OPINIóN
DERECHAS LATINOAMERICANAS

El regreso a la tribu

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Bolsonaro. Es la personificación del populista radical. Un outsider que reivindica las dictaduras”. | NA

Las idas y venidas ideológicas de este continente tienen que ver mucho con nuestra inestable realidad. Cierto, este año varios vaticinaban mejores nuevos tiempos para las izquierdas tras la victoria de Gustavo Petro en Colombia y la eventual resurrección de Lula en Brasil, pero el resultado del plebiscito ratificatorio de la que iba a ser la nueva Constitución chilena puso aquello en suspenso. Si lo anterior se ha leído como un portazo a un experimento de la izquierda en el país andino, tampoco hay que leerlo como un revival de los conservadores latinoamericanos.

Sin duda, la mejor forma de estudiar a los conservadores y partidos de derecha en América Latina es precisamente no estudiar su historia política. Suena extraño, pero es así. Esta los convierte en mucho más que partidos políticos: se incluyen en ella la clase latifundista, las curias, los grupos económicos. Se trata de un multiactor asociado a las jerarquías, a los territorios, pero que vive en las clases menos favorecidas con rasgos culturales particulares, que defienden la familia, la tradición, la patria. Así se teje una trenza que une el orgullo militar y un férreo anticomunismo. Este último es, quizás, uno de los rasgos más idiosincráticos de este sector, aún apegado a la lógica de la Guerra Fría como el mejor disuasivo frente a la izquierda.

Durante el pasado medio siglo, las derechas adoptaron el neoliberalismo como sinónimo de modernización, y hoy asociadas a esos preceptos han llevado a la presidencia a varios empresarios como el mexicano Peña Nieto, el chileno Sebastián Piñera, el argentino Mauricio Macri y el peruano Pedro Pablo Kuczynski. Si bien ninguno de ellos pudo extender su mandato a un segundo período –Piñera sí volvió al poder, pero tras una alternancia con la socialista Michelle Bachelet–, podemos observar la permanencia de estas derechas moderadas y tecnócratas. Lo vemos en el caso de Guillermo Lasso en Ecuador, Luis Lacalle Pou en Uruguay y Mario Abdo Martínez en Paraguay. No obstante, estilos más nacionalistas como el de José Antonio Kast en Chile, Keiko Fujimori en Perú y Juan Orlando Hernández en Honduras no han sido respaldados por los votantes, salvo en un caso: el actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.

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Bolsonaro es la personificación del populista radical: un outsider lejano a los círculos políticos tradicionales, que reivindica las dictaduras, de acérrimo anticomunismo, un conservador cercano a las Iglesias pentecostales, con las cuales comparte el desprecio hacia las minorías y el movimiento feminista, y un negacionista antivacunas y del cambio climático. Bolsonaro reúne el arquetipo de una derecha neopatriota, antiglobalista, un adalid ante la agenda progresista, con una narrativa similar a la de los liderazgos autocráticos de Europa del Este y Asia.

Su aparición ha sido vista como una derrota de las derechas moderadas y una tentación de adoptar esas posiciones. Esta hipótesis no deja de tener cierta lógica: con un sistema económico desprestigiado, aplicar la receta de recortes a las ayudas estatales no parece una opción muy popular, incluso para los defensores de la modernización conservadora. ¿Cabe pensar en la radicalización como una estrategia diferenciadora y exitosa a futuro para el sector?

Por cierto hay antecedentes: con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos se rompió la ilusión de que las democracias consolidadas eran inmunes al populismo, y de paso quebró al partido conservador norteamericano.

En un escenario pospandemia, el regreso a la tribu, al nativismo, al lugar de cobijo, puede ser respuesta a un mundo que se visualiza cada vez más precario. Las derechas europeas lo saben desde hace tiempo, y han actuado en consecuencia impulsando el antieuropeísmo, el rechazo a la inmigración y a los avances progresistas. Si es así, las derechas más radicales tendrían mucha más ventaja frente a las posiciones moderadas, que no tienen discursos demasiado atractivos frente a problemas sociales y que son muy dependientes del manejo económico que se genere en estos años. Ante momentos de incertidumbre, las respuestas simples y tajantes de los liderazgos autoritarios podrían convencer a electores asustados. Y son melodías que políticos como Trump y Bolsonaro saben tocar bien. Una música que la historia, de tiempo en tiempo, nos repite.

*Académica e investigadora. Facultad de Comunicaciones y Artes. Universidad de Las Américas, Chile. Red de Politólogas.