OPINIóN
Vida cotidiana

La palabra incontinente

Hay gente que habla sin pensar o sin escuchar. Habla para confirmar lo que piensa, pero sin escucharse ni autorregularse. Algunos invaden el espacio público sin tener en cuenta el impacto que lo que dicen tendrá en el otro. Y la misma concupiscencia verbo-digital se repite en los textos digitales

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Hablar sin palabras. | tara Winstead

El sistema de cajeros automáticos de la sucursal se iba cayendo uno a uno con efecto dominó. ¡Paf! ¡Pum!, ¡Woooww! ¡Crunch! Se podían ver en el aire las onomatopeyas tipo Batman -la que veíamos en los años 70- cada vez que un cajero dejaba de funcionar

Mientras soportaba la larga cola, me entretuve construyendo mentalmente esta teoría: la electricidad de la multitud que esperaba que todo funcionara había hecho cortocircuito con las máquinas, Como robots del futuro, los cajeros automáticos habían hecho huelga, no quisieron seguir operando con gente electrificada. Decidieron no aceptar todo tipo de billetes o primero sí y después no, decidieron no dar recibos en papel, o primero sí y después no, decidieron freezar sus pantallas, o primero no y después sí. El paro de los ATM era caótico; pero yo los entiendo, lidiar con gente que protesta satura el sistema.

La electricidad de la gente se leía en el aire y se respiraba en sus monólogos, en voz baja y en voz alta. El señor de Seguridad explicaba que el 5° y 6° cajeros no andaban y la señora X decía: ¡ah! el primero y el segundo. Era lunes, pero tanto el de Seguridad como el de Mesa de entradas tienen ojeras de viernes. El señor Y pasa directo, sin hacer la cola, al autoservicio que estaba libre -porque no andaba- y la señora W lo aplaude gritando: ¡dale, colate que no hay problema! Vuelve el señor Y con la cabeza en alto, pero sin billetes y sale dando un portazo. La señora Z, que obstaculizaba la salida, ni se inmutó. 

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El señor H pregunta si el tercer cajero acepta depósitos. Un cartel arriba del cajero dice: retiro de efectivo. La señora J le dice: es solo para retirar efectivo. El señor H dice: no importa, pruebo. No puede depositar, pero vuelve a su lugar en la cola con la cabeza en alto y silbando bajito. 

La misma señora J masculla improperios contra los cajeros y me pregunta si los cajeros aceptan billetes de dos mil. Le digo: “el señor de seguridad dijo que solo los aceptan el tercero y cuarto cajero”. Me responde: “no, no los acepta”. Me encojo de hombros sin responderle “¿para qué pregunta?” y sigo mirando el horizonte de Scalabrini Ortiz y Santa Fe por el ventanal. Lindo día, bajó la temperatura. 

Lo que debería ser comunicación, incluso la operativa o funcional, solo es una a nadie y todos vociferamos algo -yo, por lo bajo, mi teoría de la electricidad de la multitud. 

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A un ex jefe mío le escuche una vez esta frase: “Fulano padece de incontinencia verbal”. Fuerte. Pero sí, nos encontramos con gente que habla sin pensar, habla sin escuchar, habla  para confirmar lo que piensa, habla para escucharse, habla sin autorregularse, habla invadiendo, habla sin tener en cuenta el impacto en el otro. Hace uso de la palabra incontinente.

La palabra incontinente se padece también en formato digital. Su versión escrita la encontramos en los chats, los grupos de WhatsApp -el de mamis, el del consorcio, el de egresados- o en las redes sociales

Aquí trato de descifrar en qué consiste el extraño placer de verter lo que tengo en mente martillando el teclado del teléfono sin ponerme a pensar en quién lo va a leer y cómo va a sonar. ¿Por qué cuesta más callarse con los dedos que con la boca?. 

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En algunas redes sociales se podría decir que es el anonimato lo que impulsa a decir casi cualquier cosa, casi nadie sabe quién soy detrás de mi seudónimo. Sin embargo, sería interesante entender qué pasa en los grupos de chat. Ahí hay menos anonimato. Si bien WhatsApp admite hasta 1024 miembros en un grupo, en general, se puede ver el nombre o sobrenombre de quien chatea. Y, aun así, se da este fenómeno de la incontinencia o concupiscencia verbo-digital. 

Incontinencia verbal

Porque no tengo pruebas, pero tampoco dudas de que algún goce debe tener, a pesar de que a veces parece fácil prever que decir lo que voy a decir puede hacer volar la convivencia por los aires. Tampoco parece algo de mala intención, sin embargo, ¿por qué esa inconciencia sobre el impacto. Construir o destruir. ¿Para qué escribo? Es verdad que también, muchas veces es tan solo torpeza o velocidad y lo que uno dice da lugar a 1023 malas interpretaciones.

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En los grupos de WhatsApp se agrega otra dificultad y es que el intercambio está condicionado por la dificultad de mantener la atención a la secuencia de mensajes. Entonces, los que no leyeron todo, los que sacan conclusiones de lo no dicho, los que no sopesan el uso de ciertas palabras, los que están convencidos de que no hay otro modo de ver las cosas, se complacen en la incontinencia verbo-dactilar. Alguien podrá decir, pero es un intercambio de ideas. Pero no, ojalá siempre lo fuera. Suele ser un intercambio de sentires y por tanto inobjetables. 

Se pueden discutir propuestas, no sentimientos. Pero sí, a mí me parece que es una especie de concupiscencia, el goce auto-referido de monologar dactilarmente sin ton ni son con lo que viene a la mente frente a un público cautivo, pero ausente. ¿Sería venial o mortal? Parece exagerado. No sé, pero entristece y quita la paz.