COLUMNISTAS
Hambre internacional

Sobre las derrotas épicas

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125. A partir de este conflicto el kirchnerismo pasó a ser la causa nacional. | cedoc

Como sostiene el economista marxista británico Michael Roberts, “la guerra entre Rusia y Ucrania solo exacerbó este desastre de precios y seguridad alimentaria. Rusia y Ucrania representan más del 30% de las exportaciones mundiales de cereales. Rusia por sí sola proporciona el 13% de los fertilizantes mundiales y el 11% de las exportaciones de petróleo, y Ucrania suministra la mitad del aceite de girasol del mundo. En combinación, esto es un gran impacto en la oferta del sistema alimentario mundial, y una guerra prolongada en Ucrania y el creciente aislamiento de la economía de Rusia podrían mantener altos los precios de los alimentos, el combustible y los fertilizantes durante años… Esta es una crisis global y requiere una acción global, de la misma manera que se debería haber enfrentado la pandemia y la crisis climática necesita. Pero tal coordinación global es imposible mientras la industria alimentaria global esté controlada y sea propiedad de unos pocos productores y distribuidores de alimentos multinacionales y la economía mundial se dirija hacia otra recesión”.

Hay una hambruna internacional desplegándose silenciosa y se acrecentará, sin dudas, pues su solución ya no depende de los Estados nación, las corporaciones finalmente dominan el escenario y la industria alimentaria. El sueño neoliberal es su extrema potencia: “La comida es nuestra”.

En nuestro país no sucede nada distinto, unas pocas corporaciones fijan el precio de los alimentos sin que el Estado nacional pueda hacer otra cosa que emparchar con fideicomisos o relatar lo mal que están las cosas a nivel internacional y aclara que dar una batalla por desacoplar los precios internos de los internacionales que vuelan “es una batalla perdida” que no habrá de dar porque “no cree en las derrotas épicas”.

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Una especie de “TINA” (no hay alternativa) thatcheriano en versión ramplona y doméstica que nos explica la imposibilidad de detener la hambruna inminente.

Sin embargo, no toda “derrota épica” o que no den los números en el Parlamento o mejor la “correlación de fuerzas” en el merendero del Llao-Llao supone una derrota política para una fuerza popular democrática. Por el contrario; veamos lo sucedido una década atrás en este país y muchos de estos actores políticos.

Si hubiera que elegir el momento fundacional del sistema identitario del kirchnerismo, el que fue capaz de interpelar a las entonces nuevas generaciones y constituirlas como kirchneristas, la crisis de la resolución 125 es su condensación, a pesar de que fue ideada desastrosamente por Martín Lousteau (que junto a varios dirigentes renunciaron al gobierno ante la inminencia y escalada del conflicto).

Tal como lo señalaba Néstor Kirchner en el mensaje emblemático de Plaza Congreso, este es “un punto de inflexión para construir un nuevo país”.

Como lo advirtió Cristina, si él no se hubiera enfrentado como se enfrentó a la restauración conservadora que nucleaba desde la izquierda a la derecha del arco político, y no lo hubiera hecho con su convicción única en esos momentos de enorme adversidad, este movimiento social, electoral y culturalmente tan masivo que hoy es el kirchnerismo, sus logros de gestión incluidos, todo esto que hasta por momentos parecía tan sólido, se hubiera desvanecido en el aire.

El conductor frente a la multitud en medio de un gran conflicto bautismal, iniciático.

Ya pasado un tiempo prudencial, uno empieza a revisar hechos, que medio van quedando en la historia, y comienzan a surgir preguntas. ¿Sería esto que se ha dado en llamar “kirchnerismo” lo mismo si no hubiera existido aquel conflicto?

Creo que hasta el conflicto de la 125, el kirchnerismo era una curiosidad. A partir de ese momento, para muchos, muchísimos, paso a ser la causa nacional.

Recordamos que Néstor Kirchner una noche, en plena batalla con las agrupaciones del campo, se sacó la corbata. Se tiró cual estrella rocker sobre sus militantes que lo vivaban en la Plaza. Más allá de los enormes errores que cometió el kirchnerismo en esa disputa, se dotó de una mística con la cual aún no contaba. A fuerza de gestos, políticas, discursos y bajada de cuadros ya había reconstituido la autoridad presidencial. Continuó y profundizó la mejora económica que nació con Lavagna cuando estaba Duhalde.

Renegoció la deuda, se le plantó a Bush en Mar del Plata y con el No al ALCA, se sacó de encima al FMI pagándole dólar por dólar. Pero le faltaba un punto de anclaje. La Mesa de Enlace fue su gran oportunidad. Fueron los carapintada que tuvo Alfonsín. Kirchner perdió aquella batalla y las elecciones de 2009 fueron la mejor muestra. Pero nació la mística. El kirchnerismo logró el punto de cristalización de su sentido. El punto a partir del cual encadenar todas sus creencias y discursos. El nuevo punto de partida para relanzarse y así evitar el efecto pato rengo de todo segundo mandato. Se reinventó.

Esta es la “derrota con mística” que el Gobierno hoy juzga impropia, la que constituyó a nuevas generaciones entonces jóvenes como militantes kirchneristas. Hoy ya no hay “batallas perdidas”, pero tampoco convocatoria a la juventud que vota al peluca Milei. Lo que sí hay, y habrá más, es hambre, pero en todo el mundo, ¡eh!, tampoco la pavada.

*Director de Consultora Equis.