La historia fluye de pasado a futuro. No se corta en rebanadas (J. Le Goff). Pero presenta bifurcaciones. El “Poder real” no siempre elige construir autoridad, su carencia lleva al despotismo. El consenso pare autoridad.
J.V. González sintetizó nuestros primeros cien años en “la ley de la discordia” (1910). Tuve el privilegio de vivir dos momentos en que el Poder pudo haber optado por concordia, consenso y autoridad. Optó por despotismo.
Revolución Libertadora. Un golpe militar consecuencia de la previa discordia, ausencia de autoridad y formas despóticas. Lo sabemos bien los que lo vivimos.
El Gral. E. Lonardi, multitud en Plaza de Mayo, dijo “Ni vencedores, ni vencidos”; primer día convocó a la CGT, la organización más importante del peronismo. Construía concordia.
Pero “el Poder” eligió ser “vencedor”: converso I. F. Rojas “medalla peronista”,18 años de despotismo, sin autoridad, proscripción del peronismo y de la Constitución.
Elección de 1973, apuesta por la concordia y por “Poder, con autoridad”.
Carlos Leyba: "La protesta si no tiene traductor político no sirve para nada"
¿Cómo llegamos a esa segunda oportunidad? Junio de 1970. “Estúpidos e imberbes”, guerrilla urbana e infame asesinato de Aramburu. “Socialismo por las armas” inspirados en la Revolución Cubana y el “peronismo revolucionario” de J.W.Cooke a quien Perón, por ese viraje, lo había defenestrado.
Ante la gravedad de esa amenaza y la incapacidad de la Dictadura para enfrentarla con la ley, Perón, en el exilio, y R. Balbín, juntos, a los seis meses del asesinato de Aramburu, convocaron a “La hora del Pueblo”. Los dos grandes partidos y los de la Junta Consultiva de la Libertadora y UDELPA de Aramburu. Poco quedó afuera. “La hora” inauguró la “amistad política” para recuperar la democracia sin proscripciones, combatir —con la ley y la política— a la guerrilla motorizada desde el exterior y elaborar un programa de consenso nacional para la democracia, posible en amistad política.
Segunda oportunidad de la concordia de la que fui testigo. En el programa de “Coincidencias” (1972) de “La Hora”, los firmantes se comprometieron a que, quien fuese elegido, lo ejecutaría: incluía 20 leyes sancionadas por unanimidad.

En 1973 las “Coincidencias”, con Perón proscripto, sumaron 90%. Los dirigentes antiperonistas, que dialogaron con Perón, habían escuchado de su boca que su opción partidaria era “La hora del Pueblo” y ya no el excluyente PJ. Perón no sostenía a los “peronistas del 45”.
Desde el exilio designó ministro de Economía a un empresario vinculado al radicalismo (J. B. Gelbard); y responsable técnico a quien había sido secretario técnico de la presidencia de A. Frondizi (O. A. D'Adamo). El resto del equipo éramos, básicamente, democristianos o empresarios de la CGE que no eran peronistas. Siendo muy pocos, conservamos a todos los Directores nacionales de carrera. Se gobierna con ideas, que no se pueden reemplazar con “gente de confianza”.
Gelbard, para vincularse con el peronismo, designó a Gómez Morales. A Perón eso lo molestó y vía D. Brunello le dijo “Gómez lo traicionará”. Así fue. Muerto Perón lo traicionó aliado a J. López Rega.
Perón obligó a Cámpora a someter su discurso de asunción presidencial a la supervisión de Gelbard. Con A. Cafiero, a cuatro manos, suprimimos frases como “socialismo nacional” y lo hicimos compatible con las “Coincidencias”.
El Acta de Compromiso (Pacto Social), que instrumentaba las “Coincidencias”, fue avalada por CGT, CGE, UIA y por aclamación por la Asamblea Empresaria (Teatro San Martín) que presidía A. Fauvety (Cámara de Comercio y ACIEL, el gran empresariado liberal).
La tercera confirmación, de quien afirmó que “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”, fue la renuncia de Cámpora que, cooptado por la JP, había traicionado a las Coincidencias.
La Cuarta decisión de Perón por la concordia fue la de elegir a R. Balbín como su principal y casi único interlocutor político: se reunieron casi semanalmente desde su retornó al país. Le pidió que fuera su vicepresidente: para Perón ninguna parcialidad era funcional al desarrollo de la Nación.
La herramienta era “La hora del pueblo”: la superación de la discordia fratricida con un programa común. Ocurrió.
Balbín aceptó acompañarlo porque creía en la necesidad de una convergencia superadora. Perón había vivido la práctica del consenso político, económico y social con la que Europa de posguerra logró su transformación. Balbín y la dirigencia de partidos de la Junta Consultiva en la Libertadora vivieron las consecuencias de 18 años al margen de la Constitución. Una y otra experiencia les enseñaron que, como señala Ortega y Gasset, la Nación es “un proyecto sugestivo de vida en común”, sin exclusiones.
Recuperada la democracia, la guerrilla fue el único enemigo: “antipatria en acción” alentada desde el exterior en la Guerra Fría.
Balbín no pudo acompañar a Perón para concretar la fórmula de “La hora del Pueblo” que sepultaba la discordia y abría lo programático de la concordia. R. Alfonsín, líder del radicalismo bonaerense, no compartía esa confluencia que dejaba atrás la discordia, pero que implicaría la desaparición del radicalismo. Era tan cierto como necesario. Perón compartía esa necesidad y procuraba el fin del excluyente PJ para terminar con la discordia, que el pasado agitaba y obturaba al futuro.
Perón, sin Balbín, no eligió a ningún dirigente peronista. Isabelita fue un error inevitable. Pero era el modo de impedir que “un sucesor” pretendiera la continuidad de aquello que él había decidido abortar para terminar con la discordia. Soy testigo, lo son también algunos otros, del menosprecio de Perón a los más encumbrados del 45.

La respuesta de Montoneros a la concordia fue el asesinato de J. I. Rucci, el líder sindical más alejado del PJ y preferido de Perón. Muchísimos “demócratas y liberales” de hoy militaron la guerrilla.
Dos mensajes de Perón el 12/6/74 condenaron a quienes aspiraban a sucederlo y a la gran usurpación de Montoneros.
Muerto Perón, López Rega, los “Caballeros del Fuego”, dio un Golpe de Palacio y puso en marcha el retorno a la discordia: su climax fue el “Rodrigazo”.
Desde entonces, hasta 1983, el Poder optó por la tragedia: la violencia guerrillera, con su provocada fuga de inversiones a causa del terror; y la Dictadura Genocida, su industricidio, desempleo y consagración de la pobreza, fueron el resultado de la discordia que construye decadencia.
Siendo uno de los sobrevivientes entre los colaboradores de Perón en su tercera presidencia, brindo este testimonio coincidente con “Conocer a Perón” de J. M. Abal Medina.
Lo que confirma que Perón decidió terminar con “el peronismo de la discordia” y construir “La hora del pueblo” para la concordia, es que, quienes han abusado y abusan de su nombre para llegar al Poder, ninguno de ellos, de Duhalde a Menem; los Kirchner, Fernández y Kicillof, jamás reivindicaron su legado, que está escrito y puesto en marcha por él.
Algunos celebran el Pacto de la Moncloa (1977) gestado desde el Poder, mientras “La Hora” se gestó desde el llano y en 1970 por aquel que ellos “crecieron” llamándolo “Líder”.
Los que han usado el nombre de Perón, desde el Poder predicaron la discordia. Y los que condenan su nombre, para justificar el despotismo, eligen la discordia. Una “gran y desgraciada coincidencia”.
Con J. V. González, Urquiza, Lonardi y La Hora del Pueblo, elijo la concordia con programa, porque “la Nación es un proyecto sugestivo de vida en común”. Construir la oportunidad de la concordia es la única manera de salir de la decadencia. No se trata de “tolerar” sino de “respetar” al adversario.
(*)Carlos Leyba es economista, egresado de la Universidad de Buenos Aires, con posgrado en la Universidad de Bruselas. Durante la presidencia de Perón fue subsecretario general del Ministerio de Economía y vicepresidente ejecutivo del Instituto Nacional de Planificación Económica. Para muchos es, y fue, la mano derecha de José Ber Gelbard, el ministro de Economía que en ese entonces conducía la economía argentina. Posteriormente se desempeñó como consultor del Banco Mundial, del Banco Interamericano de Desarrollo y de muchas empresas.