OPINIóN
Diálogo

La increencia en nosotros

Soledad 20220509
soledad. | Shutterstock

Considero que una pregunta crucial de nuestro tiempo es la que atormentaba a Fedor Dostoievski:

“Para un hombre civilizado, ¿es posible creer?”. Ha pasado más de un siglo y en otros contextos y con otros términos la cuestión sigue vigente. Woody Allen decía: “Dios ha muerto, Nietzsche ha muerto y yo no me siento bien”. Sting, en una de sus canciones, escribía: “Podrías decir que perdí la fe en la ciencia y el progreso. Podrías decir que perdí mi fe en la santa Iglesia. Podrías decir que perdí mi sentido de orientación… Podrías decir que había perdido mi fe en nuestros políticos. Todos me parecían presentadores de programas de juego”. Pienso que la increencia está presente en distintos ámbitos de nuestra sociedad y cultura. Para un creyente, lo peor sería negarlo. Esta increencia hace que muchas veces vivamos y nos comportemos como si Dios no existiera. A veces somos creyentes cuando cruzamos el atrio de un templo y en nuestro mundo tomamos decisiones que tienen poca referencia a una realidad trascendente, digamos lo divino. Es muy complicado, en un breve texto, analizar las causas del proceso de secularización, entendida como vaciamiento de Dios de los espacios públicos o de toda referencia a una realidad última. Como señalan Bullivant y Ruse en el Manual de Oxford sobre ateísmo: “Un mundo con Dios y un mundo sin Dios son dos lugares muy diferentes, con muy diferentes significados y acciones para nosotros humanos que los ocupamos”. Es decir, creer o no creer tiene consecuencias concretas, tangibles. No se puede negar que cosmovisiones distintas ocasionan grietas existenciales. En mi opinión, lo trágico es no hacerse la pregunta de Dostoievski modulada con ironía por Allen y con música por Sting. Muchas veces en nuestras familias, círculos de amigos, grupos de WhatsApp formulamos explícitamente la regla de no hablar ni de política ni de religión, para evitar conflictos. Claudicamos ante la posibilidad de un diálogo sincero.

La increencia está presente en distintos ámbitos de nuestra sociedad y cultura

Al menos hay dos niveles en los que podemos abordar el desafío de dialogar. El primero es existencial y pasa por reconocer que la grieta entre increencia y creencia está presente en cada uno de nosotros. Considero que nadie es 100% creyente o 100% no creyente. Hay un segundo nivel más teórico y es al que me quiero referir, sobre todo en el ámbito de las ciencias naturales.

Stuart Kauffman, biólogo teórico, en su libro Reinventing the Sacred, sostiene que nuestra cosmovisión científica actual, derivada de Galileo, Newton y sus seguidores, es la base de la sociedad secular moderna, en sí misma hija de la Ilustración. Y señala cuatro heridas presentes en nuestro tiempo: 1. La división artificial entre las ciencias y las humanidades. 2. El reduccionismo, que enseña que el mundo real en el que vivimos es un mundo de hechos sin valores. 3. A los humanistas seculares –agnósticos y ateos– se les ha enseñado que la espiritualidad es tonta o, en el mejor de los casos, cuestionable. 4. Todos nosotros, ya sea que seamos seculares o creyentes, carecemos de una ética global. Y concluye que parte de reinventar lo sagrado será sanar estas heridas.

Siguiendo la senda señalada por Kauffman, en primer lugar, deberíamos dejar prejuicios que descalifican a quien tiene una cosmovisión distinta. Segundo, deberíamos trabajar en encontrar fundamentos comunes de una ética global. Al menos deberíamos pensar el futuro de la humanidad ponderando los riesgos existenciales de una inteligencia artificial desbocada, una guerra nuclear, el cambio climático, daños ambientales y pandemias.

Como canta Teresa Parodi en La canción es urgente: “La canción es simiente. Es de barro y de cielo. Es futuro y recuerdo”. Ojalá entendamos la urgencia de tender puentes y curar heridas.

*Jesuita, doctor en Astronomía, investigador de Conicet-Universidad Católica de Córdoba, ex director del Observatorio Vaticano.