En uno de los relatos más atrapantes de la literatura de ciencia ficción, Crónicas Marcianas, RayBradbury narra con un dramatismo inquietante la conquista y colonización de otro mundo. Ganan los terrícolas, sin embargo, nadie se pone contento por ello. Los marcianos, que al principio resultaban detestables, son los más humanos cuando llegamos al final de la historia. En el capítulo titulado Los hombres de la Tierra, la segunda expedición que llega con vida a Marte es recibida con total indiferencia.
El capitán y su tripulación no terminan de entender lo que sucede. Nadie les cree que son terrícolas. Los encierran en un psiquiátrico donde finalmente son asesinados por un profesional médico que quería demostrar que no eran personas reales sino ilusiones, proyecciones, locuras de los propios marcianos.
La metáfora es tremenda: cuando una sociedad se vuelve incapaz de distinguir entre la realidad y sus delirios, la violencia se disfraza de razón profesional ¿instrumental?
La escena y el escenario parecen lejanos, pero la lógica es la misma que se replica entre nosotros, sin necesidad de tomar ningún cohete, ni viajar a ningún lado. Las fuerzas del cielo – el capital financiero, los mercados, los tecnócratas de la macro-, que sostienen a este gobierno, se imponen a los hombres de la Tierra, esos que habitan la economía concreta y que el oficialismo necesita, lo asuma o no, para legitimar lo que falta de su mandato.
En la Argentina actual, esa tensión entre lo real y lo imaginario se traduce en una política económica específica: no hay plan de desarrollo ni estrategia productiva para las personas reales. Hay mercado abstracto y grandes ganancias especulativas concretas en poco tiempo, para personas de otro planeta. Campeones.
Sin embargo, el fracaso económico y social del proyecto libertario, visible por todos lados, principalmente en la caída de la actividad, la sobreocupación, la desocupación, la aniquilación de los salarios, las jubilaciones, las pensiones, y puntualmente los ajustes salvajes en salud y en educación pública, comienzan a desarmar el relato del gobierno.
La magnitud del descalabro es tan importante e inocultable que, quien se perfilaba como el verdugo del peronismo, aquel que le daría su estocada final como opción de gobierno, es hoy en realidad su auténtico redentor.
Si la economía real no se estuviera desmoronando, la victoria por casi 14 puntos del peronismo hace pocas semanas en la provincia de Buenos Aires, corazón productivo y demográfico del país, hubiera sido imposible.
Si es cierto, como señalan los números que manejan las consultoras –inclusive aquellas cercanas al gobierno-, que el peronismo tiene posibilidades de alcanzar un resultado similar este 26 de octubre, en las elecciones nacionales, ello se debe al mismo motivo: los hombres de la Tierra, sus salarios, su educación, su salud, sus abuelos, sus discapacitados, sus rutas, sus puentes, no entran en la realidad del gobierno.
Por si esto fuera poco, el problema no es solo económico, es también político: los escándalos de corrupción que salpican al jefe del presidente y las vinculaciones con el narcotráfico del reciente ex primer candidato a diputado libertario en Buenos Aires, José Luis Espert, terminaron de romper el encanto político del que venía gozando el gobierno. Sus votantes comienzan a dispersarse como las semillas del Diente de León en una tormenta de Pampero.
La forma de no volver a caer en la trampa de la razón instrumental, sea de los mercados, de la macroeconomía, de los marcianos, o de las fuerzas del cielo, es mirar hacia la Tierra, para abajo, en dirección a la base, para construir sentido dese ahí. Eso es lo más apremiante de la realidad, lo más urgente, lo más humano.