COLUMNISTAS
Pandemia y deterioro

Lúmpenes

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Jorge Eliécer Gaitán. Presidente de Colombia a quien lo mató un lumpen en 1948. | shutterstock

El término lumpen es muy habitual en la teoría marxista temprana, pero no fue su uso acotado a este desarrollo inicial. Por caso, el término lumpemburguesía se atribuyó a André Gunder Frank en 1972, para describir un tipo de clase alta (mercaderes, abogados, industriales, etc.), la cual tiene poca autoconciencia o base económica y apoya a sus amos coloniales.

Frank decidió crear este neologismo del término lumpemproletariado (descastados) y burguesía porque –según él– a diferencia de las europeas, las burguesías de Latinoamérica tenían la mentalidad del lumpemproletariado marxista, y podían ser fácilmente manipulables para favorecer el sistema capitalista central, aún a través del delito.

En esta misma línea de pensamiento señalamos que el lumpen actual es también fácilmente manipulable y resultado de la descomposición social que básicamente indujo en el país el neoliberalismo a partir del año 1976 y los sucesivos gobiernos habidos bajo ese régimen económico-social incluido el que más recientemente comandara el autor de la inefable teoría de “los loquitos sueltos”.

El tráfico de drogas, las barras bravas, la trata de personas, son campo de acción lumpen por excelencia, aunque hay otros, como robo y extorsión.

Hacia dónde van las coaliciones progresistas

Habitualmente son nexos eficaces con el narco, el sistema político y en especial las policías.

“Romantizar” al lumpen entonces, es un gran error teórico y político como también lo es descargar sobre él toda la responsabilidad de sus actos.

Observemos dos elementos centrales para la proliferación del lumpen especialmente juvenil a la que hoy asistimos: el trabajo sin derechos aparece como la forma privilegiada bajo la cual se emplea a la fuerza de trabajo juvenil superando el 55% de informalidad en el universo que va entre los 18 y 29 años.

Todo este deterioro laboral y emocional se agravó notablemente tras la pandemia en el conjunto de la población y en especial en los jóvenes.

Al respecto, como ya señalamos en estas columnas, se realizó en el año 2021 el estudio nacional plasmado en Materiales de investigación N° 9, del Conicet a cargo de Gabriela Irrazábal y los datos son muy preocupantes:

Casi la mitad de los respondentes padeció trastornos de ansiedad.

Casi cuatro de cada diez, depresión.

Sobre las derrotas épicas

Cuatro de cada diez respondentes perdieron a alguien cercano en el curso de la extensa pandemia.

En el último año, las personas declaran haber atravesado al menos tres problemas de salud. En primer lugar, afecciones vinculadas a la salud mental y luego alergias y problemas de piel.

Otro 30% no recurrió a nadie para atender la ansiedad y la depresión y dos de cada diez tampoco lo hicieron para cuestiones que consideraron psiquiátricas.

Un 20% declaró sufrir situaciones de violencia.

Quienes sufrieron violencia declaran principalmente maltrato y hostigamiento psicológico (76,3% y luego la violencia física (18,1%) 5,6% declara haber sufrido violencia sexual.

Así las cosas, por el impacto que sobre ella tuvo y tiene la pandemia aún no resuelta, con su secuencia de encierro, ansiedad, depresión, abuso de sustancias, fobias y las discapacidades permanentes o transitorias que ello supone, la salud mental en el país observa un deterioro exponencial, en particular en los jóvenes de entre 18 y 29 años.

Con las manos en la Massa

En efecto ese tramo juvenil en un marco de gran regresividad distributiva resulta el más vulnerables social y económicamente y el campo fértil para el desarrollo de formas diversas de lumpenaje, entre ellas la que hoy ocupa la conversación de público y especialistas por su participación en el intento de magnicidio sobre la vicepresidenta Cristina Kirchner.

Estos segmentos difícilmente actúen en solitario, son como sugería Gunder Frank respecto de la lumpenburguesía, también “fácilmente manipulables”, especialmente en la práctica del sicariato juvenil que intenta perpetrar crímenes diversos manipulando sujetos carentes social y económicamente, y la más de las veces con patologías mentales de base.

Recordemos que al presidente de Colombia Jorge Eliécer Gaitán también lo mató un lumpen en el año 1948, pero con el apoyo y financiamiento de la oligarquía colombiana, asesinato que desató una guerra civil de más de medio siglo y que aún no termina.

Finalmente, la combinación de inequidad distributiva de base, precarización y vulnerabilidad sociolaboral, así como la expansión de los problemas de salud mental especialmente sobre el tramo juvenil de entre 18 y 29 años, resultan tres indicadores que combinados, permiten iniciar al menos el debate sobre el expandido fenómeno lumpen y sus derivas, incluida el intento de magnicidio y los “discurso de odio” que lo legitiman.

*Director de Consultora Equis.