaba en marcha la Edad de Hierro y los tiempos del glorioso Imperio de Egipto ya eran un recuerdo