OPINIóN
Herencia política

Leandro N. Alem fue traicionado

El modo plebiscitario como forma de hacer política ante la falta de construcción de consensos continúa agrietando a la Argentina.

Leandro Alem
Leandro Alem | Cedoc

Para 1891 Leandro N. Alem escribía la declaración de Principios que emitiría el Comité Nacional de la Unión Cívica a la República. Allí señalaba el estado del país: “se han dilapidado vertiginosamente los bienes y dineros públicos, después de esta fraudulenta dilapidación se ha amparado y protegido a los defraudadores. Por consecuencia de lo que el comercio honrado sucumbe, los hombres se ven privados de sus economías (…) el pueblo en la miseria. (…) Es un axioma ante la conciencia argentina que el mal se ha producido por exceso de oficialismo y de que los Bancos oficiales han sido el agente activo de la ruina pública y privada y de la depresión del carácter nacional. El Banco oficial constituye un peligro permanente, porque siempre será un medio político sujeto a la influencia de pasiones partidistas”.

Así, décadas antes siquiera de la existencia del Banco Central, Alem advertía el peligro que recurrentemente se cierne sobre la Argentina, incluso, sobre los riesgos de la emisión ingarantida.

También insistía en garantizar al ciudadano argentino en sus derechos electorales y que el fundamento del sistema republicano es la idoneidad de sus ciudadanos, su aptitud para ejercitar las libertades y defender sus derechos.

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Sin embargo, como nos recuerda Samuel Amaral en Perón Presidente, refiriéndose a la elección de 1946: “Irigoyen había construido una máquina política sobre la idea de la representación exclusiva del pueblo, pero también en torno de sí mismo. Su visión de la política era plebiscitaria: con él, con el pueblo; o contra él, contra el pueblo.

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La visión de Marcelo T. de Alvear, forzado quizás por las características de su liderazgo y por las demandas del momento en que lo asumió, o producto de su larga experiencia europea, no era plebiscitaria sino consensual: el radicalismo representaba a una parte del pueblo, no a todo el pueblo, y debía actuar frente y junto a otras fuerzas políticas que también lo representaban.

Pero en 1945 Alvear ya no vivía y había un nuevo mensaje maniqueo con la justicia social, es decir, con el pueblo, encarnado por Juan Domingo Perón; o con la injusticia social, es decir, con los enemigos del pueblo, agrupados en la Unión Democrática.

Era nuevamente "la causa" contra "el régimen", una apelación a la esencia del radicalismo que muchos dirigentes radicales atendieron. Algunos pudieron preservar las palabras mágicas; otros, llevados por las negociaciones del momento, prescindieron de ellas. Unos y otros, sin embargo, estaban siguiendo el mandato de Irigoyen.

Por eso, dirigentes locales, departamentales y distritales del radicalismo, de las muchas fracciones del radicalismo que había en los quince distritos, suministraron las estructuras políticas. Así, a la distancia de la memoria de Alem, la Unión Cívica se ponía a disposición de un proyecto político que terminaría hegemonizando y dominando la política argentina hasta la fecha.

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El modo plebiscitario como forma de hacer política ante la falta de construcción de consensos continúa agrietando a la Argentina.
Metamorfosis y transformaciones de por medio, el peronismo y el anti peronismo han ocupado la discusión política por décadas. En un empate hegemónico o en un juego imposible sin resolución.

El testamento político de Alem, aquel escrito en 1896 antes de suicidarse, dejaba en manos de las generaciones futuras consumar su proyecto político. Con pena y sin gloria, con los hechos conocidos y con la historia en nuestras manos, Alem ha sido traicionado, una vez más.

*Directora de la Licenciatura en Ciencias Políticas de UCEMA